EL PRINCIPE JUSTICIERO

por Karl Gottman

 

En tierras bendecidas por el Destino gobernó con Gloria un Príncipe heroico llamado Dolaf  Thelir, que muchos llamaban «el inmortal». En su reino el sol brillaba más fuerte que en otros lugares del mundo, la justicia y la belleza estaban marcadas con el grandioso sello de una estirpe fundadora de grandes civilizaciones. Mujeres hermosas, blancas como la nieve, paseaban y cantaban por jardines paradisíacos, cuidando a los niños de doradas cabelleras que algún día se convertirían en los herederos del Reino. Un bosque de fresnos rodeaba en círculo el castillo triangular de Wewelsburg, donde vivía el Príncipe Thelir. Todopoderoso veía desde lo alto, como un solo ojo, todos sus dominios. Caballeros con poderosas armaduras y afiladas espadas, entrenaban día y noche para el combate, su vida era la lucha y lo hacían para defender el esplendoroso Reino ante intrusos, extranjeros y saqueadores de otros pueblos invasores.

En el reino de justicia todos los trabajadores vivían contentos sabiendo que su trabajo contribuía a la riqueza de todo el pueblo.  Todos juntos unidos y felices, aportaban su esfuerzo y dedicación para forjar un futuro común de riqueza común. Un pueblo de esencia rica, produce riqueza a su alrededor. Un pueblo de esencia bella, produce belleza a su alrededor.

El honor, la lealtad, la creatividad, el sacrificio y el heroísmo por el prójimo, unidos a la belleza y perfección que imprimían en cada acto y expresión de la vida, demostraban que el Superior elige a los Superiores.   

Este pueblo se llama Oria, y todos en el mundo reconocían los dominios donde gobernaba Thelir como el «Reino de Orias».   El Reino de Thelir era el reino de la Luz y el Orden, y se oponía al reino de la oscuridad, las tinieblas y el Caos.   

El pueblo de Dolaf Thelir había vencido y triunfado en mil guerras contra otros pueblos. Al ejército del Reino de Orias lo llamaban “El Invencible”. Nadie había podido vencer a este milenario pueblo heroico, victorioso en todas las guerras. De este modo el ejército del reino aseguraba la paz y la prosperidad de todo el pueblo oria.

Pero un día el príncipe Dolaf Thelir tuvo que emprender un gran viaje hacia tierras lejanas, dejando por un largo tiempo su amado reino. La promesa de un Retorno había quedado plasmada en la memoria de todo gran hombre del Reino de Orias.

En ese momento de desprotección y orfandad, un pueblo enemigo se preparó para invadir el glorioso Reino de Orias.

Los Dujois eran el pueblo invasor, un pueblo miserable que vivía en el desierto y nunca había logrado nada por si mismo; como ratas iban de un lado hacia otro, destruyendo aquí y allá, comiendo los desperdicios de otros pueblos, y robando también todas sus grandezas para luego mostrarlas como suyas.

La envidia abominable y malvada de los dujois los llenaba de odio interior ante todo lo grande, bello y superior. Al ser los representantes del reino de las tinieblas y la oscuridad allí donde ellos se asentaban, no soportaban ver nada que irradiase Luz y belleza. Este pueblo abominable de alma oscura quería que todo quedase a su nivel, es decir el nivel más bajo, y mediante el rebajamiento de lo Superior lograría finalmente reinar como tuerto entre ciegos. La envidia delirante de los Dujois les llevó a pensar que ellos mismos tenían derecho también a un reino glorioso.

Los enanos jamás quisieron admitir que la Creación de los reinos Superiores como el Reino de la Luz, el Reino de Orias no es una cuestión de Voluntad, sino de capacidad innata. La Voluntad puede dar solo dominio, pero no Civilización y Luz. Los Dujois al no poder crear completamente por si mismos un reino y civilización real, decidieron vivir como parásitos entre los otros pueblos. Y con tan poco, se convencieron de su “predilección” entre todos los pueblos, sin admitir que son en realidad un pueblo de capacidades sesgadas y limitadas.

