EL POR QUÉ DE LA PARÁLISIS DE JULIUS EVOLA por Eduard Alcántara enviado por Centro de Estudios Evolianos - http://www.geocities.com/Athens/Troy/1856/
Habitualmente no nos paramos a pensar en el hecho de que determinadas
cosas que, a nivel físico, nos suceden en nuestro cotidiano discurrir por
nuestra existencia terrenal no carecen, precisamente, de conexiones con
otros planos que podríamos denominar como sutiles. Así pues, ciertas
enfermedades o determinados achaques psíquicos (diríamos que la mayoría
y lo afirmamos incluso a expensas de poder quedarnos cortos) tienen su
causa más allá del plano en el que –de acuerdo a nuestro poder de
percepción- se manifiestan. Por ello debemos de entender que si
buena parte de las enfermedades físicas y/o fisiológicas se deben a
trastornos de naturaleza psíquica, al mismo tiempo estos trastornos
padecidos a nivel mental acostumbran a ser el resultado de desajustes y
desequilibrios que ocurren en un plano más inasible todavía, que es el
plano de las fuerzas sutiles que, en el interior del ser humano, se hallan
en la base del funcionamiento de todas nuestras funciones fisiológicas.
Unos desajustes y desequilibrios que pueden deberse a dos razones.
Recorriendo, ahora, este mismo camino en sentido inverso, la primera razón
la hallaríamos en alteraciones acaecidas en el plano del mundo psíquico:
convulsiones sentimentales, arrebatos incontrolados, pasionalidad
desatada, tendencias depresivas,... Y la segunda razón la deberíamos de
buscar más allá de nosotros mismos y la encontraríamos en relación a
ese mundo nouménico constituido por todo el entramado de fuerzas que
explican la armonía y el dinamismo del cosmos. Pues es en consonancia y
en armonía con ese mundo nouménico como deben de estar dinamizadas
las fuerzas sutiles del ser humano, ya que si éstas no están armonizadas
con sus análogas del resto del cosmos discurrirán a tal fuerte
contracorriente que acabarán por desarmonizarse también entre ellas
mismas (en nuestro interior). De aquí, pues, la importancia que en el
Mundo de la Tradición se le dio siempre a la realización y
correcta ejecución de los ritos sagrados. Ritos que tenían o bien la
finalidad de hacer conocer a sus oficiantes cuál era la concreta dinámica
cósmica de un momento dado con tal de no actuar aquí abajo
contrariamente a dicha dinámica (en batallas, empresas arriesgadas, en la
elección del momento de la concepción de la propia descendencia o del
momento más idóneo para contraer matrimonio o para coronar a un rey,...)
o con tal de poder adoptar las medidas apropiadas para actuar a sabiendas
que se hará a contracorriente de ese mundo Superior. O bien estos ritos
se efectuaban con la intención de que fuesen operativos, esto es, de que
tuviesen el poder de actuar sobre ese mundo Superior para (en la medida en
que fuera posible) modificar su dinámica y hacerla favorable –o menos
antagónica- a las actuaciones que se quisieran llevar a cabo aquí abajo.
Vemos, pues, que ningún plano de la realidad se halla desgajado de los
demás. Todos se hallan relacionados. Todos están interconectados. A unos
los encontramos en la base del funcionamiento de los otros. Unos son el
reflejo, en el microcosmos, de lo que sucede en el macrocosmos y si
pretendemos que no sea así, si pretendemos que lo de abajo no refleje a
lo de arriba, si accionamos para que la Tierra no sea un espejo del Cielo,
provocaremos la entrada de lo de aquí abajo en el caos y en la
irrefrenable vorágime de la disolución.
Tal interrelación nos debe llevar a pensar que no sólo enfermedades físicas
o trastornos de la psique tengan su explicación en desajustes acaecidos
en otros planos, más sutiles, de la realidad, sino que incluso hasta
determinados accidentes y/o sucesos trágicos padecidos por el hombre (o
por algún tipo de hombre) puedan tener una explicación que deberíamos
de buscar en otros planos de la realidad intangibles para nuestra
capacidad sensorial. De acuerdo con el parecer que fue propio del Mundo
Tradicional a nadie le debería de extrañar este postulado, por cuanto ya
podemos deducir, por lo expuesto líneas más arriba, que un accionar, en
el plano terrenal, contrario a las dinámicas cósmicas o ignorante de
ellas puede, más que probablemente, provocar tragedias y desgracias de
toda índole (catástrofes varias, derrotas militares, fallecimientos,
enfermedades, defenestraciones,...).
