LA
CIUDAD QUEBRADA
por
Denes Martos
Se
dice que el mundo se halla en bancarrota;
que el mundo debe más de lo que el mundo puede pagar.
Ralph Waldo Emmerson (1803-1882)
La necesidad de que cada uno
pague con su propio trabajo lo que consume
es el único cheque válido para pagar el lujo
que tantas veces ha arruinado a individuos,
estados e imperios y que ahora nos ha traído
una bancarrota casi universal .
Josiah Warren (1798-1874)
LA QUIEBRA
¿Puede una ciudad entera declararse en quiebra?
Puede.
Y no me estoy refiriendo a una de esas tan mentadas y subdesarrolladas
conglomeraciones urbanas del Tercer Mundo administradas por politicastros
ignorantes y corruptos. No. Me refiero a una ciudad del Primer Mundo –
de hecho: a una ciudad-ícono del hegemónico país del Primerísimo Mundo
– gobernada por señoras y señores absolutamente comprometidos con la
democracia, la libertad de los mercados, la libre empresa, la no
discriminación, los derechos humanos, la igualdad de oportunidades para
todos y los demás mantras del arsenal de la oratoria democrática.
Ya lo habrán adivinado (no fue muy difícil): me estoy refiriendo a
Detroit.
La noticia recorrió el mundo entero generando más de un asombro. Sin
embargo, lo verdaderamente interesante no es lo que transmitieron los
medios masivos ya que, como de costumbre, lo interesante de la quiebra de
Detroit no es que haya sucedido. Lo interesante, en todo caso, sería
averiguar por qué sucedió.
Con todo, justo es reconocer que el silencio casi sepulcral acerca de las
causas tiene su motivo: Detroit puede llegar a ser la punta de un iceberg
contra el cual es posible que choque toda la administración urbana de los
Estados Unidos. Hay por lo menos 150 ciudades norteamericanas que están
en quiebra o al borde de la misma. Veinte de ellas tan solo en el estado
de Nueva York. Para colmo, las causas reales son muy difíciles de
explicar con un lenguaje políticamente correcto.
A los rusos soviéticos se les criticó durante décadas que levantaran
ciudades insostenibles en medio de la nada y, durante un buen par de años
después de 1989, los norteamericanos solo tuvieron una sonrisa despectiva
ante las noticias que anunciaban la conversión en ciudades-fantasma de
esos centros urbanos artificiales creados en parte para poblar ese inmenso
espacio prácticamente vacío que constituyó buena parte de la Rusia soviética,
y en parte, también, para explotar puntualmente algún recurso natural
con los medios algo primitivos de una tecnología industrial bastante
obsoleta. Una cosa así – se decía – no podía ocurrir nunca en países
gobernados por la santísima trinidad de la privatización, la democracia
y la desregulación, constituyentes de la deidad capitalista
auto-reguladora automática de los mercados.
Pues ocurrió. Lo que es peor: amenaza con volver a ocurrir. Y, si bien no
tiene ya mucho sentido discutir acerca de la inviabilidad práctica del
marxismo soviético, no carece precisamente de interés preguntarse por qué,
al igual que Detroit, ciudades como Buffalo, Hartford, Cleveland, Albany o
Atlantic City están de hecho perdiendo la fe en la religión del
liberalismo, el neoliberalismo, el demoliberalismo y los mercados. Las
crisis nunca fueron buenas compañeras de las idolatrías pero, así y
todo, vale la pena preguntarse hasta cuándo o hasta qué punto puede
sostenerse la plutocracia del mundo demoliberal; hasta cuándo podrán
estos apóstoles de Mammón hacernos creer que su reino no solo es el
mejor del mundo sino que es el único posible.
UN POCO DE HISTORIA
Después de que, en 1903, Henry Ford fundara la Ford Motor Company y
pioneros de la industria automotriz como los hermanos Dodge, William C.
Durant, Frederic L. Smith, Louis Chevrolet, James W. Packard y Walter
Chrysler crearan sus respectivas compañías, Detroit se convirtió en
algo así como la capital mundial de ese cuasi-símbolo de la modernidad y
el status social que es el automóvil. Fueron los años en que el "Gran
Sueño Americano" encontró su símbolo casi perfecto en el Gran
Coche Americano.
