PESCADO PODRIDO

por Denes Martos



Los discípulos discutían entre ellos:

— ¡Lo de estos políticos es increíble! Prometen cualquier cosa y después ni se les ocurre cumplirla. Son capaces de hacer hasta lo contrario de lo que prometieron. ¡Y lo más increíble de todo es que, después, la gente va y los vota igual!

— ¿Y qué deberíamos decir de los intelectuales y periodistas que se la pasan mintiendo, tergiversando y defendiendo lo indefendible? A veces, ni lo contrario de lo que dicen o escriben es cierto. Y, a pesar de eso, muchas de las falsedades que publican se convierten en "best-sellers" una y otra vez.

— ¿Y la televisión? No hay imagen que no haya sido retocada con el "Photoshop". No hay filmación que no esté editada y armada para mostrar solo un aspecto parcial de la realidad. Y desde que apareció la tecnología de la realidad virtual, esa realidad muchas veces ni siquiera es real. Y, sin embargo, la gente se queda horas y horas embobada mirando ese aparato infernal. ¿No se dan cuenta de que casi todo lo que ven no es más que mentira? Y, si se dan cuenta, ¿por qué siguen mirando?

La discusión se prolongó por un buen rato pero a los discípulos les fue imposible llegar a una conclusión aproximadamente aceptable, de modo que decidieron preguntarle al Maestro:

— Maestro: ¿por qué todavía hay personas que creen en los tergiversadores y en los divulgadores de la mentira? ¿Por qué no rechazan las falacias? ¿Por qué perduran los mentirosos? ¿Se trata de algún milagro? ¿Será obra del Malvado? ¿O acaso es una fatalidad contra la cual no hay remedio?

Como era su costumbre tratándose de cosas complejas, el Maestro respondió con una parábola.

— He aquí que en cierta pescadería había un empleado que vendía pescado en mal estado. Hacía años que atendía a los clientes del negocio. Tenía una familia que alimentar. El dueño del negocio era injusto, tacaño y malvado, pero el empleado pensaba que tampoco le iría mejor trabajando en otro lado. Lo lógico hubiera sido que, al tener que vender pescado podrido, abandonara todo y anunciara a viva voz: "Señoras y señores, aquí mi patrón les está imponiendo mercadería en mal estado. ¡Tengan cuidado!" Pero, como no sabía hacer otra cosa, nuestro empleado se callaba y seguía vendiendo la mercadería podrida.

— ¿Y cómo rendía cuentas ante su conciencia? – quisieron saber los discípulos.

— Debéis saber que hay tres clases de vendedores de pescado podrido. El primero piensa: "En realidad, el pescado no está podrido; sólo parece que lo está. Hay quienes lo critican, pero el pescado saludable y bien conservado tiene justamente este aspecto."

— ¿Y el segundo?

— El subterfugio del segundo consiste en admitir el problema parcialmente, pero con un aire de testarudez: "El pescado podrido es muy saludable. Todo el mundo tendría que comerlo. Si lo comería todo el mundo ya nadie andaría discutiendo si es bueno o malo."

— ¿Y cómo piensa el tercero?

— Pues, el tercero está tan podrido como el pescado que vende. Su razonamiento es el siguiente: "¡Claro que está podrido! Es apestoso y repugnante. Pero yo vivo de eso, así que cómanlo, paguen el precio y déjense de protestar."

— ¿Y cuál de ellos tiene razón?

— Ninguno. El primero se engaña a sí mismo. El segundo engaña a sus semejantes. El tercero hasta se jacta de su maldad.

— ¿Y entonces?

— El detalle está en las posibilidades que le quedan a cada uno. El primero tiene todavía alguna esperanza de salir de las garras de su patrón estafador. Al segundo le resultará mucho más difícil. El tercero ya ni siquiera quiere salir. En verdad os digo, le es más fácil a un ateo llegar a creer en el Padre que a un egocéntrico mentiroso llegar a creer en la verdad.

El Maestro se quedó pensando unos instantes en silencio y luego, tras un suspiro, agregó:

— El día en que los empleados de la pescadería le tiren los pescados podridos por la cabeza a los dueños del negocio, ese día el Reino de los Cielos habrá llegado. Mientras tanto, simplemente no compréis pescado podrido. Aseguraos de que se lo coman quienes pretenden venderlo.