LA
REGIONALIZACIÓN DE LOS MERCADOS COMO FACTOR DE INTEGRACIÓN GEOPOLÍTICA por Tiberio Graziani * En
los últimos años los procesos de fragmentación (balcanización) del
espacio global y de mundialización de los mercados nacionales o
regionales han contribuido, sinérgicamente, a sustentar la hegemonía del
mayor actor global, los Estados Unidos de América, y, consecuentemente,
de los grupos de presión que se expresan a través de su dirigencia. Sin
embargo, la actual crisis económico-financiera del sistema
“occidental” y la regionalización estructural de algunos mercados (
América meridional, Eurasia), que parecen sustanciar la reordenación del
planeta en grandes espacios geopolíticos (multipolarismo), aceleran el
declive de la “nación necesaria” y se oponen a los procesos de
mundialización. El proceso de mundialización, que gira en torno al
principio de la interdependencia económica, podría ser sustituido, a
medio plazo, por un proceso de regionalización de base continental,
centrado en el principio de complementariedad. Mundialización, fragmentación territorial e interdependencia económicaEn
la introducción a la ponderosa compilación “L’espace mondial:
fractures ou interdépendances?”, los editores P. Dallenne y A.
Nonjon (1) proponen, como clave de lectura principal para la comprensión
del complejo fenómeno conocido como mundialización (2) (o globalización,
según la terminología en uso en el área cultural anglosajona), el análisis
geoeconómico, con la declarada finalidad de “éviter l’arbitraire
de toute prospective géopolitique”. Pasando
por alto aquí toda polémica referente a la geopolítica, tal y como se
deduce de la cita que acabamos de reproducir, consideramos que el análisis
geoeconómico – cuyo campo de investigación está constituido por el
estudio de las estrategias económico-comerciales y financieras de los
Estados, de las grandes empresas industriales, de las organizaciones
internacionales (como por ejemplo la ONU, el Banco Mundial o el Fondo
Monetario Internacional) – tiene el
indudable mérito de
ayudarnos en la valoración de las tendencias macroeconómicas, y a veces
microeconómicas, que influyen, corroboran o subyacen a algunas conductas
típicamente geopolíticas (3). Las variables económicas, de hecho, si son estudiadas cuidadosamente a nivel planetario y fuera de todo esquema ideológico o historicista, permiten comprender de manera más acabada algunas praxis geopolíticas y trazar mejor los probables órdenes mundiales futuros; además, su estudio tiene el valor de desvelar el peso ( y las estrategias) de algunos importantes grupos de presión económico-financieros en la influencia sobre las decisiones de gobiernos nacionales y en la desestabilización del eqilibrio político y social de zonas completas del Planeta, evidentemente, en beneficio de sus propios intereses y de los gobiernos que apoyan. Sólo por poner un ejemplo, todo el mundo conoce la influencia que el complejo militar-industrial estadounidense, en estrecha conexión con el lobby del petróleo (4), ha ejercido en las decisiones estratégicas de la “guerra al terrorismo” –que aún perdura – emprendida a escala global, después del 11 de septiembre de 2001, por la Administración Bush (5). Como, por otro lado, todo el mundo sabe, aunque sólo sea por dar otro ejemplo, la función desempeñada por las potentes ONG’s, dirigidas por el financiero “filántropo” George Soros, en la desestabilización de la ex Yugoslavia (6), en la perturbación del “exterior próximo” de Rusia (Bielorrusia y Ucrania), en algunas áreas críticas del continente eurasiático (Chechenia, Georgia, Osetia, Kirguistán, Myanmar, Tíbet, etc.). Más
precisamente, con respecto a las estrechas relaciones entre las políticas
económicas de los EEUU y el proceso de mundialización, Jacques Sapir
escribe que «
lo que se llama “mundialización”
en el lenguaje corriente es, en realidad, la combinación de dos procesos.