Duró hasta la década de los '60 del Siglo XX. Para esa época Detroit se
estaba volviendo cada vez más una ciudad afroamericana. En 1963, dos
meses antes de pronunciar su famoso discurso "Yo tengo un sueño"
en Washington, Marthin Luther King pronunció un importante discurso en
Detroit. Cuatro años más tarde, en Julio de 1967, el gobernador George
W. Romney tuvo que mandar a la Guardia Nacional a sofocar los disturbios
raciales y el presidente Johnson hasta tuvo que reforzar las fuerzas del
orden mediante el envío de tropas del ejército y vehículos blindados.
Con los francotiradores de los Panteras Negras disparando desde los
tejados (especialmente contra. . . ¡los bomberos!), el resultado de los
enfrentamientos fue de 43 muertos, centenares de heridos, más de 7.000
personas arrestadas y más de 2.000 edificios incendiados o destruidos. Y
eso fue solo el anuncio de lo que vendría después.
En una primera instancia, la población blanca de Detroit se mudó a los
suburbios de la ciudad y, con el tiempo, terminó emigrando
definitivamente. De una población máxima de unos 2 millones de
habitantes hacia los años '50 del Siglo XX, Detroit cuenta hoy con apenas
unos 700.000 de los cuales el 90% es afroamericano.
Seis años después de los sangrientos disturbios mencionados, los
ciudadanos de Detroit votaron como alcalde a Coleman A. Young, el primer
alcalde negro de la ciudad. Young se propuso reforzar la identidad
afroamericana de la urbe renombrando calles e inaugurando monumentos
dedicados a honrar a los líderes de la emancipación afroamericana
mientras trataba de detener la lenta agonía de la ciudad interesando a
las grandes compañías norteamericanas en participar invirtiendo en
megaproyectos destinados a revitalizar algunas actividades.
Young fue alcalde durante nada menos que 5 mandatos. Durante su gestión,
a pesar del gran despliegue de obras e inversiones, las cosas no mejoraron.
No solo las festividades de Haloween resultaron constantes ocasiones para
el vandalismo. Durante la década de los '70 los desórdenes fueron
incrementando su violencia hasta que, en 1984, se produjo otra masacre con
más de 1.000 automóviles incendiados, múltiples violaciones, saqueos y
linchamientos en serie. Para colmo, William L. Hart, jefe de policía y
aliado de Young, terminó siendo condenado por el robo de U$S 1.300.000 de
los fondos reservados de la policía y el subjefe de la repartición,
Kenneth Weiner, otro estrecho colaborador de Young, también resultó
condenado por el robo de una suma similar del mismo fondo.
Las calles de la ciudad quedaron así en manos de bandas de delincuentes,
principalmente de las que dominaban el narcotráfico. Las bandas de los
Errol Flyns, los Nasty Flyns que más tarde se denominaron NF Bangers, los
Black Killers, los Young Boys, Pony Down, Best Friends, la Black Mafia
Family y los Chambers Brothers terminaron controlando de hecho las calles
con lo que Detroit se volvió una ciudad completamente inmanejable.
Hoy en día, en Detroit impera el miedo y el caos. Zombies completamente
drogados, casas semiderruídas y abandonadas, restos de autos
desmantelados, enormes e imponentes edificios completamente inútiles, un
ambiente kafkiano y la ley de la selva imperan en todas partes. De la
otrora grandiosa estación ferroviaria principal, el último tren partió
en 1988. Majestuosos, vistosos y enormes edificios de oficinas se han
vuelto completamente inútiles porque ya no hay nada para administrar. El
déficit presupuestario ha llegado en 2013 a los 300 millones de dólares;
el total de la deuda sobrepasa los 14.000 millones. La ciudad se ha
declarado en quiebra. El sueño de Martin Luther King terminó, y quienes
de él se despertaron no tienen más remedio que enfrentarse a la amarga
realidad de una pesadilla.
Lo grave es que a quienes despierten del Gran Sueño Americano no les
espera algo mucho mejor.
