PRAGMATISMO Y DECADENCIA. DE LA EDAD DE LOS SABIOS AL DESGOBIERNO DE LOS MEDIOCRES por
Jorge E. Camacho (Extracto
del Cap. XII de mi ensayo: En Torno al Misterio de La
educación en el mundo tradicional, tanto en la edad antigua como en la
medieval, se encontraba destinada fundamentalmente para las castas
dirigentes y a para quienes debían cumplir un protagonismo histórico
sobresaliente; allí encuentra su profundo sentido la formación de la
elite y por un instante desfilan por nuestra memoria un sinnúmero de
escuelas y ordenes desde los tiempos más arcaicos, como las guerreras por
ejemplo, como las constituidas por los duros y heroicos
espartanos, donde por el contrario de lo que se suele pensar,
predomina la preparación espiritual sobre la física (Cf. Denes Marto:
Los Espartanos, ver: www.laeditorialvirtual.com.ar). Lo cierto es que ésta
constante disciplina-educativa siempre se nos presenta renuentemente así,
y allí están esas escuelas y ordenes que testifican ese varias veces
milenario saber en el acontecer histórico de las edades, desde las
ordenes más antiguas, pasando por las ordenes medievales, tales como:
sanjuanista, templario, teutónica, entre otras (ver: P. Alfredo Saenz: De
allí que, amar la sabiduría irrumpe en nuestra existencia como un deseo
de ser dioses, es la aspiración efectiva de todo filósofo para poseer el
Bien por siempre y llegar a prescindir de la filosofía como los dioses,
cuando se haya conquistado el saber. “Antes
en un tiempo que está más allá de este tiempo, en una dimensión que
hemos denominado mítica tan sólo porque no ha dejado rastros tangibles
(pero que no por ello resulta menos real que la actual e “histórica”),
la raza originaria, la denominada estirpe boreal de los hiperbóreos, la
de los hombres de los huesos blandos, no hallables por lo tanto a través
de los procedimientos de la moderna antropología, la raza andrógina
que poseía en su seno la dualidad sexual, y que por lo tanto no estaba
determinada por el deseo como la actual, esta estirpe originaria de la
humanidad no se hallaba sometida a procesos irreversibles como los que
constituyen en cambio y son los reputados esenciales por el moderno. En
ese tiempo el hombre era libre y la muerte y la decadencia no era su
condición normal. Tal edad, que se ha calificado como áurea, no estaba
determinada en su duración por un tiempo fatal que le resultaba extrínseco
a ella misma. Podía haber durado ilimitadamente, podía haber sido
posible que nunca hubiese existido una sociedad matriarcal. Lo esencial en
esta forma originaria no era pertenecer a una determinada especie, sino la
realización del hombre como Individuo y por lo tanto en el despliegue
absoluto de la propia libertad. La
vida era concebida tan sólo un medio para trascenderla, como un trampolín
y no una meta final o un océano en el que disolverse, como acontecerá
luego en el período ulterior. Y puesto que lo esencial era el Individuo y
no la especie, éste no se hallaba determinado por procesos históricos
irreversibles pues en el mismo era siempre la libertad la ley suprema de
la propia existencia. Consecuentemente con ello, en contraposición con lo
que acontecerá luego con la sociedad matriarcal, los hombres debían ser
desiguales y su sociedad debía ser jerárquica en función del grado de
libertad que cada uno de sus integrantes hubiera podido realizar.
