Una
muestra más de cómo el sistema podrido afecta el cerebro de las
personas. Un sistema que estimula el consumo desenfrenado. Modernismo,
modernismo...
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RAZONES PARA ODIAR A PALERMO
por
Carolina Aguirre (para Correo de Buenos Aires)
Por
intermedio de Ricardo Duró y su excelente FASE INCIAL, conocimos esta
nota publicada en otra no menos excelente publicación como es PLANETA
JOY. A través del afilado bisturí de Carolina Aguirre, el lector podrá
comprender, si es que hasta el momento no tenía opinión formada, parte
de los gustos y el ambiente en que suele moverse y fantasear cierto
sector de la sociedad argentina. Un artículo para disfrutar
placenteramente, escrito con sagacidad, información y humor, cuestiones
que para esta publicación suelen ser inalcanzables.
1. Es
una parodia de sí mismo.
Si bien originalmente Palermo fue una zona que agrupaba negocios que no
tenían lugar en epicentros de consumo mainstream como los shoppings
(pequeños bistró con cocina de autor, ropa de diseñadores
independientes, y delis con pastelería importada de Nueva York), desde
hace un tiempo que no tiene nada nuevo. De hecho, hoy en día la calle
Honduras tiene los mismos negocios que la avenida Santa Fé. Todas las
novedades —que hace unos años le volaron la cabeza a más de uno—se
han transformado en un modelo probado que hoy es más seriado y cliché
que los pizza café de Avenida Rivadavia. Los muffins, los bagels, el
sushi fusión, el puré rústico, el colchón de verdes y el take away de
café están hasta en el patio de comidas de Soleil Factory.
2. Usa
siempre las mismas formulitas agotadas para cobrar cualquier disparate.
Basta con colgar la frase “de autor” detrás de cualquier objeto o
rubro, reemplazar las palabras “local”, “adorno”, o “pollo”
por “espacio”, “objeto”, o “ave”, o agregar un elemento
delirante en el medio del negocio corriente (barra de tragos en la
peluquería, tarotista en un bar, masajista en un restaurante) para poder
cobrar disparates sin mover un dedo. Hay sillas Hille que en Palermo se
venden a $350 pero salen $89 en Mercadolibre (¡Y son del mismo
proveedor!), mates de aluminio que salen $16 en un Todo x $2 pesos de
Cabildo y Juramento pero aumentan a $45 en la calle Costa Rica, y
sandwichitos de jamón y queso que en cualquier panadería salen $5,50
pero que al cruzar Juan B. Justo se transforman en bruschettas campestres
de $26. Y no es un rumor ni una confusión. Yo misma me he cruzado con el
dueño de un famoso negocio de decoración en una curtiembre cordobesa que
atiende en Villa Crespo y ambos compramos cueros de vaca de 80 dólares
que yo usé para una alfombra y él colgó de un ganchito para vender a
$1500 pesos en uno de sus “espacios” sobre la calle Honduras.
3. Lo
marketinean como moderno, top y vanguardista, pero está más quemado que
la rúcula.
En los años 30 lo más de lo más era tener una quinta en el delta del
Tigre. En los 50, lo top era irse de veraneo a Mar del Plata toda la
temporada. En los 80, cuando Mar del Plata fue copada por la clase media,
la gente paqueta huyó a otras localidades y el boom fue Pinamar. Cuando
Pinamar dejó de ser cool, lindo y exclusivo, la gente top se fue a Cariló.
Sin embargo, ahora mismo Cariló está al borde del abismo (el centro
parece un pueblito Hobbit) y la gente ya está huyendo a Mar de las Pampas
o a Mar Azul. Y con Palermo pasa lo mismo. Palermo está empezando a hacer
el mismo circuito que Cariló. Se está muriendo como un cuerpo desangrado
en la vereda, como antes le pasó a la Costanera o a la galería Bond
Street de Santa Fé y Talcahuano. La gente chic de verdad se abre su
productora de contenidos o su tienda de pan en Villa Ortúzar, en
Chacarita o en Devoto, no en la rebalsada, agotada y repetida calle
Gorriti. Lamentablemente, los que se instalan hoy en Palermo son los
mismos que están descubriendo Twitter, van por la tercera temporada de
Lost y visitan Puro Diseño para juntar folletos.
4. Está
siempre lleno.
Aunque Palermo pretenda ser top (los precios de sus inmuebles, la pretensión
de sus restaurantes y la cantidad de empresas cancheras ubicadas en la
zona lo prueban) de exclusivo no tiene nada. Las cosas exclusivas son, por
definición, pocas o para pocos. Palermo pretende cobrar los precios de
St. Barths pero con la cantidad de gente de la feria de Mataderos o la
Bristol en Mar del Plata. Basta con visitar alguna de sus ferias para ver
a millones de minitas tratando de comprarse una prenda suficientemente
loca y mal cosido o patotas de familias apiñadas en parrillas populares
como Las Cabras. O sacan la mitad de las mesas en los bares o empiezan a
cobrar lo mismo que en La Salada. Las dos cosas no.
5. Está
apestado de gente disfrazada de artista.
