EL PUENTE DE LOS TROLOS

por el Lic. Marcos Ghio   -  El Fortín

Plebe arriba, plebe abajo, esto es la muerte” (Nietzsche)

 

Se comenta que en una provincia argentina está a punto de inaugurarse un puente muy importante para una de sus ciudades, por cuyo presupuesto se venía bregando desde hacía décadas en distintas dependencias sea del gobierno nacional como del provincial. Pero esta vez, gracias a la existencia de la democracia, las cosas pudieron resolverse y de la siguiente manera. Se dio la circunstancia peculiar de que el intendente de origen radical estuviese casado con una diputada nacional de su mismo partido, la cual, si bien católica y apostólica, fue tentada en una famosa sesión parlamentaria en la que se discutía respecto de la aprobación de la ley de matrimonio de homosexuales, a modificar su voto contrario a cambio del tan anhelado subsidio por el que venía bregando su población desde hacía décadas.

Seguramente en tal decisión trascendental, en la noche a solas con su conciencia, deben haber contrastado los principios en los cuales siempre había creído con los novedosos propios de esa gran anomalía representada por la democracia para la cual, de acuerdo a un mentor de su partido fallecido hace un año, lo principal en ella es que ‘se come, se cura y se educa, es decir se resuelve todo lo relativo al bienestar’. El puente aludido pasó por lo tanto a denominarse de aquí en más ‘de los trolos’ en recuerdo a la ocasión por la que fue aprobado su presupuesto.

Recordemos al respecto que en 1984 su mismo partido había bregado por entregar al vecino Chile unas islas pues no valían nada económicamente y porque el honor no da de comer, ni tampoco justificaba una guerra.

La óptica democrática es pues burguesa, en la misma no están en juego los principios sino los negocios. Y en la ley del matrimonio gay lo que primaron fueron éstos. Su gran promotor, otro ex presidente fallecido hace poco más de un mes, político y gran negociante partícipe de un complejo turístico en la zona de El Calafate, consideró que el pingüe beneficio representado por el turismo propio de tal dispendiosa colectividad era un justificativo de sobra para comprar el voto de una diputada necesitada de un puente.

Esto que ha sucedido -y que es apenas un ejemplo de los tantos- nos remite a un antiguo recuerdo allá cuando recién resurgía la democracia, esta vez absoluta, en el año 1983 y recibíamos didascálicas visitas de parlamentarios europeos. Uno de ellos, el italiano Napolitano, quien luego resultaría presidente, al ver nuestras dificultades en comprenderla y practicarla, nos manifestó que todavía nos faltaba para arribar a la situación de su propio país que nos llevaba una delantera de unos 40 años de experiencia en la aplicación de tal sistema.

Bueno, hemos logrado alcanzarlos, no sólo con la diputada aludida y con los tantos sobornados por diferentes motivos con cambios de último momento en las votaciones, sino que también la Italia paradigmática, en tanto tiene tantos años de democracia encima, practica el mismo clientelismo. En estos días el sexópata Berlusconi, quien para congraciarse con la comunidad gay manifestó que no le diría que no ni siquiera a un hombre, logró también hacerse reelegir a pesar de todos los escándalos sexuales y financieros que le incumben, gracias también a la práctica aludida del clientelismo. Unas tres diputadas y diputados a último momento cambiaron su voto ‘por razones de conciencia’ y ‘luego de una larga noche de consultas con la almohada’.

El cáncer del sistema basado en tales prácticas traerá con seguridad -y ya trae- como consecuencia las crisis galopantes en que se vive cotidianamente sin otra solución a la vista que no sea la radical extirpación del mal.

Alguien ha dicho y no se ha equivocado en forma alguna que la aprobación del matrimonio gay en este año que concluye es la coronación en nuestro suelo de 200 años de democracia e igualitarismo. Y es cierto, animémonos a aceptar de una buena vez la verdad. Que la revolución de mayo fue liberal y democrática, que sembró las semillas de la anarquía que hoy vive en sus extremas consecuencias nuestro suelo. ¡Basta de una buena vez de consuelos güelfos de que se trató de una rebelión de jesuitas contra borbones absolutistas y que el contrato del que hablaban nuestros predecesores no era el de Rousseau, sino el de Suarez! En cualquier caso se trató del desconocimiento del principio de autoridad y de que ésta recibe su sello del Cielo, sin ninguna intermediación de lo bajo.

Recordemos al respecto que una de las primeras medidas de los sublevados fue la derogación del decreto de Cisneros por el que se prohibía el comercio con Inglaterra. Por lo tanto, basta con el mito de que nuestra revuelta fue muy distinta del Tea Party acontecido en el norte. Con jesuitas o sin ellos, se trató de una rebelión de burgueses deseosos de negocios que querían pagar menos por el té o por las baratijas venidas de afuera.

Y respecto de nuestros libertadores acostumbrémonos a aceptar de una buena vez que San Martín fue masón y basta de atenuantes y consoladores como de aquellos que nos dicen que en realidad sólo lo fue en apariencias. No deja de haber sido un destructor del Imperio quien tuvo el gran valor de cruzar los Andes superándolo en proeza al mismo Napoleón. Pero como el mismo Bolívar tuvo a Inglaterra como su modelo. No por nada hace pocos meses el presidente Chávez, al exhumar el cadáver de este último, lo encontró envuelto en una bandera británica.

No hay adónde ir, ni en qué apoyarse. El cambio debe ser absoluto y radical. No hay democracias buenas. La democracia es un agravio contra el principio mismo del Estado al ponerle límites a su soberanía. Su justificación ‘cristiana’ y güelfa tiene su lejano origen en el conflicto por las investiduras cuando conjuntamente a la desacralización del monarca y a la derogación de su carácter pontifical se la concibió como una forma de gobierno aceptable en su pureza.

Se han cumplido pues en 2010,  200 años de una gran anomalía con una sola reacción que fuera la de Juan Manuel de Rosas. Remitimos a lo que sobre el mismo hemos escrito al resaltar su gibelinismo. Ahora en los siguientes se nos abre pues una disyuntiva. O profundizar dicha revolución buscando alguna forma de democracia buena, lo cual es un absurdo en cualquier sentido, o derogarla de manera clara y absoluta.

O cruzar el Rubicón o el puente de los trolos.