Es en este orden de ideas en el que vamos a introducirnos en la tarea de
intentar dilucidar si existen posibles explicaciones de orden sutil y/o
Superior a las graves heridas sufridas, en el epílogo europeo de la
Segunda Guerra Mundial, por Julius Evola; heridas que le provocaron para
el resto de su existencia terrena (hasta su deceso el 11 de junio de
1.974), la parálisis total de la mitad inferior de su cuerpo y que le
llevaron, consecuente e irremisiblemente, a la silla de ruedas.
Recordemos que el infausto y trágico suceso acaeció en Viena durante un
bombardeo protagonizado por la aviación soviética. La explosión de una
bomba provocó la caída de un mueble en la espalda del gran intérprete
romano de la Tradición en el momento en el que éste estudiaba los
archivos de ciertas organizaciones secretas subversivas. Bien es cierto
que ante esta versión unánime de lo acaecido también nos ha llegado
otra, explicada por el Sr.Guido Stucco (1), según la cual Evola
caminaba, durante el bombardeo, por las solitarias calles de la capital
austríaca en el momento en que una bomba lo arrojó de espaldas contra
una barda de madera. Sea como fuere lo cierto es que las heridas
provocadas en su columna vertebral resultaron incurables a pesar de los
intentos realizados, durante cuatro años, por diferentes especialistas en
hospitales de Suiza (donde estuvo tres años convaleciente) y de Bolonia
(en donde permaneció uno más antes de regresar definitivamente a Roma en
1.949). Igualmente, también resulta evidente que en las dos versiones
expuestas se nos muestra a un Evola que parecía despreciar el peligro. Un
Evola que renunciaba a utilizar los refugios antiaéreos (actitud ésta
bien cierta). Un Evola que parecía retar al Destino...
Llegados a este punto precisamos hacer una acotación que concierne a la
idea del Destino, pues querríamos aclarar que la Tradición nunca sostuvo
la noción de determinismos insalvables. Nunca defendió la idea de que el
Hombre diferenciado (aquel que a través del descondicionamiento se
convierte en señor de sí mismo para llegar a ser el Hombre Superior o
Absoluto) no pudiera sobreponerse a las circunstancias o a los signos de
los tiempos. Así pues, la Tradición nunca otorgó carácter fatalista a
la noción de Destino.
Al Destino hay que entenderlo como la concreta dinámica que en un momento
dado (de la vida de las personas o de la historia del hombre) es propia de
determinadas fuerzas cósmicas (o numens). Ya hemos visto, estrofas
arriba, cómo el rito (a través del sacrificio –etimológicamente, ´oficio
sacro´) puede llegar a tener, gracias a su poder operativo, la capacidad
de modificar, en mayor o menor grado, estas dinámicas que caracterizan el
fluir ordenado y armónico de los citados noúmenos. Razón más para
desechar la consideración fatalista del Destino.
Realizada esta acotación indaguemos sobre la causa (o las posibles
causas) por la cual Evola pudo querer poner a prueba al Destino e
intentemos, antes que nada, fijar en qué consistiría su particular
Destino o qué podía ´tenerle preparado´ éste.
Los últimos compases de la segunda gran conflagración bélica estaban
mostrando a las claras que no era la hora de los fascismos. Que no era
–para mejor hablar- la edad de éstos. Que los tiempos que corrían (en
plena decadencia del Espíritu marcada por la Edad de Hierro o Edad del
Lobo) no podían más que ser los del triunfo y la hegemonía total de los
materialismos en su, por entonces, doble versión: la liberalpartitocrática,
plutocrática y demoburguesa, por un lado, y la marxista, por el otro.
Debido a que los fascismos habían nacido y se habían desarrollado en el
seno de este disolvente mundo moderno estaban, desgraciadamente,
impregnados de muchas de las escorias inherentes a éste, pero también es
de rigor dejar patente que, a su vez, anidaba en ellos un intento de
ruptura total con muchos de sus dogmas intocables y basales (materialismo,
igualitarismo, democratismo, utilitarismo,...) y que, a menudo, sus
modelos a seguir pertenecían al mundo de la Tradición (como la Antigua
Roma lo fue para el fascismo italiano; cierto que de una manera más estética
y superflua que raigal y esencial). Estas enconadas divergencias con el
mundo moderno no podían más que acarrearle su trágico final en una
etapa tan poco propicia como para intentar restaurar algún tipo de valor
o de estructura acordes o cercanos con la Tradición perdida.