La invasión de los Dujois al Reino de Orias, no sería como la que habían emprendido otros pueblos, esta vez no sería ni con espadas, ni con balas sino con la trampa y el engaño. La invasión que este pueblo llevaría a cabo contra los Orias sería silenciosa, su malvado y astuto líder Faicas copió la estrategia de la antigua Troya y ordenó a los invasores esconder su actitud de dominio bajo los disfraces de tiernas y mansas ovejas. La orden fue disfrazarse de pobres y oprimidos, e indicó que todos debían lamentarse eternamente de su mala suerte, debían contarles eternamente a los orias que venían huyendo de las siempre injustas persecuciones y catástrofes. De tal modo, la idea de Faicas era que los Orias abrieran ellos mismos las puertas del Reino a todos los invasores Dujois disfrazados, pero para eso debían todos disfrazarse de refugiados.

Los mentirosos invasores simularon ser personas con buenas intenciones, pero detrás de la falsa sonrisa, escondían los cuchillos para asesinar a todos por la espalda y quedarse como dueños y amos del gran Reino de Oria. La legendaria estrategia infalible de Troya sirvió e inspiró a estos representantes del reino de las tinieblas y el caos, como un arma letal contra aquellos que ingenuamente, por piedad, recibirían a los invasores como inofensivos huéspedes.

Lo que nadie había podido lograr con la espada, los dujois lo habían logrado con la trampa y el engaño. El huésped maldito entró en los jardines del glorioso e inigualable Reino de Orias, allí fueron atendidos como víctimas que debían ser socorridas. La piedad del hombre oria fue su mayor debilidad.

Al principio el huésped fue recibido solo en el jardín del reino, pero para Faicas eso era poco, su pueblo dujoi no quería solo entrar al Reino de Orias, ahora quería comenzar a ganar los privilegios de los mejores orias. Faicas comenzó así un plan para el robo masivo de riquezas y posiciones de poder dentro del propio Reino de Orias. Para ello debían engañar a todos los orias convenciéndolos de que todos los pueblos y razas eran iguales, hijos de un mismo Padre. Así recibirían el trato y los privilegios como si fuesen “hermanos” de una civilización milenariamente rica en todos los sentidos. 

El huésped invasor se fue convirtiendo en un huésped eterno, todas las legiones de dujois estaban colectivamente entrenadas para saludar gentilmente a todas las gentes del Reino de la Luz, cuando las veían pasar de frente, mientras en silencio y por detrás, el saqueo y el pillaje era su verdadero pasatiempo. Mientras los orias trabajaban por el pan diario y se sacrificaban para defender el reino; mientras los mejores morían en guerras para conservar el legado milenario, los advenedizos dujois vivían sanos y salvos sin trabajar, explotando constantemente el trabajo de los orias.   

Como representantes del reino de la oscuridad esparcían hacia su alrededor un manto de tinieblas y decadencia. Faicas ya había entrado incluso en el palacio, primero como representante de los huéspedes, luego como “consejero”. Ante el primer descuido de los orias, se lo vio a Faicas sentado en la punta de la mesa del gran palacio, dando órdenes. Su gran engaño comenzó con la prédica de la igualdad, así el noble y piadoso oria creyó que era igual al extranjero y sin darse cuenta dio iguales derechos al pueblo invasor que había entrado al Reino de Orias como un Caballo de Troya. “¡Igualdad de derechos!” exclamaban los invasores travestidos de tiernas ovejas.

La decadencia fue creciendo a medida que el huésped se convertía en amo, y del otrora esplendoroso reino solo quedaban nostálgicos recuerdos.

Como la pesada niebla, el sufrimiento y la injusticia invadieron todos los rincones del reino. Los orias soportaban la carga de un pueblo invasor que los esclavizaba y toda la riqueza y el conocimiento iban quedando en manos del invasor. Pero el maligno Faicas veía que el engaño podría durar solo por algún tiempo, no eternamente, entonces el nuevo objetivo fue eliminar y exterminar a todos los orias. De ese modo ninguna revolución sería ya una amenaza para los huéspedes convertidos artificialmente en amos.

Para eliminar a los creadores del Reino de Orias, es decir al pueblo de la Luz, los dujois  habían manifestado la necesidad de eliminar la esencia y la estirpe de los Orias. Así los dujois lograron abrir con su influencia, las puertas del Reino para que otros pueblos de saqueadores y vividores entraran al mismo, conformando el primer paso para la mezcla de los orias con esos pueblos retrasados. De este modo los grandes orias serían exterminados mediante el mestizaje, perderían su vida, su diversidad, su individualidad y su esencia primigenia.     

La basura invadía las calles y el hedor de los invasores de color era insoportable. El crimen, la pobreza y los vicios se multiplicaban, la degeneración y el libertinaje sexual se expandían como la peste; la belleza con estilo fue reemplazada por la fealdad multicolor.

