“Debemos acorralar con un genuino movimiento revolucionario todas las formas de usura, incluso esa moderna, que consiste en pagar al labrador un mínimo bastante para que no muera y siga trabajando, pero insuficiente para que sostenga los hijos que da a la Patria.”
Este extracto pertenece al artículo “La revolución social” de Onésimo Redondo publicado en el primer número de su publicación “Libertad”, y con un “deber” sintetiza su mensaje de revolución para el trabajador. Un mensaje que se fue fraguando en su fascinación por la labor de los sindicatos alemanes -disciplina y espíritu- durante su estancia en la Escuela Superior de Mannheim -Handels-Hochschule- a finales de los años veinte.
Al regresar a España, Onésimo se incorpora con ilusión al Sindicato de Cultivadores de Remolacha de Castilla la Vieja, reorganizándolo completamente -imprimiendo su sello de esfuerzo, trabajo y dignidad- e impulsándole hasta convertirlo en uno de los sindicatos más eficientes, justos y potentes de la época. Bajo su dirección los agricultores rompieron el monopolio de la industria azucarera, redimiendo al campo y al campesinado de la oligarquía financiera.
En 1962, 25 años después de su muerte, un grupo de remolacheros castellanos decide emprender un camino conjunto inspirado en las ideas sindicalistas de Onésimo Redondo. Entendiendo que la cooperativa es la estructura más justa para la constitución de empresas de agricultores, constituyen la Asociación Cooperativa Onésimo Redondo (ACOR, ahora “Sociedad Cooperativa General Agropecuaria”) y comienzan a trabajar en consecuencia. Los agricultores remolacheros son los propietarios de su propia fábrica, todos participan en la cadena productiva: desde la recolección agrícola hasta la transformación industrial. La empresa era de quién la trabajaba.
Los primeros años fueron durísimos debido a la paupérrima situación económica de los emprendedores. No contaban con el dinero necesario, ni con los avales bancarios precisos ni los bancos confiaban en su proyecto. Pero la fuerza e inspiración de su idea pudo con las circunstancias adversas -las revoluciones nunca serán para los débiles- y, tras una larga y paciente peregrinación por los pueblos castellanos explicando su proyecto, consiguieron salir adelante, poco a poco y con mucho trabajo.
Hoy, con unos 9.368 socios y unas 480.000 hectáreas de cultivo, es una de las empresas más rentables y solventes de la industria agroalimentaria española. Sus socios, pese al cambio de los tiempos y el devenir de la nueva economíaa, siguen en parte impregnados de ese espíritu de trabajo combativo. Es “un proyecto en el que han tomado parte un elevado número de personas que no trabajan exclusivamente para su bien, sino para lograr un beneficio colectivo que transciende más allá de lo económico”. Prueba de la numantina resistencia trabajadora y solidaria de esta cooperativa fue la decisión mayoritaria de los socios de apostar por seguir produciendo autónomamente en vez de vivir de las cuantiosas ayudas económicas que ofrece la UE. ¡El valor del trabajo frente al del dinero!
Otra economía es posible