El primero es el de la extensión mundial del capitalismo en su forma
industrial en las regiones que no había tocado todavía. El segundo, que
en gran medida es la aplicación de la política americana, corresponde a
una política voluntarista de apertura financiera y comercial.
» (7). Considerando
los Estados como entidades asimilables a las grandes empresas, es posible
describir el espacio global como un vasto campo de fuerzas que estructuran
el mundo en espacios dominantes y en periferias más o menos integradas
económicamente. Tal descripción de las entidades estatales y de su función
con respecto a las relaciones con el espacio y el poder, a las estrategias
para la adquisición de la supremacía comercial y tecnológica (dos
elementos característicos de la mundialización contemporánea) nos lleva
a considerar que el actual proceso de mundialización está atravesando
una profunda crisis, ya que las actividades económicas, comerciales y
financieras parecen organizarse cada vez más según bases regionales y
dimensiones continentales. Desde
un punto de vista político, es decir, de la soberanía, observamos que el
regionalismo comercial, esto es, la integración regional sobre bases económico-comerciales
y financieras –llevada a cabo mediante instrumentos como la cooperación
interestatal, la zona de libre intercambio, la unión de aduanas, el
mercado común, la unión monetaria –expresa un importante valor geopolítico,
pudiendo constituir un volante para la unificación política del área
específica. Esta
evolución de los procesos económicos en sentido regional y continental
puede ser interpretada como una respuesta, en el plano económico y
social, a los desequilibrios que el proceso de mundialización ha supuesto
en los últimos años en vastas áreas del Planeta. Tal proceso , vale la
pena recordarlo, ha provocado ( y sigue provocando) la ulterior
fragmentación de la soberanía territorial
de algunos espacios concretos del globo convertidos en entidades estatales
extremadamente frágiles, haciendo muy dificultosa su gobernabilidad, en
beneficio del sistema occidental; en beneficio, por tanto, de una escasísima
parte de la población mundial, cuando no de pocas y particulares élites.
La formación de grandes espacios económicamente autosuficientes y políticamente
soberanos –a partir de la consolidación/integración de los ya
existentes, entre los cuales se encuentran Rusia, China, India en el
hemisferio septentrional y Brasil y Argentina en el meridional
–constituiría, en cambio, un elemento de mayor estabilidad social y política
para todo el Planeta. Otro elemento que es preciso subrayar con fuerza
acerca de la globalización es que esta, procediendo hacia la uniformización
mundial de las costumbres y de las producciones, tiende a nivelar las
especificidades culturales de los pueblos, asimilándolas, además, en una
lógica neocolonial, a los “valores” occidentales. En referencia al proceso de mundialización, constatamos con P. Dallenne y A. Nonjon, que se remiten a la lección de Jacques Ténier (8), que “la integración regional se combina con [aquel] en una dialéctica de refuerzo/oposición” (9) La integración regional refuerza los mecanismos mundializadores cuando inserta a regiones enteras en el mercado global, apelando al principio de interdependencia económica, y se opone a esos mismos mecanismos, cuando, en cambio, por oportunidades políticas y/o necesidades geopolíticas, integra a áreas enteras en una lógica que aquí definimos de autosuficiencia o complementariedad, sustrayéndolas, por tanto, al proceso de mundialización. La integración regional, entonces, presenta, a ojos del analista, un carácter híbrido. En el ámbito de esta relación trataremos de analizar cómo tal peculiaridad se manifiesta en dos áreas del Planeta: Sudamérica y Eurasia y cómo se relaciona con los procesos de mundialización, fragmentación e integración de los espacios geopolíticos. Hemisferio