En todo ese Caos, los dujois brindaban de felicidad, pues esa era la esencia de su Reino de oscuridad. Este pueblo parásito estaba matando al gran cuerpo en el que se hospedaba, y prefería inflar su propio ego alabando su dudosa proeza, antes que admitir que desaparecido el generoso cuerpo, el mismo parásito tarde o temprano moriría.

Los orias tradicionalmente laboriosos, debían ahora soportar no solo a los dujois sino a varios pueblos de la oscuridad, debían soportar el peso de todos los huéspedes extranjeros en sus espaldas, los invasores se instalaban de a miles, sus únicas armas eran la compasión que ganaban con su pobre aspecto y su capacidad de pedir derechos de igualdad.

En las capas altas los Dujois se apoderaban de toda la gran riqueza de los orias, mientras que en las capas bajas, los demás extranjeros se multiplicaban velozmente incrementando la pobreza, y se dedicaban al pillaje, al crimen directo y a vivir del trabajo de los orias. De este modo los orias eran expoliados silenciosamente en su propio hogar, en su propio Reino, los no-orias eran sostenidos por el trabajo oria y toda la riqueza milenaria era disfrutada por otros pueblos, que con el solo salto de la frontera pasaban a disfrutar de siglos de evolución que por si mismos jamás hubieran logrado aisladamente. Al quedar el Reino de los Orias ocupado y oprimido por un pueblo de esencia falsa, toda en el ambiente se volvió falso, incluso las palabras más bellas fueron violadas. Se hablaba de libertad cuando nunca había existido tanta esclavitud, la paz que se buscaba era en realidad sumisión al ocupante y al invasor, y la reacción a la opresión era vista como el peor de los males. Las guerras solo tuvieron como móviles fines económicos, ya no existían guerras de independencia o guerras justas por causas elevadas. Se hablaba de prosperidad y progreso cuando jamás había existido tanta decadencia espiritual. Los líderes del pueblo se convirtieron en marionetas de los invasores, serviles a sus intereses y contrarios a los de su propio pueblo natural. La corrupción fue el arte de los dirigentes; la riqueza fue la única vara y patrón para medir el valor de los humanos; los pueblos adoraron falsos ídolos y odiaron a sus libertadores. Se perdieron todos los límites y los pueblos fueron anarquizados. Las tradiciones particulares fueron barridas por conductas cosmopolitas.

La injusticia se instalaba en el Reino y en todo el mundo. Algunos pocos jóvenes orias, veían que los huéspedes se multiplicaban increíblemente rápido y en mayor proporción que ellos mismos, si nadie ponía fin a esta ola creciente de oscuridad, no serían ellos quienes heredarían el Reino que sus ancestros habían forjado con su sangre, su sudor y sus lágrimas, sino que los herederos del Reino de Orias serían estos extraños huéspedes multicolores.

La opresión que sufrían los orias era terrible, sin embargo estaban tan estupidizados que defendían mayoritariamente al enemigo ocupante, pues a pesar de las evidentes diferencias y agresiones que sufrían, se sentían con la extraña idea de que debían admitirlos como hermanos de sangre, como iguales. El invasor dujoi había sabido explotar la mayor debilidad de los orias: una piedad muy marcada y un extraordinario sentido de bien común, que orientados de tal forma y en tal sentido podrían beneficiar a los intereses de los dujois y perjudicar a los Creadores del Reino.

Así un Pueblo de Amos y Señores, se convirtió en un pueblo miserable de esclavos ciegos. La religión de las ovejas debilitó interiormente a los Orias, otrora invencibles lobos depredadores.   

Todos los orias intuían el mal y la oscuridad, pero no sabían cual era exactamente su origen; el Gran Laberinto era demasiado complejo para sus mentes entretenidas con cuestiones intrascendentes. Los dujois eran hábiles en esconder sus colmillos y desviar, lejos de si mismos, la furia inconciente del cuerpo que se defendía.

Los orias más despiertos anhelaban el retorno del Príncipe Dolaf Thelir, porque habían reconocido en él a un emisario inmortal de la Luz, los cielos, la justicia, la belleza y el orden; recordaban el ejemplo del amor y la entrega que el heroico príncipe había dedicado a los orias. Recordaban su radicalidad, su voluntad de acero, su inflexibilidad y poca piedad con los invasores, así como también su agudo olfato para detectar el origen de los olores más pestilentes. Jamás olvidaban su marcado pragmatismo y su capacidad de solucionar los problemas más complicados. Recordaban su sacrificio y su lucha por la victoria y la grandeza de los orias y su glorioso reino. Recordaban con nostalgia sus grandes discursos donde enseñaba que la estirpe alba, creadora de grandes civilizaciones tenía como característica principal su idealismo próximo.