Resultaba una cosa absolutamente inconcebible y absurda en ella y
considerado como un signo de degradación fijar límites a las libertades,
tal como mienta la modernidad, pues el acto mismo de coartarlas
representaba un verdadero contrasentido, pues se comprendía que mientras
que lo propio del mundo del hombre es el despliegue de una potencia
infinita que le permite incluso superar la propia condición, ponerle límites
a las mismas era degradarlos al plano de las bestias, las que en cambio se
caracterizan por comprenderse y reducirse en la finitud de la propia
especie. Y era también el hecho de ser libre el fundamento que establecía
en el plano social los deberes y derechos de las personas, los que, lejos
de ser los mismos para todos, tal como en nuestros tiempos caducos de
liberalismo y democracia, los mismos variaban según el grado de libertad
que se tuviera, siendo pues ésta tan sólo el principio que determinaba
el Derecho y no a la inversa como en nuestros días, en modo tal que el
que más podía más debía y
en consecuencia más tenía el derecho y el deber de ser faro de luz y
fuente de elevación para el que resultaba ser inferior en el despliegue
de sus posibilidades existenciales. Ha debido acontecer un severo
decaimiento para que este orden normal cesara y diese lugar en
contraposición a un ciclo signado por el devenir y el cambio incesante. Y
la decadencia ha acontecido en el momento en el cual las razas superiores,
aquellas que eran paradigma vivientes para el resto de la humanidad, las
que por tal causa gobernaban, los pertenecientes a una casta que por sus
acciones era de carácter guerrero-sacral, cesasen en su función de guías,
sucumbiesen dando lugar a un proceso de incesante caída hasta arribar a
la actual edad de hierro en la cual nos encontramos. Con la decadencia ha
sucedido que el que manda, en un acto de impotencia, deja de referir a sí
mismo la fuente del poder y de la legalidad y se la remite en cambio a
otra cosa ajena, a un ente que en el fondo es abstracto y ficticio. (…). Nace
así el absurdo principio de la soberanía popular, el cual no es sino una
burda ficción, ya que, tal como dijéramos, puesto que el pueblo en sí
mismo no existe, sino tan solo las personas singulares, las que son reales
por la libertad que despliegan, por lo tanto menos aun puede poseer
voluntad propia y soberana, sino que siempre en última instancia serán sólo
las personas las que verdaderamente decidirán y resolverán. Sin embargo
tal ficción engañosa se ha creado con una finalidad muy precisa que es
que en vez de ser los que más pueden quienes desempeñen verdaderamente
la soberanía, la misma pase a ser ejercida por los sectores que en cambio
son carentes en su condición existencial, los pertenecientes pues a las
dimensiones sociales más bajas y animales, a las castas económicas, las
que poseen el dinero, las que por lo tanto se encuentran vinculadas a la
dimensión inferior de lo humano”. (Cf. Marcos Ghio: El Héroe y Esas
son las razones fundamentales por las cuales el mundo anda patas para
arriba, con el acenso de la burguesía (1), se produce el final del mundo teocéntrico
y el inicio de la mentalidad moderna: antropocéntrica,
racionalista-materialista. Desde entonces la conducción de la sociedad ha
caído en poder de las castas económicas-empresarias, la de los
mercaderes, éstos son los negociadores, o sea los negadores del ocio, los
precursores de la anti-contemplación, los cultaricidias, los nómades del
desarraigo, los traficantes de valores, los idólatras del dinero, los caníbales
del espíritu. Son los que han acelerado el trastorno del mundo moderno,
con su mentalidad mercachifle, hedonista, usurero, propio de financistas timberos, de estafadores, tránsfugas oportunistas, de zánganos
empedernidos. Ellos son presentados en todas partes por el mundillo
vermicular - que presumen y se
precian de “expertos” académicos, profesionales, consultores,
comunicadores, o simplemente ganapanes, pero siempre mediáticos -;
son presentados decíamos como los arquetipos a imitar para lograr
bienestar, progreso, eficiencia, sin lo cual no es posible alcanzar la
panacea de la humano felicidad. Para ello es indispensable la acumulación
de riqueza, como forma de asegurar el control del poder, pues, sin eso es
utópico cualquier vía de realización; por ello el pensamiento moderno
(racionalismo mediante) se han visto dotados en estos últimos años, de
un pre-supuesto filosófico (diríamos más bien ideológico), el pragmatismo,
filosofía que desde sus paradigmas, tiene por objeto: obtener ventajas;
sin verse atrapado en las redes de aquella antigua ética y/o moral
tradicional. Hablar
de pragmatismo es hablar de la
enfermedad moderna más calcinante para la racionalidad humana. El mismo
ahoga la existencia plena de las facultades del alma, pero no podríamos
ahondar en su explicación, sino definimos antes una corriente filosófica
que la precede y sustenta, presentándose ya en su época como degradante
del pensamiento del hombre, y que le valiera las admoniciones de Sócrates,
un filósofo moralista, pero que ya no contaba éste con la formación de
la anterior gran sabiduría, tal filosofía degradante, tuvo su origen en El
pragmatismo (del griego
“pragma”: acto acción), es la doctrina que sustenta, que el único
criterio válido de la verdad o falsedad es el resultado que da una
determinada suposición. Así la verdad es completamente relativa al
resultado que da. Una suposición puede ser verdad hoy, porque da
resultados, y ser falsedad mañana, porque ya no resulta y volver a ser
verdad pasado mañana porque vuelve a ser fructífera, es lo absurdo del
nihilismo y encaja perfectamente en la superficial mentalidad del parasito
errante “homo-economicu”;
que por lógica no podría ocuparse de las realidades trascendentes. La
verdad en el pragmatismo es un valor relativo, mudable y no absoluto, es
por eso que sus adherentes se comportan como camaleones, cambian de color
(de ideología, de idea, de interés, de bandera) según la ocasión. El
principal promotor del pragmatismo fue el burgués norteamericano Willam
James (1842-1910), precisamente desde La
verdad es ajena a todo resultado concreto y vive en un mundo que nadie
puede variar. Porque, los resultados correctos
- ético-morales -, son
las consecuencias de emplear medios buenos, aptos, para fines lícitos.