Hace unas dos semanas, conocí a un muchacho palermitano cuyo mail era
algo así como marianogomezescritor@gmail.com y me hizo acordar a los
gansos que caminan por Palermo con su pantalón cuadrillé, su bolsito de
director de cine y el pelo sucio. Un pelo ensuciado prolijamente,
meticulosamente, milimétricamente para completar el outfit de nenito
conflictuado comprado en una liquidación de Bensimon. En Palermo, todos
los raros son como una Fendi falsa. Son raros de imitación, de cabotaje,
de mentirita. Los raros de verdad están encerrados en una casa en el
arroyo Barquita en la tercera sección del delta de Campana o tienen una
comunidad auto sustentable en Carlos Keen. Tienen el pelo parado porque no
se miran al espejo desde 1987, no porque el estilista de Cool Cuts les
hizo un look mezcla de Johnny Rotten y Sylvia Fine. Su ropa es vieja
porque gastan hasta el último peso en óleos y en fílmico para su primer
largometraje, no porque ahora está in comprar ropa vintage en Nueva York.
Como el caso de Mariano Gómez, que avisa en su email que él es escritor.
¡Por amor de dios, muchacho, si fueras escritor no necesitarías ponerlo
en tu casilla!
6. Es
una plaga que se expande por todos lados.
Según las inmobiliarias, Chacarita se ha encogido. Sí, así como leen.
Ahora, la mitad de lo que antiguamente era Chacarita es Palermo Dead o
Chacalermo. Los que vivían en Villa Crespo también se mudaron sin
saberlo y ahora viven en Palermo Queens, y quienes antes vivían en la
zona más vieja de Recoleta ahora están en Nuevo Palermo…. Y eso es
nada. Cualquier propietario que tenga un inmueble en la zona, ahora tiene
la posibilidad de darle un toque cool a su monoambiente cavernoso y
publicarlo como Palermo Soho, Palermo Coppola, Palermo Sensible o Palermo
Glam y cobrarlo como si se tratara de una torre con pileta y gimnasio en
Barrio Parque. ¿Para cuándo Plaza Miserere se transforma en Palermo Chipá?
7. Los
mozos creen que están en el SOHO trabajando de camareros hasta que los
descubra un director de cine.
Por todas las razones enumeradas, en pocos restaurantes de Palermo se
puede cenar por menos de 100 pesos per cápita. Sin embargo, esas
abultadas cuentas no garantizan una buena atención. En su eterno afán
por ser diferente, cool e informal Palermo contrata personal joven y
canchero que no sólo no está calificado para atender sino que además
tampoco tiene interés en hacerlo. Todos pululan por el salón con sus
tatuajes peruanos, sus pantalones andróginos y sus ojos trasnochados dejándole
bien claro a los clientes que ellos no son mozos, sino que están ahí
temporariamente, hasta que Coppola vuelva para filmar la secuela de Tetro
y los transforme en nuevos avatares de Mike Amigorena.
8. Los
nombres de los negocios parecen escritos por Capusotto.
¿Qué venden en un lugar que se llama “Vicki Martínez, objetos”? ¿Floreros,
bolsos, sillas, gatitos de porcelana? No. Esculturas. ¿Qué hay en un
multiespacio? ¿Artes plásticas, teatro, instalaciones vivientes contra
el consumismo y la globalización? Nada que ver. Hay una peluquería con
una barra de tragos. En Palermo, para poder ir de shopping hay que
resolver los acertijos de las marquesinas o entrar a todos los locales a
preguntar qué venden. “Objetos reales para gente irreal” en realidad
son mates decorados y “lighting concept” son foquitos, pantallas
artesanales y fanales con LED que simulan velas. Las marquesinas están al
pedo, porque no venden ni le avisan al cliente qué va a encontrar
adentro. Son simplemente una manito de pintura cool para duplicar el
precio de los productos.
9. Está
lleno de ropa espantosa.
Es verdad que la moda es más que un pantaloncito negro entallado. Que es
una forma menor de arte, que es la visión moral del mundo de un diseñador.
Pero pongámonos de acuerdo. “Feo” y “moderno” no son sinónimos.
“Informal” y “sin dobladillo ni pespunte” no son la misma cosa.
“A lunares con cuadrillé y flores de pañolenci” no es diseño
vanguardista, ni ropa edgy, ni nada por el estilo. Es la ropa del payaso
Krusty y nada más.
10. Le cambian el nombre a los platos baratos para disimular. Puré de
papas por puré rústico, ensalada de radicheta por colchón de verdes,
smoothie por licuado, roll por arrollado, crocante de maíz por polenta fría...
Pero a esta altura todos sabemos que pesca del día en croute con ensalada
tibia de verdes y cherries no es más que un filet de merluza a la romana
con una mixta que dejaron afuera de la heladera. Aunque en el salón digan
“pasta” y “ave”, todos sabemos que adentro, en la cocina, les
llaman “fideos” y “pollo” como cualquier persona normal. En todo
caso, si me quieren cobrar más, denme lenguado o brótola, no le inventen
otro nombre a la merluza.
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