El sacrificio individual del oria valía para el bien de todos los orias. La naturaleza eterna había elegido a los hijos de la Luz y había dotado su sangre de capacidades innatas para crear Civilización, Orden y Belleza, mientras que la misma naturaleza había excluido de esta misión divina a otros pueblos, que envidiosos, solo podían aspirar a victorias pasajeras y artificiales usando el engaño, el robo y el saqueo de toda riqueza espiritual y material de los orias.

Cuando todo parecía perdido, la esperanza volvió a los orias. Dolaf Thelir regresaba de su largo viaje a lejanas tierras del sur, acompañado por un grupo de leales y despiadados Caballeros, bravos guerreros preparados y entrenados para un nuevo combate heroico por la liberación de los orias. Amantes de las guerras justas y creativas, prepararon sus municiones para atacar y eliminar al invasor sin indulgencia y sin piedad. La cacería llamaba al lobo interior de todo oria. Los tiempos de revancha se aproximaban.

Dolaf Thelir sabía el secreto de la victoria para acabar de raíz con todos los males del mundo.

Los dujois y otros pueblos pululaban en las calles de la decadencia, multiplicándose como cucarachas, eran demasiados y era difícil solucionar todos los problemas al mismo tiempo. Algunos guerreros orias veían con desánimo tales cantidades, y hasta hubo algunos a quienes la poca fe parecía vencerles. Pero el sabio Thelir les recordó que el Destino les había proporcionado una nueva selección de superhombres donde los más fuertes estarían dispuestos a luchar, que la calidad siempre se imponía a la cantidad, y la mejor de las calidades estaba siendo causalmente seleccionada. En su gran lección afirmó que: si había gran cantidad de invasores, grande sería la cacería y grande sería el regocijo del cazador triunfante!!. Un gran cazador requiere de una gran presa.  

Thelir priorizó por orden jerárquico cual era la mayor amenaza, y por allí comenzó. La mayor amenaza era la desaparición del propio pueblo de la Luz, entonces ordenó a sus caballeros obedientes propagar en la primera etapa de la revolución, la verdadera cara del mal, y la verdadera cara del enemigo, y junto a ello un programa inmortal de lucha y autoconciencia.

En solo 12 minutos de un eterno día domingo, Thelir iluminó las conciencias de todos los orias oprimidos. Esa Luz que vino «de arriba» iluminó a quienes estaban predestinados a recibir la Luz. Allí comenzó el verdadero «despertar», allí comenzó la Gran Guerra Sagrada. La autodestructora religión de la piedad fue reemplazada por la verdadera religión natural de la sangre y la creativa energía vigorosa. La esencia de un antiguo Dios sabio y guerrero volvía a destellar en el interior de los hombres honorables que lo habían olvidado. Un gigante dormido despertó luego de milenios y las poderosas corrientes subterráneas generaron el mayor cataclismo universal de todos los tiempos.

Pero aún era todo demasiado pronto, demasiado rápido. Pasado los 12 minutos, hubo quienes incluso una hora más tarde todavía no habían logrado comprender la gran epopeya. Acostumbrados los hombres a pastar como ovejas vieron a los superhombres como demonios. Un viejo profeta de la voluntad de poder ya lo había vaticinado…      

El inmortal Thelir en su eterno retorno, preparó con su elite de guerreros leales un nuevo asalto al Castillo que había sido tomado nuevamente por el invasor. El primer paso para diezmar a la bestia-parásito sería quitarle su poder, su riqueza y descabezar a la fiera. La eliminación de Faicas como guía de todos los dujois era una necesidad primera, porque un pueblo sin su elite es un pueblo sin guía, y por ello un pueblo sin destino, fácilmente doblegable.

El parásito invasor había crecido mucho, pero esto no atemorizaba a los mejores guerreros de espíritu heroico, porque en su sangre llevaban el sello de la victoria final.

Prepararon el asalto para una calurosa noche de un martes en penumbras. Thelir ordenó a sus guerreros del alba, que se camuflaran de negro para que nadie los vea en la oscura noche. Con pies de paloma se movían sigilosos entre espinados arbustos. Para no ser reconocidos en un mundo en tinieblas era necesario disfrazarse, si era necesario, de la misma oscuridad.

