Pobres ilusos. Últimamente, he leído con profuso asombro cómo
algunos importantes medios de prensa auguran que el juez Federal
Norberto Oyarbide viene provocando en las pasadas semanas una
suerte de nerviosismo en el ánimo del matrimonio Kirchner,
supuestamente por el tenor de las denuncias que hay en su juzgado
y que involucran a la pareja presidencial.
Nada más lejos de la realidad. No sólo Cristina y Néstor no
poseen ni demuestran ningún tipo de incomodidad, sino que
Oyarbide nada hará en los hechos que ponga en aprietos a ninguno
de los dos. Todo lo contrario, lo más probable es que los
sobresea en cada una de las causas judiciales que los comprometen
y eso termine de blanquear su situación judicial a futuro. Es
que, según el derecho penal argentino, nadie puede ser juzgado -y
eventualmente condenado- dos veces por el mismo delito.
Lamentablemente para los colegas que tienen esperanzas en que
Oyarbide se haya cruzado de la vereda de la dependencia política,
esto no ha sucedido ni sucederá jamás. Es la naturaleza de este
pequeño magistrado Federal. Así ha sido durante el menemismo y
nada indica que vaya a cambiar ahora.
Y si no bastara con la propia voluntad de Oyarbide para alinearse
con el kirchnerismo, los servicios de Inteligencia poseen una
voluminosa carpeta que desnuda ciertas cuestiones privadas del
magistrado, amén de los detalles de su descomunal crecimiento
patrimonial en los últimos años. Oyarbide lo sabe y por eso jamás
ha sacado "los pies del plato".
No es casual que el 90% de las querellas penales que funcionarios
del gobierno hacen contra periodistas caigan en su despacho.
Tampoco es casual que jamás haya siquiera procesado a funcionario
alguna de mediana relevancia pública.
No casualmente ha sido Oyarbide quien cajoneó algunas de las
denuncias iniciadas por este cronista, como la falta de título de
abogada de Cristina Fernández de Kirchner. En ese expediente, por
caso, para archivarlo, le bastó con una nota manuscrita del
rector de la Universidad Nacional de La Plata, la cual ni siquiera
tenía membrete oficial. Una vergüenza total.
Pero no se trata sólo de un problema referido a Oyarbide, sino
que todo el sistema judicial y político argentino es corrupto y
está pergeñado para que nadie jamás purgue pena alguna por su
responsabilidad en actos de corrupción pública. Si hubiera una mínima
intención de cambiar algo, lo primero que debería intentar el
poder político es desfederalizar la Justicia, para que
cualquier magistrado pueda entrometerse en expedientes de peculado
oficial.
El tema es que los jueces federales -en este caso los 12 de
Capital Federal- cobran sobresueldos que salen de las arcas de la
Secretaría de Inteligencia y eso permite que haya cierta
injerencia política sobre sus decisiones judiciales. Ellos son
los únicos que pueden juzgar temas que involucran a funcionarios
públicos y cuestiones referidas al narcotráfico. No es casual.
Si cualquier juez pudiera entrometer sus narices en temas de
corrupción pública, sería imposible corromper a todo el sistema
judicial. Al menos sería mucho más complicado.
Es por ello que, cuando leo que los medios de prensa hablan de que
Oyarbide le quita el sueño al matrimonio Kirchner, no puedo menos
que echarme a reír con ganas.
Es una de las más graciosas especulaciones periodísticas de los
últimos tiempos.