La aniquilación de los fascismos que tenían ´preparada´ esas fuerzas cósmicas
(2) tan favorecedoras (en esta Edad de Hierro o kali-yuga) de
procesos disolventes acarrearía, al mismo tiempo y en consecuencia, la
eliminación física (tal como acabó aconteciendo) de muchas de las
personas que de una u otra manera (y en mayor o en menor medida) se habían
posicionado junto a ellos o, incluso, en paralelo a ellos.
Y es en paralelo a ellos donde encontramos en muchas ocasiones a Evola. Y
lo encontramos en paralelo a los fascismos porque desde la distancia que
le daba su no adhesión incondicional a ellos pretendió siempre
rectificar sus puntos más problemáticos (plebeyizantes, demagógicos, de
culto a las masas, a la técnica y al cientifismo,...) para acercarlos lo
máximo posible a los parámetros que siempre fueron los propios del Mundo
Tradicional.
Lo que hemos definido como el Destino tenía pues, designado, con mucha
probabilidad, un trágico final para la existencia terrenal de nuestro
autor, pero no fue la muerte lo que le devino sino que fue la paraplejía
en sus piernas...
Se podría pensar que el Destino quiso que esa bomba soviética le
produjera daños irreparables pero que no le matase, pues si Evola hubiera
salido ileso de dicho bombardeo la terrible represión acontecida en los
meses finales de la IIGM y en los años inmediatamente posteriores a la
finalización del conflicto bélico no hubiera tenido conmiseración con
un hombre en perfecto estado físico y habría acabado con su vida. Su
condición de inválido le salvó, con mucha probabilidad, la vida.
Gravemente herido pudieron hacerle cruzar la frontera de Austria para
introducirlo en Suiza. Los tres años que pasó, convaleciente, en este país
le evitaron padecer los efectos de la dura represión acaecida en la
Italia de postguerra. De todos modos su estado físico no fue impedimento
para obligarle a pasar medio año (1.950) en la cárcel y para ser
sometido a juicio. Pero, no obstante ello, pudo vivir durante varias décadas
más hasta su fallecimiento en 1.974. Y este prolongar su existencia el
Destino lo podría haber querido para que nuestro autor pudiera seguir
legando las doctrinas de la Tradición a todos aquellos que quisieran
recoger su mensaje, pues de no haber sobrevivido a la IIGM nos hubiéramos
visto privados de joyas tales como la reedición, profundamente
transformada, de “El yoga de la potencia” (3) (o, en la versión
castellana editada por Edaf, “El yoga tántrico”), “Los hombres y
las ruinas”, “Metafísica del sexo” o “Cabalgar el tigre”.
Asimismo no hubiéramos podido conocer sus “Orientaciones”, su nueva y
también reformada edición de “El tao-tê-king de Lao tsé” por él
interpretado, la reedición revisada de los escritos del Grupo de Ur
(“La magia como ciencia del espíritu”), su “Fascismo visto desde la
Derecha, con notas sobre el Tercer Reich” (“Más allá del
fascismo”, en la versión castellana editada por Ediciones Heracles),
“El arco y la clava” o su autobibliografia (que no autobiografía)
“El camino del cinabrio”. Sin hablar de la multitud de ensayos y artículos
redactados en todo este período. El Destino habría querido, pues, que
este intasable legado del saber Tradicional pudiera llegar a ser conocido
por todos aquellos que fuesen aptos para poder recibirlo y asimilarlo.