Faicas estaba dormido muy cómodo en su sillón de mando.

Siguiendo viejas tácticas orias de guerra, el asalto sorpresa sería como un relámpago. Los Caballeros orias habían previamente identificado mediante un estudio, a todos los lugartenientes dujois, sus posiciones y riquezas. Habían identificado a toda la elite del invasor que habitaba en todos los rincones del Reino. Las grandes riquezas que los Dujois habían robado a los orias, serían recuperadas y repartidas como botín de guerra entre los Caballeros leales a la causa y los mejores elementos del pueblo oria.  

Antes de atacar el Reino y el castillo, prepararon el ambiente con un brebaje hipnótico capaz de «despertar» a las muchedumbres alienadas del pueblo oria que habían llegado incluso a postrarse frente al invasor.  

La pólvora de todas las municiones del invasor extranjero fueron cuidadosamente mojadas para que sean estériles ante el inminente ataque sorpresa.

Finalmente como un relámpago se dio la orden simultanea para atacar al mismo tiempo todos los rincones del Reino. Los Caballeros y Thelir como una minoría hacían frente a un gran Reino de decadencia y oscuridad; su lucha de por si, ya era heroica, y la forma de lograr el objetivo estaba sujeto a su eficacia y eficiencia. Thelir fue en busca de Faicas, quien aún dormía cómodamente, y deseoso de venganza y justicia Thelir no se conformaba con solo eliminarlo, quería que antes de que Faicas muriese pueda sufrir por lo menos una parte del tremendo dolor que había causado a los gloriosos orias. El Príncipe justiciero trituró los dedos del maligno Faicas y luego sus piernas, y antes de matarlo lo arrastró hacia el ventanal del Castillo para que observase el espectáculo del triunfo de los orias sobre los dujois, el triunfo de la luz sobre la oscuridad.

Mientras le mostraba por la ventana el gran espectáculo, se veía que cada Caballero oria tenía su objetivo en la mira, eliminaban sin piedad toda la elite del pueblo invasor. Diezmar al resto solo sería cuestión de tiempo. La expulsión sería una posible solución pero algo tibia, demasiado anodina, demasiado cobarde e injusta para las millones de víctimas orias inocentes, oprimidas durante mucho tiempo por el pueblo dujoi. Las víctimas orias clamaban desde su tumba justicia, venganza y compensación. Los crímenes de sangre se pagan con sangre.

Esta vez en el nuevo asalto estaba todo planeado para que el gran sacrificio terminase victorioso en todos los rincones del reino. La gran batalla no sería como antes en tan solo una comarca de Reino, esta vez, todo sería más organizado, coordinado y calculado, de modo tal que nadie lloraría luego las infelices víctimas invasoras. Se atacaría en el momento justo. Nadie recordaría a los invasores extranjeros sino para rememorar el oprobio que habían causado y lo oportuno que fue lograr su completa y eterna neutralización.

Los invasores jóvenes fueron esterilizados o eliminados según el caso, según lo permitía el efecto que el brebaje hipnótico había causado previamente en los decadentemente piadosos y confundidos orias. Mientras que a los ancianos dujois simplemente se los llevaría el tiempo.

Dolaf Thelir el héroe eterno y victorioso, luego de haberle mostrado el espectáculo al maligno Faicas le clavó un cuchillo en el corazón. El bravo Dolaf salió al balcón del Castillo de Wewelsburg y contemplando la victoria, lleno de emoción, reveló a su pueblo un misterio… en realidad él nunca los había abandonado, sino que se había ocultado para un retorno aún más poderoso, se había ocultado para practicar y perfeccionar el arte de la cacería y la guerra oculta. Mientras lo hacia, dejaba crecer voluntariamente al enemigo invasor, pues para un gran cazador no hay nada más bello que la aventura y el desafío que ofrece una astuta y peligrosa presa de gran tamaño.

Los grandes guerreros leales aplaudieron su retorno largamente esperado y brindaron por la victoria eterna sobre la sangre del maligno enemigo derrotado, y comenzaron a forjar la civilización más perfecta y el Reino más justo de todos los tiempos.

La pureza fue en ascenso, la soberanía y la libertad fueron recuperadas, la niebla y la oscuridad fueron desplazadas por la luz radiante de un nuevo Sol y la fertilidad creativa de un nuevo mañana.

 

PD: El autor Karl Gottman también firma con el seudónimo Karl Santhrese o B.C.S. en ensayos geopolíticos y en escritos místicos e iniciáticos.