PARALELISMOS HISTÓRICOS

BUSH Y CHURCHILL

por Marcos Ghio

 

 
En esos días, debido a la perseverancia y tozudez demostrada por el actual presidente Bush en mantener, a pesar de todas las críticas en contrario, a las fuerzas armadas de su país en Irak, se ha venido asociando su figura con la del primer ministro británico Churchill por su actitud similar asumida en ocasión de la Segunda Gran Guerra. En efecto, así como este último, contra viento y marea, casi en completa soledad y teniendo todo en su contra, se mantuvo firme en su decisión de enfrentar a la Alemania nazi hasta lograr con el tiempo vencerla, sucedería lo mismo ahora con el presidente Bush en relación al fundamentalismo islámico. En su caso él vislumbraría, del mismo modo que su par británico, el terrible peligro que el mismo representa en tanto  manifestación del nuevo "fascismo" de estos tiempos, y se daría cuenta de que si no se le hace frente de cualquier manera y en su propia madriguera, tarde o temprano, tal como se habría ya visto el pasado 11/9, se lo tendría en la propia casa.

Aunque a decir verdad el famoso "sangre, sudor y lágrimas" de Churchill no sería el único y principal elemento que lo acerca a su par norteamericano. Habría a nuestro entender otro aspecto fundamental del cual no se ha hablado para nada y es lo relativo a la inteligencia política que se encontraba por detrás de tal aparente tozudez. Analicemos brevemente los dos ejemplos. Churchill en el año 1941, cuando su país se encontraba casi al borde del colapso ante el vertiginoso avance de Hitler por toda Europa, tenía ante sí a dos potencias que por igual se contraponían al sistema liberal capitalista por él sustentado. Por un lado la Alemania nazi y por otro la Rusia comunista y, para colmo de males, sucedía también que esas dos naciones se habían aliado para dividirse Polonia. Enfrentar a las dos le hubiera resultado imposible, ya que no lo podía hacer con una sola, en cambio la solución para salir de una derrota segura se hubiera encontrado en el hecho de que se pudiese lograr que los dos aliados entraran en guerra entre sí. Los historiadores han podido probar que con una gran habilidad Churchill le hizo creer a Hitler que Inglaterra, ante la desesperación de una derrota segura, hubiera apoyado una acción de éste en contra de Rusia retirándose de la guerra y abandonando definitivamente su proyecto de hacer entrar en ella también a los EEUU (y fue en función de ello que aquel lo enviara a su lugarteniente Rudolf Hess en misión de paz). La realidad fue en cambio que, una vez logrado que las dos fuerzas antiliberales entraran en colisión entre sí tras la invasión de los nazis a Rusia, el camino para la victoria, que antes parecía imposible, se vio allanado con el tiempo. Primero se derrotó al nazismo y años más tarde se produjo el derrumbe del segundo enemigo, el comunismo.

Hoy en día a Bush se le presenta una disyuntiva similar, la que venía a su vez siendo enfrentada por sus predecesores pero en una forma diferente. En el Oriente milenario e islámico en 1979 había surgido un nuevo enemigo del sistema capitalista occidental con la revolución iraní del ayatollah Khomeini, la cual amenazaba expandirse por la totalidad de tal territorio sumamente estratégico y rico en materias primas como el petróleo. Luego de un primer fallido intento por atacarlo frontalmente, se acudió al procedimiento de confrontarlo desde el seno mismo de tal civilización. En primer lugar se lo hizo a través de un sector laicista, con el régimen de Saddam Hussein, su vecino en Irak, al que se lo estimuló a llevar a cabo una larga guerra de 8 años de duración la que fue respaldada cálidamente por los norteamericanos, quienes incluso llegaron a aprobar la utilización de armas químicas por parte de este último. Luego, tras el fracaso de este primer intento, se acudió a una estrategia más osada todavía, la de confrontar al fundamentalismo chiíta de los iraníes con otro de un tenor similar pero perteneciente al sector rival en que se divide el islamismo, aprovechando esta vez la enemistad histórica entre esta comunidad religiosa con su par sunnita, mayoritaria en el resto del Islam. Fue así como la apuesta norteamericana subió de tono con el apoyo brindado a los talibanes en Afganistán con la finalidad de crear un foco opositor en el seno del mismo fundamentalismo, considerando que ello iba a representar un freno para su expansión y que este movimiento se iba a agotar en una lucha intestina, así como en el siglo pasado nazismo y comunismo se terminaron aniquilando entre sí impidiendo de este modo la derrota del capitalismo liberal. Pero esta jugada insumió un riesgo inesperado en la medida que el "aliado" elegido terminó siendo mucho más peligroso que el enemigo al que se quería destruir. Llegamos así al 11/9 cuando el fundamentalismo sunnita destruyó las Torres Gemelas, dañó el Pentágono y casi lo hace con la misma Casa Blanca. Quedaba así en claro que, a diferencia de su par chiíta, éste no quedaba reducido a las fronteras del Oriente, sino que llegaba hasta la sede central misma del capitalismo liberal. Este hecho, que aconteció a los pocos meses de que Bush asumiera el gobierno, lo obligó a efectuar un replanteo de su estrategia. El enemigo principal ya no era el mismo del de antes de que asumiera la presidencia. Aquel al cual se reputaba como un aliado aparecía en cambio ahora como mucho más extremo y peligroso, dejando de ser una cosa exótica con sus burkhas, leyes del talión y destrucción de monumentos, para convertirse en algo sumamente deletéreo y corrosivo una vez que se comprobara la existencia extrema del peligro kamikaze, pero expandido entre vastas capas de la población, a diferencia de la experiencia que se viviera en Japón en donde tal fenómeno era sólo exclusivo de una pequeña elite militar.