EL FIN DEL SUEÑO
Lo que la realidad norteamericana demuestra es que la decadencia
generalizada está destruyendo el sistema inmunológico de Occidente. Los
anticuerpos culturales y sociopolíticos se debilitan, los reflejos se
hacen más lentos, el cuerpo social debilitado ya no es capaz de enfrentar
con la energía adecuada los virus de la descomposición. El caso de
Detroit no es para nada un fenómeno aislado. Es tan solo un hecho que,
por su magnitud, ha ascendido hasta la superficie pero que es parte de un
proceso general del cual se podrían citar cientos de ejemplos
ilustrativos. Es el resultado de la autocensura hipócrita, del triunfo de
la resignación, de la aceptación y defensa de la debilidad y la
anormalidad, de la victoria de una "corrección política" que
ya no se atreve a llamar las cosas por su nombre ni a señalar las causas
reales de un proceso imposible de disimular. Por lo que recurre a un
"relato" construido a contramano de lo que realmente ocurre
cuando lo que realmente ocurre contradice ostensiblemente lo que debería
ocurrir según las ilusiones de una utopía inviable. Es el resultado de
una cultura que parece haberse enamorado de aquello que la destruye en una
especie de versión institucionalizada del Síndrome de Estocolmo.
De los datos objetivos disponibles no es demasiado difícil concluir que,
de persistir la tendencia actual, la quiebra de los conglomerados urbanos
es no solo un fenómeno contemporáneo sino el destino reservado a muchas
ciudades en el futuro. Por un lado, es poco menos que obvio que la aparición
de ciudades fantasmagóricas – sobre todo en el "primer mundo"
postindustrial – constituye la consecuencia casi directa del desarrollo
tecnológico. La producción actual requiere muchísima menos mano de obra
que antes. Desde este punto de vista, Detroit no es más que un ejemplo
evidente del efecto causado por una civilización sustentada por la economía
del mercado. Porque, por el otro lado, la desertización de ciudades y
hasta de regiones enteras en los EE.UU. y en Europa se debe en buena parte
también a la migración de los procesos productivos hacia países asiáticos
y del tercer mundo en los que los costos, tanto de la mano de obra como
los de producción y de financiación, le resultan más lucrativos al
capital financiero. Mayor producción con menos gente trabajando más
barato y bajo condiciones financieras más favorables es la ecuación que
sostiene al actual sistema plutocrático. Todavía.
En consecuencia, no es ninguna casualidad que el proceso haya golpeado en
primera instancia a los países que tenían su economía de mercado más
desarrollada. En estos países, si bien está teniendo lugar una fenomenal
concentración financiera, la misma no soluciona los problemas económicos
de fondo porque sus efectos sobre la economía real son por demás escasos
y las medidas tomadas apenas si alcanzan – a veces – a impedir momentáneamente
la profundización de la crisis.
La quiebra económica y administrativa de las estructuras políticas se
vuelve así predecible desde el momento en que la única respuesta que
hasta ahora ha encontrado el neoliberalismo imperante es la de los ajustes
constantes. Ajustes que no hace más que aumentar la marginalización
social de quienes se ven mental, intelectual y en algunos casos hasta físicamente
imposibilitados de adaptarse a las nuevas condiciones con lo cual resultan
descartables para una sociedad en la que, en realidad, ya no hay un lugar
productivo para ellos.
Se hace cada vez más evidente que las raíces de la crisis global son
muchísimo más profundas de lo que se cree y de lo que se admite. Cada
vez resulta más irrebatible que el colapso financiero del 2008 no fue
sino un epifenómeno superficial indicador de fallas de base mucho más
estructurales que la plutocracia financiera no sabe, no puede o no quiere
corregir. Como que tampoco saben cómo enfrentarlas los políticos que
insisten en querer gobernar a las sociedades del Siglo XXI con los
criterios ya completamente obsoletos de los Siglos XVIII y XIX.
¿Qué explicación satisfactoria tienen los grandes gurúes neoliberales
para las calles vacías de Detroit? ¿Qué solución viable tienen los
grandes intelectuales marxistas para una lucha de clases que ha devenido
en lucha racial? ¿O que quizás nunca fue una lucha de clases sino que
siempre fue, y sigue siendo, un conflicto racial jamás resuelto, ni por
las medidas de "acción afirmativa" ni por las supuestas políticas
de derechos humanos?