Pero esa monstruosidad de concepción que es el pragmatismo, no sólo en
el pensamiento humano como definición de la realidad, sino como pura acción
en el individuo y en su faz social; determina el materialismo más crudo
en el pensar y en el hacer; y en el afecto concreto que se observa desde
el acto de gobernar la polis, o más bien el desgobierno de la
infrahumanidad. Es
por ello que desde nuestra apreciación del gobierno de los pragmáticos,
que hoy conducen los destinos del mundo, decimos; es el “gobierno” de
los peores, donde converge: la caquistocracia (gobierno de los que no valen nada, de los peores);
la xiristocracia (gobierno de
los mediocres); la oclocracia
(gobierno de un populacho corrompido, tumultuoso, con su voluntad viciada,
confusa, voluble, injuiciosa o irracional, es la tiranía de la mayoría
inculta); la cacocracia
(gobierno de los ladrones diestros, de guantes blanco); la cleptocracia
(gobierno de los ladrones); la oligarquía
o plutocracia (gobierno de los
dueños de la riqueza mediante la cual se compra voluntades a través de
la financiación irregular de los partidos políticos o de sus
representantes, con aportes privados o con el despilfarro de los recursos
públicos); la estocastocracia
(gobierno del azar, de los timberos);
la partidocracia (dictadura de
los partidos políticos anteponiendo los intereses partidarios o de la corporación
partidocrática, sobre los supremos intereses de Pero
¿qué es el hombre masa? Bernardino Montejano, en un trabajo titulado: El
Pensamiento Político de Dante y su Actualidad, Bs. As. 6-8-2009.
Estudiando a Dante Alighieri, escribe: “¿Qué es la masa? Algo que no
tiene trama, urdimbre ni estructura. El
hombre masa carecee de raíces históricas, sociales y sagradas. Es un
desarraigado, vaciado en su interior, robotizado, que responde a estimulos
externos, veleta, capaz de seguir hoy una bandera, mañana otra. Es la
versión contemporánea de los “borregos de la historia”, de que
hablara Max Scheler. Esas
gentes masificadas son ciegas, porque, como advierte Dante, carecen de la
luz de la discreción, ya que “ocupadas desde el principio de su vida en
algún oficio determinado, al que enderezan su ánimo por la fuerza de la
necesidad, de tal manera que no atienden a otra cosa…estos
hombres deberían llamarse borregos y no hombres, porque si una oveja se
arrojase desde una altura de mil pasos, todas las demás se irán tras
ella… Y yo mismo vi hace ya tiempo tirarse muchas ovejas a un pozo,
porque una saltó dentro de el creyendo tal vez, saltar una pared, a pesar
de que el pastor, llorando y gritando, se ponía delante de ellas con los
brazos y con el pecho” (El Convite, 1, XI, 9 y 10, en Obras Completas,
B.A.C., Madrid, 1956, p. 724). Esto nos hace recordar también a la parábola
del Evangelio donde ciegos guían a otros ciegos (Mateo 15-14). Es
curioso observar que todo ello se encuentra a tono con la actitud cada vez
más masificante de una edad oscura y caótica. Las masas históricamente
se presentan con una mentalidad femenina, son emotivas y volubles, siempre
reaccionan emocionalmente, jamás racionalmente. A veces lo hacen
compasivamente, otras despiadadamente, pero constantemente se comportan
como una plastilina en las manos de sus dirigentes o de los mas-media
(medios masivos de comunicación de la actualidad); no piensan con cerebro propio, son sensibles y fácilmente
moldeables, manipulables; “siempre permanecen en la infancia” nos lo
dice Goethe, se asemejan a la ingenuidad de los niños. No acumulan
memoria, ni sabiduría. Cuanto más ignorantes, más inocentes y por ende
más sanas. En
contraposición la elite moderna se presenta contagiada por la religión
del consumo y por lo tanto atrapada por los hábitos de la mediocridad
masificante de la modernidad, mediática, telemática, contaminada de
cosmopolitismo, maquiavelismo, materialismo, pragmatismo y por lo mismo
tremendamente peligrosa, inteligiblemente perversa. Por
otra parte las masas modernas teledirigidas, semi-ignorantes,
semi-analfabetas, semi-instruidas son mucho más nocivas que las antiguas