occidental: el caso de la América meridional
Consideremos en primer lugar el caso de la América meridional y cómo las dos lógicas opuestas, de refuerzo y oposición al proceso de mundialización, podrán contribuir a influir en los futuros escenarios geopolíticos de todo el área. Por
un lado, constatamos que los EEUU tratan de agregar desde hace mucho
tiempo a los Países de América central y meridional en el ámbito de
redes económico-comerciales (ALENA/NAFTA, ALCA/FTTA) y de cooperación
militar (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca), con el evidente
fin de mantener su propia hegemonía sobre todo el hemisferio occidental,
siguiendo la estela de la tradición inaugurada por el presidente Monroe
en 1823. La realización de tales redes implica la fragmentación
territorial y la despotenciación de las soberanías nacionales de toda la
América meridional. Generalmente la fragmentación y la despontenciación
de las soberanías nacionales son ejecutadas mediante la despolitización
de las clases dirigentes de los Países objeto de la integración económico-comercial,
o, siguiendo las reglas del soft
power (10), a través de la cooptación directa, y a menudo temporal,
de algunas oligarquías locales seleccionadas (políticas, culturales,
económicas) en los mecanismos de la economía y de la finanza mundiales,
o, más burda y drásticamente, con la desestabilización política y económica
de las zonas de interés, valiéndose de preexistentes tensiones endógenas,
o creando artificialmente otras nuevas. “Atomizar” la soberanía territorial en entidades estatales débiles e interdependientes es la condición esencial para que los EEUU y las grandes compañías puedan llevar a cabo una integración coherente con el proceso de mundialización –precisamente según los principios de la interdependencia económica –de todo el subcontinente, o bien un control total de este. Por
tanto, obstaculizar todo posible ensamblaje entre los actores regionales
que pueda ser susceptible de tener consecuencias políticas propedéuticas
para la constitución de un probable espacio geopolíticamte cohesionado,
o de algún modo económicamente autosuficiente, en tal marco, resulta
para los defensores (y controladores) del “libre mercado” un
imperativo esencial; este imperativo determinará, muy probablemente, la
estrategia que Washington tendrá que adoptar en los próximos años, con
el fin de mantener sus propias prerrogativas sobre lo que era su antiguo
“patio trasero”. Por otro lado, tenemos, en cambio, el constante tejido de acuerdos y relaciones entre los diversos Países sudamericanos, principalmente entre Argentina y Brasil, entre Venezuela y Bolivia, entre Venezuela y Brasil, para la constitución de oportunas redes regionales dirigidas a liberar todo el subcontinente de la tutela (económica y militar) estadounidense. Para algunos analistas y hombres políticos de la América meridional, entre quienes se encuentran los brasileños Samuel Pinheiro Guimarães (11) y Luiz Moniz Bandeira (12), y los argentinos Alberto Buela y Félix Peña, este tipo de integración regional (Mercosur, ALBA, Comunidad andina, etc.) — que los partidarios del neoliberalismo llaman “bloques regionales” para evidenciar su función negativa con respecto a los procesos de mundialización (13) –podría constituir uno de los puntos de partida para la unificación monetaria y geopolítica de todo el subcontinente americano. En este sentido, recordemos que, a partir de octubre de 2008, Brasil y Argentina adoptarán, para sus intercambios, el Sistema de Pago en Moneda Local (SML) en lugar del dólar estadounidense. La adopción del SML es un primer paso hacia la integración monetaria de toda la región sudamericana. Por tanto, parece que el principio de interdependencia económica –elemento esencial del proceso de mundialización –está siendo sustituido por el de complementariedad. La