Ahora bien, también podríamos plantearnos que el Destino no le tenía
deparado su supervivencia a la IIGM, sino que, por contra, tal como ya
hemos señalado con anterioridad, le había incluido entre todos aquellos
que morirían –víctimas de la represión institucionalizada o por obra
de los partisanos comunistas- a manos de los vencedores del conflicto
armado. Nuestro hombre, conciente de ello, lo desafió (al Destino) y se
sustrajo de sus designios. Nuestro hombre lo habría retado con sus
actitudes temerarias: con su negativa a correr hacia los refugios antiaéreos
durante los bombardeos o (recogiendo la otra versión que hemos explicado)
con su caminar por las desiertas calles vienesas en los momentos del trágico
suceso. Esta actitud desafiante sería muy propia del tipo humano del shatriya
(o guerrero) al que Evola tenía como arquetipo personal y doctrinario a
seguir por considerarlo el más adecuado para aspirar a cualquier proceso
de Reconstrucción (tanto interior -del ser humano- como exterior
–de la Tradición en el mundo). Es asimismo la actitud
del Héroe que nada contracorriente de los tiempos de oscuridad en que le
ha tocado vivir y que aspira a esta doble vertiente de la Reconstrucción
o Restauración. El Héroe que se niega a ser arrastrado por la corriente
porque está convencido de que nada puede a su voluntad y de que, por
tanto, puede sobreponerse al accionar de las leyes cósmicas. Está
convencido de que la libertad que ha conseguido en su interior (su
descondicionamiento con respecto a cualquier atadura y determinismo) le ha
hecho invulnerable a estas leyes cósmicas, a estos numens; en
definitiva, al Destino. No nos debería, pues, parecer nada extraño que
esta hipótesis tuviera muchos visos de ajustarse a la realidad de lo que
sucedió y de lo que el Tradicionalista romano (de origen siciliano) se
propuso.
Evola, repetimos, habría retado al Destino y se sustrajo a los designios
que éste le tenía preparados: la muerte. La parálisis que le provocó
este desafío acabaría salvándole la vida.
René Guénon, en su correspondencia epistolar con Evola,
sostiene la idea de que las fuerzas de lo ínfero se habrían
“vengado” (al provocarle la paraplejía) de un hombre que se había
hecho inmune a ellas; que se había, definitivamente, desatado y liberado
de ellas. El Tradicionalista francés creía que al no poder, dichas
fuerzas de lo bajo (o que arrastran hacia lo bajo), llevar a cabo su
“venganza” sobre el alma de un iniciado (precisamente por estar
liberada o en proceso avanzado de liberación) sólo les quedaba
ejecutarla sobre el cuerpo. Evola pareció no compartir esta idea, ya que
pensaba que no sólo el alma descondicionada sino incluso el cuerpo se hacían
inmunes a cualquier influjo de este tipo de fuerzas corrosivas.
Este desacuerdo interpretativo acaecido entre Guénon y Evola es
entendible si consideramos el diferente enfoque que, desde el punto de
vista de la palingénesis o transustanciación interior, le otorgan ambos
al cuerpo. Guénon parece adherirse a los posicionamientos del Vedânta
hinduista, el cial le otorga una condición de falsedad, ilusión o maya
al mundo manifestado y, en consecuencia, el cuerpo también comparte esta
consideración. Es por ello que una especie de renuncia al cuerpo
facilitaría el proceso iniciático. Los ayunos extremos que llevan al
cuerpo hasta el borde del colapso serían uno de los métodos a seguir...
Guénon había llegado a postular que el alma podía iniciar el proceso
encarado a la Iluminación o Despertar sin antes haberse descondicionado
de todo aquello que la ataba a lo bajo; sin antes haberse convertido en
dominadora de aquellos bajos instintos, de aquellas pulsiones e incluso de
aquellas turbulencias pasionales y aquellos sentimentalismos cegadores y
perturbadores a los que se haya esclavizada como consecuencia de su
adscripción a un cuerpo. El autor francés escribía que una vez el alma
había arribado a altas cotas de realización entonces podía optar por
reencontrarse, si así le placía, con el cuerpo (pues ahora ya no correría
peligro de contaminarse con los nefastos influjos deletéreos de éste) o
por renunciar definitivamente a la “convivencia” con él.
Se entiende difícilmente, con estas posturas asumidas por Guénon, el
proceso iniciático como aquél que debe de caracterizarse por el arduo y
metódico trabajo interior propio del accesis y que tiene como primer
objetivo y primera etapa el lograr el autodominio con relación a todo
aquello que ata y aliena, pues si esta primera etapa no fuera necesaria
(por poderse Despertar el alma autónomamente; desgajada del cuerpo
desde el principio del proceso) podríamos llegar a parangonar este tipo
de “vía iniciática” con lo que presuntamente (y falsamente) acontece
en los casos de misticismo, en los que la experiencia de lo Superior se
reduce al éxtasis producido por una visión cegadora -y de arrobamiento-
de lo Alto, sin que antes se haya producido el necesario proceso de
descondicionamiento interior que purifica al alma de escorias y que la
hace apta para continuar el camino que tiene por finalidad la asunción
del Despertar al Conocimiento del Principio Supremo y a la identificación
ontológica con él.