Por tal causa Bush rápidamente renunció a su anterior aliado y decidió invadir Afganistán. Y en tal maniobra contó esta vez con el apoyo del régimen iraní quien se sintió encantado con la posibilidad de sacarse de encima a un vecino molesto y rival en su fundamentalismo. A su vez aquel no era ya lo mismo ahora que en la época de Khomeini pues, a pesar de toda la retórica que continuaba empleando en contra del Occidente, estaba dispuesto a participar de los mismos cánones del sistema capitalista y su revolución, a diferencia de la sustentada por Al Qaeda, se había convertido en un fenómeno meramente nacional y vinculado al proceso de hegemonía y dominio dentro de la propia región. Sucedió así que, del mismo modo que Churchill no manifestó nunca que habría apoyado a los rusos en contra de los alemanes y siguió manteniendo una retórica anticomunista, Bush calificó verbalmente a Irán como el eje del mal, pero curiosamente, luego de la ocupación de Afganistán, hizo lo mismo con su otro enemigo Irak y, otra curiosidad, apoyó allí la instauración de un régimen chiíta de grandes afinidades con el de Irán y con el cual mantiene fluidas relaciones. Es decir, aquí también los hechos desmintieron a las palabras.

Por lo cual hoy en día sucede lo siguiente. Si bien Bush manifiesta querer seguir estando en Irak, en la práctica sabe que esto no va a suceder por mucho tiempo pues hay ya un sustituto adecuado para cumplir con la función de mantenedor del orden en tal país. Los mejores testigos de tal realidad nueva han sido por un lado el nuevo primer ministro británico y por otro el régimen irakí de Maliki. El primero ha dicho que reducirá sus tropas a 1.500, es decir nada, pues piensa enviar los contingentes que retire de allí hacia Afganistán en donde se encuentra el verdadero problema y el segundo quien acaba de manifestar que EEUU puede sin más retirarse de su país. No resulta difícil imaginar quién lo va a suplantar, luego de que el presidente Talibani volviera de un viaje a Teherán con apoyos plenos al nuevo plan de seguridad a implementarse. Claro que las cosas no son tampoco tan fáciles pues por un lado el Estado Islámico de Irak (Al Qaeda) ha manifestado abiertamente que si Irán no se retira de Irak en dos meses le iniciará una guerra y por otro la milicia chiíta de Al Sadr ha manifestado su rechazo por el régimen iraní.

Pero nos queda una pregunta clave: ¿adónde se irán los 160.000 soldados norteamericanos una vez que se retiren de Irak? No cabe duda alguna de que el nuevo destino es la zona de Afganistán y Pakistán en donde se encuentra el eje de la insurgencia de Al Qaeda y los Talibanes. La reciente matanza de la Mezquita Roja implementada por el presidente Musharraf, con el debido apoyo de los norteamericanos, preanuncia este hecho respecto del cual podemos esperarnos en cualquier momento novedades impensadas de la extensión de la guerra de civilizaciones.

Quedan una pocas palabras para los desinformadores de siempre. Así como años atrás se cansaron de decirnos que EEUU se había autodestruido la Torres y el Pentágono, hoy nos dicen que piensa invadir o hacer invadir Irán. Si bien es cierto que en este último caso existen sectores extremistas sea en el seno de la colectividad judía como de la norteamericana que pretenderían hacerlo, lamentablemente ello no va a suceder pues el enemigo tiene la suficiente inteligencia como para darse cuenta de que una medida de tal tipo sería contraproducente pues lograría unir en un mismo bloque a fundamentalistas sunnitas y chiítas. Esto lo tuvo en claro Churchill cuando supo ver que para derrotarlos había que hacer enfrentar entre sí al nazismo y al comunismo, pero no a los dos a un mismo tiempo. Bush sigue pues en el mismo camino.

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