tensión que genera la contraposición entre la constitución de un espacio meridional económica (y coherentemente) unificado y la comprensible resistencia de los EEUU determinará, con toda verosimilitud, el futuro geopolítico de todo el hemisferio occidental. Observemos que algunos analistas estadounidenses, muy conscientes del declive de su País, como por ejemplo Robert A. Pastor, consideran que para superar el actual momento crítico, Washington debe asumir “un enfoque continental (a continental approach)” con una North American Community, que debería incluir a Canadá, los Estados Unidos y Méjico (14). Hemisferio
oriental: el caso de Eurasia
En
el caso de Eurasia la cuestión es un poco más compleja. Aquí
intervienen, de hecho, algunos factores geoestratégicos importantes que
condicionan, a partir del hundimiento de la Unión Soviética, las praxis
geopolíticas y geoeconómicas de los EEUU y de algunos lobbies
interesados en los inmensos recursos de la masa eurasiática. Desde un
punto de vista geoestratégico, observemos, sintéticamente, que
Washington está obligado a: - mantener la parte occidental de Eurasia (la Europa propiamente dicha) como cabeza de puente para controlar a Rusia y Oriente Próximo; - perturbar algunas áreas asiáticas, principalmente la zona caucásica y el arco del Himalaya con la finalidad de condicionar a Moscú y Nueva Delhi y llevar a término el proyecto del “Gran Oriente Medio”; - tratar de fragmentat el territorio de la República Popular China en al menos cuatro áreas: Tíbet, Xinjiang, Mongolia interior y China centro-oriental; -
mantener, finalmente, a Japón (la parte oriental de la masa eurasiática),
como cabeza de puente especular a Europa, para controlar a Rusia y China,
los dos pulmones de Eurasia. Tal
situación parece, a medio y largo plazo, insostenible para Washington. El
amplio espectro de actividades destinadas a sostener su expansionismo
debe, de hecho, saldar cuentas con la evidente crisis económica-financiera
que aflige, actualmente, su estado de salud interna. Además, la ex
hiperpotencia debe tomar nota de la gestación de un sistema multipolar
articulado sobre grandes espacios continentales, que afectan tanto al
Norte como al Sur del planeta: un espacio muy diferenciado, pero, por
oportunidades políticas, económicas y de seguridad colectiva, bastante
cohesionado, representado, en el hemisferio septentrional, por los
acuerdos ruso-chino-indios y otro, en ciertos aspectos más homogéneo, en
el hemisferio meridional, constituido por las nuevas relaciones entre
Argentina y Brasil. En
el pasado reciente, según Jacques Sapir, « un punto central de la estrategia
hegemónica de los Estados unidos después de 1991 era la conjugación de
una política de debilitamiento de Rusia para que esta no pudiera jamás
volver a ser el competidor global que fue la URSS, con una integración de
este país en los marcos de la política americana. La apuesta política
del debilitamiento era evidente. En cuanto a la integración, debía
prevenir toda posible alianza de
Rusia y China, con el riesgo para los Estados Unidos de ver las
capacidades técnicas en el dominio militar de la primera asociarse al
dinamismo económico previsible de la segunda» (15). Atrapado
entre las necesidades de orden geoestratégico, como pesada herencia de su
“momento unipolar” (16), y los imperativos impuestos por los procesos
de mundialización de los mercados, Washington debe revisar profundamente
su propia función de potencia global.
Recientemente, Condoleeza Rice, en su ensayo publicado en Foreign
Affairs, la revista de estudios internacionales del Council on
Foreign Relations, parece haber registrado implícitamente la actual
debilidad de Washington, sosteniendo, con sentido realista (pese a la retórica
“misionera” y “civilizadora” que recorre su escrito), que los EEUU
deben tener “aliados permanentes” (permanent
allies) (17). Por
