El pasado 14 de septiembre el periódico milanés Corriere della Sera publicó una reseña en su página cultural relativa a la reedición de la obra juvenil de Evola Fenomenología del Individuo Absoluto por parte de Ediciones Mediterranee. Lo peculiar del hecho estribaba que la misma iba precedida por un estudio preliminar efectuado por Massimo Donà, un reputado filósofo del establishment cultural italiano en el cual reivindicaba a Evola como un filósofo de la libertad. La reseña se titulaba "Si Evola se convierte en el filósofo de la libertad" y estaba precedida por el siguiente subtítulo "Provocaciones: una nueva interpretación por afuera de la mitología pagana y racista" y más abajo se ponía: "Máximo Donà redescubre al maestro espiritual del pensamiento reaccionario". Como es de imaginar el artículo era sumamente crítico respecto de la actitud asumida por Donà y en el mismo se pretendía refutarlo con ciertas actitudes asumidas en vida por Evola, como su reivindicación de cierto nazismo, lo cual exige un análisis profundo alejado de los apasionamientos actuales, y aun luego de la Segunda Guerra por ciertas críticas asumidas respecto de los negros norteamericanos. A nuestro entender esto último se trata de un aspecto totalmente accidental del pensamiento evoliano y que de ninguna manera compromete el conjunto esencial de su obra. De todos modos, aun con las limitaciones propias del régimen y de sus prejuicios,  reputamos como sumamente positivo el hecho de que se haya abierto al menos en la sociedad italiana un debate sobre la figura de Evola. Al respecto reproducimos una breve defensa del mismo publicada en internet por Librería Ar

 

 

POR EVOLA

 

Marino Freschi

 

Parece que, parafraseando el  Manifiesto de Marx, un espectro está recorriendo nuestras letras italianas. Se trata de Julius Evola, o bien como firmaba cuando era dadaísta, Jules Evola, o bien, según el registro civil, Giulio Evola, personaje sumamente discutido y discutible, que luego de décadas de ostracismo vuelve cada tanto en escena para ser vuelto a publicar, a revalorizar o a ser nuevamente condenado. Esta vez el affaire renace con la reedición de su obra filosófica juvenil, Fenomenología del individuo absoluto la que gustara incluso a Benedetto Croce y que marca el pasaje de la filosofía al esoterismo mágico por parte del inquieto intelectual - perdón, del inquieto barón siciliano. Evola despreciaba a los intelectuales como por lo demás a los múltiples futuristas y vanguardistas de los más dispares pelajes. En una circunstancia recuerdo que le hablé por teléfono para preguntarle respecto de un libro suyo que no lograba encontrar. Recuerdo que lo llamé "Señor Profesor" y él me fulminó replicando que no era un profesor. Ésta era otra manera de ser intelectual y Evola transcurrió gran parte de su vida estudiando y escribiendo una cantidad increíble de libros, artículos, ensayos y traduciendo un poco desde todas las lenguas, hasta del chino (como en el caso Tao Te ching).

 

Sus mejores traducciones son del alemán, que conocía muy bien, como lo demuestra la traducción aun válida del opus mastodóntico de Spengler, La decadencia de Occidente. Hombre de pensamiento que dividía y divide aun las pasiones, gurú de la derecha radical, que sin embargo no había nunca adherido al fascismo, al que reputaba culpable de haber aceptado el Concordato con el Vaticano, si bien luego contempló con interés y admiración estética al Tercer Reich. Fue esta última su máxima culpa, la que le ha lanzado y sigue lanzando descrédito sobre toda su obra y que le valiera la damnatio memoriae. Cuando era joven recuerdo que una vez solicité en una librería una obra suya y el vendedor, un señor que otras veces se me había mostrado gentil y amigable, me fulminó con la mirada, diciéndome que las obras del "filósofo loco" no estaban admitidas en esa librería. Y tal excomunión sigue existiendo todavía y lo confirma el reciente artículo Por favor, Evola no! - aparecido en el suplemento cultural del Sole-24 Ore del 16 de septiembre por parte de la filósofa Roberta De Monticelli, che responde de manera indirecta a la intervención sustancialmente positiva de Dario Fertilio aparecida en el <<Corriere della Sera>> a propósito de la introducción de Massimo Donà, filósofo politically correct, a la Fenomenología evoliana, reeditada por Edizioni Mediterranee.

 

De Monticelli, estudiosa del pensamiento agustiniano, se escandaliza por la apología del filósofo siciliano, y lo critica recurriendo nada menos que a San Francisco que, si bien era místico, sabía muy bien que la oscuridad de las tinieblas se derrota con la luz del saber.  Su argumento se desarrolla apuntando hacia el plano de los valores.  Para De Monticelli el valor se encuentra en el <<saber que ve en relación con una vida de búsqueda y no el lugar del choque entre amigo-enemigo>>. Su crítica se amplía incluyendo a Schmidt y a Heidegger y, si bien no mencionados, a los italianos Cacciari e Volpi. Se queda uno francamente perplejo al leer expulsiones tan totales y condenas tan sumarias. Evola por décadas ha sido uno de los raros intelectuales italianos que estudiaba, practicaba, frecuentaba culturas inusuales con intereses profundos y auténticos que lo llevaron a escribir libros aun actuales sobre alquimia, yoga, budismo en épocas en las cuales en Italia no se sabía casi nada de tales experiencias culturales y que hoy son demasiado banalizadas.

 

El camino intelectual de Evola es uno de los más extraordinarios y raros que haya habido y que se reclama sin duda alguna a figuras como Michelstaedter (conocido por De Monticelli), al Papini de la <<Voce>>, de pocos otros italianos, mientras que en Europa desde Yates hasta Jung, desde Guénon hasta Jűnger, desde Rilke hasta Scholem había surgido un intenso debate y una febril investigación interior. Yo considero que la cultura no se debe cerrar a nada. Evola ha pagado con demasiada dureza sus elecciones contracorriente.  Nunca ha estado al servicio del Príncipe, antes estuvo contra el fascismo, luego contra el antifascismo, terminando incluso en la cárcel, procesado y arrastrado a los tribunales a pesar de su grave enfermedad. No es un mártir ni una víctima, ni nunca lo ha querido ser. Su obra tiene todo el derecho de ser discutida y representa una verdadera contribución  a la apertura universal de nuestra cultura desde los experimentos dadá de su juventud hasta las obras tardías como Cabalgar el tigre, que gusta incluso a los no global.