analfabetas, porque creyéndose informadas padecen de una soberbia
petulante y por ende de una visión estrecha y fragmentada que las torna
mentalmente brutas y caóticas. Para colmo de males, debido al exacerbado
materialismo y la pérdida de los antiguos valores, son fácilmente
corrompibles, cuando no prestas a prostituirse en aras de la religión del
consumo, lo que implica el caldo gordo del los mas-media
y de los politiqueros durante las contiendas electorales, pero al mismo
tiempo ya no son tan fiables, ni siquiera para éstos, porque siempre se
inclinan hacia el mejor postor y porque el tome y daca si no es
permanente, se volatiliza a la vuelta de la esquina ante una nueva
propuesta indecente, sea esta mayor o menor cuantitativamente que la
anterior, porque generalmente siempre se vuelcan por el último que las
seduce y las contiene. Idolatran a quienes tienen fama, poder y éxito, y
están prontas a crucificarlos cuando los pierde, ¡quien podría olvidar
los pedagógicos sucesos del Cristo aclamado y una semana después
crucificado! “Los
hombre sin ideales -
dice José Ingenieros, en El Hombre Mediocre
- son cuantitativos;
pueden apreciar el más y el menos pero nunca distinguen lo mejor de lo
peor”. En cambio, todo idealista es una viviente afirmación de su
personalidad, y expresa Ingenieros, “aunque persiga una quimera social;
puede vivir para los demás, nunca de los demás”. He ahí la diferencia
entre el idealista y el pragmático. Por otra parte las masas suelen ser
desagradecidas porque miden o valoran más lo que dan o puedan dar, que lo
que reciben o puedan recibir, aunque lo que reciban sea cuantitativamente
y cualitativamente mayor. Así funcionan por esta edad sombría las masas
modernas, volátiles, anómicas y anárquicas. El pragmático es el hombre
parasitario y mediocre de nuestro tiempo. Al
compás de esta edad decadente coadyuvándose el pragmatismo, tenía que irrumpir
como anillo al dedo. Precisamente el pragmatismo, es el “gobierno” de
lo impredecible, de la coyuntura, del nihilismo, de lo errático, debido a
la movilidad relativista del racionalismo liberal, es la parálisis
sensual, es la no-idea, es la improvisación
- consecuencia cobarde del no arriesgar nada si no se tiene la
certeza de obtener mayores ventajas y ganancias meramente temporales -,
es el resultado inmediato (inmediatismo) es el aprovechar la
oportunidad, el oportunismo, el parasitismo o vampirismo (por ejemplo la
usurocracia farisaica), el ideal no les interesa, lo llaman
“idealismo”, es la primacía del individuo sobre la persona, del
parecer, no del ser, de lo que impresiona, de la imagen (sensacionalismo),
es el individualismo egoísta en detrimento del conjunto, es la idolatría
del exitismo un paradigma, y al mismo tiempo un plagio sobre la imitación
simiesca de lo exitoso, sin tener la capacidad de generar sus propias
creaciones, esto es precisamente lo más antagónico con la habilitación
de (1)
Con ella surge el pensamiento moderno cuyos fundamentos podría sin
ninguna duda atribuírselo a Guillermo de Occam y a los
humanistas-renacentistas, inauguradores del
nominalismo-antropocentrista, cuyos estrechos vínculos con la burguesía
resultan innegables. En la burguesía reside la ética del mercader, el
hombre vale por lo que tiene, no por lo que es, y la pretensión
de instaurar primeramente el Paraíso Terrestre, ante lo insondable de
alcanzar el Paraíso Celeste en un más allá al que le temen y se les
escurre penosamente. Por
primera vez el hombre de la modernidad siente pánico a la enfermedad,
a la vejez, a la muerte, a abandonar este mundo
- y por primera vez la pinta a la muerte horrorosamente calavérica,
con sotana benedictina, quizás por espanto religioso, y con una hoz
que viene a cegar la vida - mientras
que para el hombre de la tradición, este mundo era un pasaje a otro
de felicidad plena si lo conquistaba mediante sus actos
viriles-virtuosos, lejano esta el tiempo donde un San Francisco, le
cantaba a la “hermana muerte” su amor por llevarlo a
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