cuanto respecta a Europa, la potencia norteamericana, en acuerdo con su socio
especial (special partner), Gran Bretaña, en un breve arco temporal, ha
logrado llevar hacia sus posiciones no sólo a los gobiernos de la parte
oriental (Países Bálticos, Ucrania, Polonia, Eslovaquia, República
Checa, Hungría y Rumania), es decir, la Nueva Europa, según la acepción
del ex ministro de Defensa estadounidense, Rumsfeld, sino sobre todo a
Francia y Alemania. La Unión Europea, controlada por los tandem de los atlanticist modernizers Merkel-Steinmeier,
Sarkozy-Kouchner y Brown-Milliband, en realidad, no es “europea”, sino
“atlántica”. Esta Europa, confeccionada por las cancillerías de
Londres, París, Berlín y Washington, lejos de reforzar el carácter
unitario político del propio espacio, parece cada vez más inclinada a
deshacerse a lo largo de tres líneas de fractura principales: Europa
continental (Alemania y Francia), la Nueva Europa (Europa oriental), y la
Unión euromediterránea. En relación a los procesos de mundialización,
la integración euromediterránea de los atlanticist Sarkozy
y Merkel, en lugar de constituir un “bloque regional” mediterráneo
(18), tiene la finalidad de despolitizar a las clases dirigentes de
los Países árabes, cooptándolas en los mecanismos del mercado y de la
finanza mundiales, aumentando así el grado de interdependencia económica
de estos países con la economía mundial y, sobre todo, de impedir a la
Turquía de Erdogan –interesada en intensificar las relaciones con Moscú
y Teherán (19) – que
evolucione como un autónomo e importante agente de decisiones en el
Mediterráneo y en Oriente Próximo y Medio (20). Esta nueva Europa
“tripartita” (y, por tanto, todavía más débil) entra en la actual
estrategia transatlántica estadounidense que, destinada a limitar los daños
de la Administración Bush en el área medioriental, necesita refortalecer
sus relaciones con Europa como “socio
político”, pero, al mismo tiempo, no puede correr el riesgo de que este
socio sea, incluso sólo en
potencia, mínimamente independiente. Una Europa débilmente transatlántica
podría, de hecho, repensar su propia función fuera del contexto
“occidental” americanocéntrico, acercándose a Rusia e intensificando
sus relaciones con China e India – sobre bases de complementariedad y no
de interdependencia económica –y, por cuanto se refiere al hemisferio
occidental, con los Países del Mercosur. En
referencia a las “zonas de crisis” (área transcaucásica, Oriente próximo
y Oriente medio y el arco del Himalaya), los procesos de mundialización
proceden a través de una bien ideada estrategia de perturbación,
destinada a debiltarlas ulteriormente en el plano político y social
(Afganistán, Irak, Pakistán, Myanmar), y de préstamos
“excepcionales” a las organizaciones y/o entidades estatales que
parece que se ponen en marcha hacia la construcción de sociedades democráticas
(21) y aceptan, por tanto, las reglas del libre mercado (véase el caso de
Georgia, Azerbayán y Uzbekistán). Con
respecto al espacio chino-indio, el proceso de mundialización no parece
que se desarrolle según lo que habían previsto los análisis macroeconómicos
y financieros. Las decisiones en materia económica de los gobiernos de
Pekín y Nueva Delhi, aunque diferentes, de hecho, parece que prefiguran,
en los próximos años, la creación de un sistema integrado de las economías
de los dos colosos asiáticos, a partir de las inversiones chinas para el
desarrollo de las infraestructuras indias, y por el apoyo indio al sector
chino de los servicios y de la información, necesitado de las tecnologías
informáticas para desarrollar ulteriormente el orden económico nacional.
En sustancia, parece prefigurarse un auténtico “bloque regional”. Se
preve que, al cabo de dos o tres años, los intercambios comerciales entre
los dos países alcancen el umbral de los cincuenta mil millones de dólares.
