ELECCIONES DE BUENOS AIRES: PLATÓN Y EL GRAN HERMANO

 

por Marcos Ghio

 

 

 

Hace unos dos mil quinientos años el joven Platón tuvo una tremenda frustración con el "mejor de los sistemas posibles" cuando el "pueblo", el antecedente de otrora de nuestro "Gran Hermano", votaba democráticamente por la condena a muerte de su maestro Sócrates. La excusa de la sentencia se fundaba en un curioso silogismo que hacía el fiscal acusador quien trataba de canalizar el sentimiento de fracaso de los Atenienses tras haber sido derrotados por Esparta, tratando de buscar un chivo expiatorio. Sócrates, decía, había sido el maestro de Alcibíades, Alcibíades era el general que había llevado a la debacle a la ciudad de Atenas, por lo tanto él era el principal responsable de la ruina del país. Por más que las argumentaciones en contrario desarmaran tal incongruencia fue imposible luchar contra la idea fija del soberano y Sócrates no  tuvo otro remedio que beber la cicuta.

 

Platón, influido en gran medida por tal experiencia vivida por su entrañable maestro, arribó a la siguiente conclusión. No es cierto que los hombres sean iguales, como nos dice la democracia; existen dos tipos claramente diferenciados: el de aquellos que han aprendido a gobernarse a sí mismos, y el de los que en cambio, en tanto no han sido capaces de hacerlo, deben ser gobernados por otros. Y agregó también que si aquellos que se pueden gobernar a si mismos no asumen la función del gobierno de la sociedad, ésta lo será en cambio por los que no saben hacerlo ni siquiera consigo mismos, terminando así con la libertad de los demás. En efecto, su maestro le había enseñado, en contraposición con el igualitarismo y "humanismo" hoy vigentes, que el hombre en sí mismo no es nada, sino apenas una posibilidad de ser algo distinto de lo que se trae al nacer y que su grandeza consiste en que, a diferencia de los otros seres, él no está determinado a ser de una determinada manera. Una piedra siempre será una piedra, un asno siempre será tal, pero un hombre en cambio tiene ante sí distintas posibilidades: puede llegar a ser tanto un dios como una bestia. Por ello, en función de lo primero, indicaba la necesidad de un segundo nacimiento, de una mayéutica capaz de despertar desde su interioridad propia esa segunda naturaleza espiritual que había que parir a través de una larga ascética y aprendizaje. Nacemos individuos, pero nos hacemos personas.

 

Fue fundado en tal enseñanza esencial que Platón escribió su obra cumbre de ciencia del Estado en la que explicó cómo debía estar organizada aquella sociedad en la que los que se podían gobernar a sí mismos gobernaban al resto. Y ante quienes le criticaban que su Estado ideal era irrealizable y "utópico", debido a la naturaleza del hombre natural siempre reacio en ser rectificado, en razón de su tendencia espontánea a querer conservar el estado inmediato que se encuentra con el nacimiento biológico, manifestó que lo que él planteaba era un modelo, no una plataforma política, al cual era posible aproximarse en mayor o menor medida y que dependía de los seres humanos la capacidad de hacerlo.

 

Hoy luego de tantos siglos y milenios transcurridos el dilema sigue siendo el mismo. Ni el modelo ideal de Platón ha perdido actualidad, ni el Gran Hermano ha dejado de existir. Más aun este último ha incrementado su poderío, debido a la creencia irracional de que todos los seres humanos (el pueblo) pueden autogobernarse, del mismo modo que el Estado de Platón es cada vez más vigente como contraste ante el avance vermicular de su adversario y sus fracasos e incapacidad manifiesta por realizar sus metas.

 

Hoy el Gran Hermano está en condiciones de resolverlo todo. Ya no decide solamente como antes condenando a un inocente, sino hasta sobre las cuestiones más elementales de la vida cotidiana. En Holanda, por ejemplo, el Gran Hermano puede resolver a quién transplantarle un pulmón y a quien en cambio dejar morir. En la Argentina, como en el resto del mundo, puede hacerlo sobre los programas que se propalan, sin importar si se violan leyes o buenas costumbres, sin interesar si se degrada al hombre hasta la condición de las bestias, pues, tal como decía Sócrates, esta última es siempre una posibilidad que el hombre tiene. Y aun puede impedir que se proteste por tal situación, pues sutiles mecanismos que "interpretan" incesantemente su "voluntad", llamados medidores de rating, nos hacen ver que, si protestamos o amenazamos con sanciones, la respuesta del Gran Hermano será por el contrario aun más contundente al incrementar su poder de determinación haciendo que los ratings superen las marcas anteriores y que los "sancionados" terminen agradeciendo la sanción. Por lo que lo que se sugiere una vez más "democráticamente" es el silencio ante la voluntad irreversible del soberano, la cual por sí sola, por una milagrosa armonía preestablecida, se autocorregirá, en razón  del dogma esencial de la democracia por el que el pueblo es capaz de gobernarse a sí mismo.

 

Esta lógica de la resignación y la complacencia ha traído consecuencias aun más graves cuando ingresamos al terreno del mismo gobierno de las comunidades. Así pues en la ciudad de Buenos Aires, como en el resto del mundo, los políticos que participarán de las elecciones del próximo domingo han comprendido desde hace tiempo que, si quieren tener éxito en la vida, deben ser capaces de agradar al Gran Hermano, a fin de ser "nominados" y evitar ser "echados", como en las Grandes Casas que contempla diariamente nuestro silencioso soberano. Es por ello que presenciamos un exceso cada vez mayor de exhibicionismo circense por parte de nuestros candidatos, de promesas demagógicas que no se cumplirán nunca, de aspirantes achacosos que corren maratones para mostrarse jóvenes, que saltan baches, que exhiben con orgullo sus peladas o dentaduras postizas para resultar simpáticos, pintorescos y sin inhibiciones, pues en tales detalles insignificantes y superficiales consiste habitualmente la posibilidad de ser "nominados". A ello se asocia una profunda hipocresía parecida a esos juegos de seducción en donde las dos partes se engañan recíprocamente y a sabiendas sin utilizar en ningún caso un discurso sincero por el que expresan abiertamente las propias intenciones. El candidato promete algo que sabe que no va a cumplir nunca, de la misma manera que el elector sabe que le están mintiendo, pero como le gusta ser halagado acepta tal situación y porque además, como necesita de un chivo expiatorio para sus fracasos futuros, ocultará esta situación para poder decir luego que fue engañado.

 

En fin en este juego de mentiras nadie dirá nunca que hay que sacrificarse, que hay que extremar los esfuerzos para llegar a ser un gran país, sino que se prometerá siempre y nunca se exigirá. Es que el nominador necesita ser halagado y para ello siempre hallará un nominado que lo realizará.

 

La Argentina, como el resto del mundo, sólo se podrá salvar el día en que en su seno se logre agrupar una falange de sujetos capaces de gobernarse a sí mismos y dispuestos con sumo valor a rectificar al conglomerado anónimo que compone al Gran Hermano, haciendo que de su seno broten personas.

 

 

CENTRO DE ESTUDIOS EVOLIANOS

 

Este artículo fue distribuído por el Ing. Fernando M. Fluguerto Marti