El hecho objetivamente concreto es que en estos momentos en las calles de
Detroit quedan solo grandes edificios muy impresionantes pero que ya no
sirven para nada útil, esqueletos de viviendas abandonadas, negocios
saqueados y jóvenes con miradas perdidas en el vacío que se inyectan
algo de ilusión pasajera mientras el viento desparrama las montañas de
la basura que ha dejado la bancarrota de un sistema montado para ganar
dinero y desechar seres humanos.
CRISIS Y OPORTUNIDADES
¿Qué les decimos a todas esas personas? ¿Qué solución real, concreta
y viable, tenemos para ofrecerles? ¿Que éste es el "menos malo de
todos los sistemas"? ¿Que éste es el "fin de la
Historia"? ¿Acaso esto es lo que produce realmente "la mano
invisible del mercado?" ¿Qué tienen para ofrecer ahora los profetas
de la globalización, los amanuenses de los grandes bancos, los famosos
intelectuales burgueses de la revolución proletaria, los muy académicos
economistas que se pasaron décadas explicándonos que las leyes de la
economía son a la política lo que la ley de la gravedad es a la física?
¿Qué van a hacer de aquí en más los gurúes de la reingeniería, el
"empoderamiento" y la administración del cambio? ¿Sugerirles a
los pobladores de Detroit, Flint, Hartford, Cleveland, Albany, Atlantic
City y un centenar largo de otras ciudades que sean más innovadores, más
creativos, más flexibles, más ágiles y más "abiertos al
cambio"? ¿Y todo eso solo para poder seguir corriendo detrás de los
caprichos de un mercado digitado por la rentabilidad financiera? ¿O
sugerirles que rompan todo, incendien todo, saqueen todo, echen a los
burgueses ricos, degüellen a los que no se quieren ir y así, gracias a
la lucha de clases, los ricos desaparecerán de la faz de la tierra y los
pobres se adueñarán de ella?
En Detroit ya hicieron todo eso y no sirvió para nada. Los pobres solo
consiguieron ocupar las ruinas y quedar más pobres que antes.
Cuando en Agosto de 2005 el Huracán Katrina causó la inundación del 80%
de Nueva Orleans, los saqueos, las violaciones, los homicidios, el ataque
a los rescatistas y los actos de violencia de todo tipo ya mostraron que
la sociedad norteamericana padecía de serias falencias. Pero entonces,
hace 8 años atrás, muchos desecharon el fenómeno considerándolo
puntual, producto de la desesperación causada por una circunstancia
catastrófica excepcional. Peor todavía: supuestas investigaciones
posteriores hicieron lo imposible por echarle la culpa de todo en primer
lugar a las autoridades (que por cierto tuvieron grandes falencias y
cometieron graves errores) pero en segundo lugar a los propios habitantes
de la ciudad, especialmente a los residentes blancos que tomaron las armas
para defender sus vidas y sus propiedades convirtiéndolos así de víctimas
en victimarios. Fue otro de esos casos en los que se creyó que "el
relato" bastaría para tapar la realidad objetiva.
Pues no funcionó. En Detroit no hubo ningún huracán y los resultados
han sido esencialmente los mismos. El relato ya no sirve. En realidad,
nunca sirvió. Solo algunos supuestos intelectuales, enroscados en su nube
de conceptos abstractos expresados mediante gongorismos ininteligibles,
insisten todavía en creer que pueden llegar a hacerlo servir. Pero es inútil:
la realidad les está pasando por encima.
Porque, en última instancia, no se trata de la quiebra de Detroit. Por
supuesto que no. De lo que se trata es del fracaso del neoliberalismo y la
globalización que viene ocurriendo después del fracaso del marxismo y el
comunismo. Aunque la agonía del capitalismo liberal sea más prolongada y
compleja que la del marxismo soviético, los hechos demuestran que está
llegando al final de su ciclo y que, más temprano que tarde, tendrá que
aceptar la derrota.
Es hora de re-pensar nuestra cultura y nuestra civilización porque la
inevitable crisis final del sistema nos obligará a hacerlo de todos
modos.
Como dicen los chinos: la crisis es oportunidad. Si no la podemos evitar,
al menos preparémonos para aprovecharla.
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