Además, es preciso considerar que las necesidades energéticas de los dos
Países asiáticos –China e India importan del exterior,
respectivamente, el 70% y el 40% del petróleo que consumen –imponen a
sus gobiernos políticas eurasiáticas, es decir, el establecimiento de
fuertes acuerdos económicos con Rusia e Irán (socios complementarios), y
“sudamericanos” (acuerdos con Brasil y Venezuela): todos ellos socios
a los que Washington no parece querer en exceso. El reciente choque (julio
de 2008) entre EEUU, China e India, acaecido en
el ámbito de las negociaciones sobre el comercio global referente
a los productos agrícolas, parece que responde a ese contexto más
general. En tal contexto podría caber también la reunión del Big
Five (Brasil, India, China, Méjico y Sudáfrica), que tuvo lugar en
Sapporo, en paralelo a la cumbre del G8 ( Hokkaido, 7-9 julio de 2008). Además,
los acuerdos chino-indios podrían favorecer una nueva relación entre Pekín
y Tokio. Los dos antagonistas históricos, de hecho, en el contexto de una
integración económica comercial de toda la región oriental de Asia,
podrían encontrar puntos de conveniencia política para la estructuración
de un sistema multipolar. También en este caso el principio de la
interdependencia económica sería sustituido por el de la
complementariedad. Si eso llegase a suceder, el declive de los EEUU como
potencia global sería imparable y veloz. Para
tal potencial amenaza, los EEUU, en este momento particular de crisis económico-financiera
y de crecimiento de China e India, necesitan revisar profundamente su
posición también con Japón, de modo especular a su política transatlántica
con Europa, ya sea por obvios motivos estratégicos, o por motivaciones
vinculadas a su expansionismo económico. Brzezinski, considerando que las
nuevas realidades políticas globales parecen indicar el declive de
“Occidente”, considera que la “Comunidad
atlántica tiene que mostrarse abierta a una mayor participación por
parte de los países no europeos” (22). El ex consejero de Carter
preve una función de Japón ( y también de Corea del Sur) en el ámbito
de la OTAN, con el fin de que Tokio esté aún
más ligado a los intereses nacionales de los EEUU. ConclusionesDe todo lo que hemos considerado brevemente más arriba se deduce que el fenómeno de la regionalización de los mercados en los dos hemisferios del Planeta, hasta hace no mucho tiempo estrictamente coherente con el proceso de mundialización y, sobre todo, orgánico a las doctrinas geopolíticas de dominio mundial que perseguían los EEUU en las últimas décadas, parece que se desarrolla cada vez más en un sentido grancontinental y, por tanto, contribuye, a medio plazo, a la integración geopolítica de grandes espacios autosuficientes. El principio mundializador y mundialista de la interdependencia económica a escala planetaria parece, además, que es sustituido por el de complementariedad, como nueva base para integrar, a escala continental, las diversas economías en el respeto de las especificidades y de las tradiciones culturales de las poblaciones del Planeta. Por tanto, el siglo XXI estará marcado, en el plano geoeconómico, por la tensión que se instaurará entre los procesos de mundialización y los procesos orientados a la construcción de grandes espacios continentales, económicamente complementarios. *
Cofundador del IEMASVO [Istituto Enrico Mattei di Alti Studi per il Vicino
e Medio Oriente, ha sido su vicepresidente (2007-2008)]. Docente
de geopolítica en el IEMASVO, da seminarios y cursos de geopolítica en
algunas universidades y centros de investigación y análisis. Docente
del Istituto per il Commercio Estero (ICE – Ministerio de Asuntos
Exteriores italiano), hasta ahora ha dado cursos en varias partes del
mundo como Uzbekistán, Argentina, India, China, Libia. Dirige
“Eurasia. Rivista di studi geopolitici” y la colección “Quaderni di
geopolitica” (Edizioni all’insegna del Veltro), Parma, Italia. 1. Pierre Dallenne, Alain Nonjon (editores), L’espace mondial: fractures ou interdépendence? Un panorama géoéconomique, in L’espace mondial: fractures ou interdépendances?, Ellipses, Paris 2005, pp. 11-23.
2.
Aymeric Chaupadre, François Thual, Dictionnaire de géopolitique,
Ellipses, Paris 1999, pp.551-555.
3. Sobre las
relaciones entre geopolítica y geoeconomía, nos remitimos a Pascal Lorot
(editor), Introduction à la géoéconomie, Economica, Paris 1999.
4.
Franco Cardini, Astrea e i Titani. Le lobbies americane alla conquista
del mondo, Editori Laterza, Roma-Bari 2003. Sobre el papel de los
lobbies, véase también John J. Mearsheimer, Stephen M. Walt, La
Israel lobby e la politica estera americana, Mondadori, Milano 2007.