¿Cómo se puede entender la transustanciación del alma si ésta no ha
luchado por fortalecerse en lid contra aquellas fuerzas deletéreas que
anidan en el cuerpo (ya que se ha desentendido de éste)? La vinculación
entre el cuerpo y el alma es, pues, una condición sine qua non
para aspirar a la transustanciación de ésta. Sería, poco menos,
como pretender que se puede culminar la ´obra al albedo´
contemplada por la Tradición Hermética sin haber previamente consumado
con éxito la ´obra al nigredo´, que representa la primera fase
de este proceso alquímico de transformación interna.
Este apoyarse doctrinalmente (tal como hace Guénon) en los textos del Vedânta
(4) provoca una especie de rechazo a esa parte integrante de la
manifestación que es el cuerpo y representa un desencuentro con las enseñanzas
de la Tradición que lo consideran al mismo (al cuerpo en particular y al
mundo material en general) como prolongación –eso sí, en estado
burdo-, por emanación, del Principio Supremo intemporal, inasible e
indefinible que se encuentra en el origen de todo el Cosmos; enseñanzas
con las que coincide totalmente la postura defendida por Evola.
Hasta tal punto vinculaba el italiano el cuerpo al alma que concebía la
idea de que las transformaciones experimentadas por el alma a lo largo del
camino iniciático acababan reflejándose en el aspecto externo del que
las iba llevando a cabo. Así es que la pureza interior conseguida acababa
rezumando en rasgos de nobleza y gravitas en el rostro del
transformado y la consecución del Despertar le confería un aire de
majestad y solemnidad inalterables y sobrecogedoras a los ojos del común
de los mortales.
Un tal cuerpo constituye una unidad armónica con el alma y el espíritu y
un tal cuerpo comparte, pues, los “beneficios” de los logros obtenidos
por el alma y difícilmente cabría admitir que las fuerzas que arrastran
hacia lo ínfero pudieran haberle hecho mella alguna a Evola en su cuerpo
en la forma, por ejemplo, de la parálisis de que fue víctima.
Podríamos, ahora, pasar a adoptar otro tipo de enfoque que se posiciona
en la convicción de que, tal como el hermetismo postula, a la primera
fase del proceso de renacimiento interior denominada como la de la ´obra
al nigredo´ se le reconoce el efecto de la llamada ´putrefacción´
o ´ennegrecimiento´ por cuanto se persigue descomponer o eliminar las
escorias psíquicas y pulsionales que ensucian, perturban y atenazan al
alma y dicho ´ennegrecimiento´ o suelta de escorias (según esta otra
postura) podría llegar a materializarse e impregnar el cuerpo con
cualquier tipo de enfermedad o lesión como la que, según este modo de
entender, habría afectado a Evola en su columna vertebral.
Esta última interpretación nos echa cabos para que, a su vez, nosotros
podamos lanzárselos a ese gran erudito de la Tradición Perenne que fue
el rumano Mircea Eliade. Dejaríamos definitivamente zanjadas las
reflexiones que hemos vertido teniendo como epicentro a René Guénon para
pasar a escuchar y, si cabe, a interpretar a Eliade. Pero lo haremos no
sin antes dejar constancia (a pesar de estas críticas vertidas) del
inmenso reconocimiento que nos produce el extenso y valiosísimo opus
doctrinal que nos ha legado el autor francés.
Mircea Eliade sugiere que el hecho de que Evola fuera herido, en su médula
espinar, precisamente a la altura del tercer chakra no debería
de escaparse a una interpretación sutil del trágico percance. El rumano
no llega a concretar a qué se refiere con dicha afirmación, pero bien es
sabido que, según el tantra-yoga, superpuesto a este chakra
o centro de fuerzas sutiles se desarrollan, a lo largo de la común
existencia de los hombres, manchas en el alma como la ira, la furia o el
orgullo (5). El abrir este chakra significaría, para el iniciado
que lo lograse, romper las cadenas que le esclavizan a estos concretos
baldones que ensucian al alma; controlarlos y acabar dominándolos. El tantra-yoga
nos explica que el iniciado debe, a través de la accesis interna,
despertar el noúmeno cósmico denominado sakti que en el interior
del ser humano recibe el nombre de kundalini. Kundalini es
asemejado a una serpiente que hay que despertar para que vaya recorriendo
en sentido ascendente, desde el primero hasta el séptimo y último (el de
la Iluminación), todos los chakras del hombre para ir abriéndolos
y descondicionándolo, así, de toda atadura y sujeción a lo bajo como
camino a seguir para coronar la Gran Liberación.
Podríamos colegir que Eliade puede estar queriendo afirmar que Evola, en
1.945 -en esos estertores de la IIGM en suelo europeo- en su recorrido
iniciático habría conseguido emanciparse de todas aquellas ataduras que
atenazan al alma y que se encuentran a la altura del primer y segundo chakras,
pero todavía no de las que se sitúan a la altura del tercero (6) y así
habría acontecido que los numens de lo Alto habrían, por así
decirlo, “ayudado” al barón Evola a abrirle definitivamente ese
tercer chakra al provocarle el fuerte impacto en esa parte de su
columna vertebral.
Cierto es que también podría deducirse que Mircea Eliade podría estar
refiriéndose, por contra, a que al poder presentar Evola una fuerte carga
de ira, cólera y orgullo no superados se debería de encontrar
comprensible una manifestación externa de estas lacras (en forma de
irreparable lesión) precisamente en la zona del cuerpo en donde ellas se
concentran. Nosotros, no obstante, no compartiríamos esta posible
interpretación.
No querríamos finalizar este escrito sin dejar de destacar el hecho de
que para el ojo profano tan común al mundo moderno no existen
posibilidades de interpretaciones de hechos acaecidos en el plano
material que sean capaces (dichas interpretaciones) de sondear y efectuar
incursiones más allá de dicho plano, pero que, en cambio, para el ojo
del hombre de la Tradición las causas de los acontecimientos y hechos
ocurridos a nivel de lo material hay que buscarlas en otros planos de la
Realidad que se encuentran más allá del mundo sensitivo.
Tampoco querríamos concluir el presente artículo sin invitar a sus
lectores a que, antes de decantarse sobre alguna de las interpretaciones
expuestas a propósito de la paràlisis de Evola, mediten acerca de cada
una de ellas, pues este ejercicio instrospectivo les ayudará, sin duda, a
tomar conciencia (más si cabe) de la existencia, y aun casi de la
naturaleza, de otras realidades de carácter suprasensible. Sin duda
nuestra mente se liberará, de esta manera, por un rato de los
enquistamientos materiales, rutinarios y monocordes en los que nos vemos
sometidos por la modernidad.
................................................................. (1)
Guido Stucco es Maestro en Teología Sistemática por el Seaton Hall y es
Doctor en Teología Histórica por la Universidad de St. Louis. (2)
Puesto que lo de arriba se refleja abajo y ya que las fuerzas sutiles que
constituyen el entramado del mundo manifestado están interrelacionadas
entre ellas y es por ello que lo de abajo no debe desentenderse de lo
arriba si no quiere provocar su autodestrucción y, en referencia al
hombre, su bestialización, puesto que esto es así es por lo que en
el ser humano actúan, de la misma manera que a nivel cósmico (e
influidas por éste), unas fuerzas (volviendo a usar términos hinduistas:
gunas) que favorecen las tendencias del hombre hacia lo Alto (sattva,
del sánscrito ´ser´), o bien que le empujan a ser arrastrado,
pasivamente, por lo que fluye -por el devenir caduco y perecedero- (rajas)
o bien, finalmente, que le succionan hacia lo bajo, hacia lo disoluto (tamas). (3)
Originariamente, “El yo como potencia”. (4)
En su momento ya hubimos hablado sobre estas divergencias existentes, al
respecto, entre ambos Tradicionalistas y lo hicimos en un texto al que
dimos por título el de “Críticas de Evola al Vedânta”. (5)
Constátese como lo que podríamos denominar como anatomía sutil (tan
presente en diversas ciencias sacras de la
Tradición ) coloca en el hígado (no casualmente situado exactamente
a la altura del tercer chakra) estas alteraciones de la psique que
son la ira, la furia, la cólera y el orgullo. (6)
Acerca de posibles cábalas que se puedan hacer sobre a qué grado de
Realización interior habría llegado Evola en el momento de su
fallecimiento (en 1.974) nos remitimos a nuestro texto “¡Que nos
disculpe Evola!”.
EDUARD ALCÁNTARA
SEPTENTRIONIS LUX
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