(Hay versión española, El lobby israelí, Taurus, 2007)
5.
A tal respecto recordamos que el proceso de remilitarización de la política
estadounidense comienza durante la crisis financiera del bienio 1997-1998.
A principios de 1997 se funda el think-tank
necon PNAC (The
Project for the New American Century). Los
miembros de esta organización, que incluye a personajes influyentes como
Donald Rumsfeld, envían, el 26 de enero de 1998,
una carta al entonces presidente Clinton sobre la oportunidad de emprender
acciones militares contra Irak; el infome Rumsfeld, referente a la amenaza
de un ataque con misiles balísitcos contra los Estados Unidos, es de
julio de 1998 (http://www.fas.org/irp/threat/missile/rumsfeld/toc.htm
).
6.
Yves Bataille, Il futuro geopolitico della Serbia, en Y. Bataille,
A. De Rienzo, S. Vernole, La lotta per il Kosovo, Edizioni
all’insegna del Veltro, Parma 2007. Y. Bataille, "Rivoluzione
arancione" in Ucraina, tentativi USA in Eurasia e Banana Chiquita,
www.eurasia-rivista.org, 25 de enero de 2005.
7.
Jacques Sapir, Le nouveau XXI siécle, Paris, 2008, p. 63-64. 8. Jacques Ténier, Intégrations régionales et mondialisation. Complémentarité ou contradiction, La Documentation française, Paris 2003. 9. Pierre Dallenne, Alain Nonjon, op. cit., p. 12. 10.
Joseph Nye, Soft Power, Einaudi, Torino 2005. 11.
Samuel Pinheiro Guimarães, Le sfide dell’integrazione sudamericana,
www.eurasia-rivista.org, 8 julio de 2008. 12.
Luiz Moniz Bandeira (entrevista a), Unasur: un sistema efficace per
evitare la subordinazione dell’America del Sud,
www.eurasia-rivista.org, 28 de mayo de 2008. 13.
El proceso de integración de la América indiolatina es sostenido por
China y Rusia, que, representando al “amigo lejano”, son percibidas
por los gobiernos de Caracas, Buenos Aires y Brasilia como mucho más
fiables que los “vecinos” norteamericanos. 14.
Robert A. Pastor, The Future of North America, Replacing a Bad
Neighbor Policy, Foreign Affairs, July-August 2008, vol. 87, n. 4, p.
84-98. 15. Jacques Sapir, Le nouveau XXI siécle, Paris, 2008, p. 113. 16.
Richard
Hass, The Age on Nonpolarity. What Will Follow U.S. Dominance,
Foreign Affairs, vol. 87, n. 3, May-June 2008, pp. 44-56 17.
Condoleezza Rice, Rethinking the National Interest. American Realism
for a New World, Foreign Affairs, July-August 2008, vol. 87, n. 4, p.
7. 18.
En este sentido, es interesante leer lo que escribe el contraalmirante
Jean Dufourcq, hoy jefe de la Oficina de Investigaciosn del Colegio de
defensa de la OTAN en Roma, en Pour une solidarité stratégique
euro-maghrébine, Géoéconomique, n. 42, été 2007, Choiseul, Paris
2007. El autor, pese a sostener que “le fait régional est un trésor
de la planète à proteger au nom de la diversité génétique de celle-ci”
(p.74), considera, sin embargo, que el porvenir común (la communauté
de destin et d’interest euro-maghrébine) debe ser favorecido por
“l’apparition d’une formule de laicité tolérant”: en
otras palabras, se evidencia la función hegemónica de la cultura
occidental con respcto a la arabo-islámica y a la islámica. 19.
Aldo Braccio, Russia e Turchia: aumenta la collaborazione, y, del
mismo autor, Turchia e Iran: un laboratorio per l’intesa contro gli
scenari di guerra, respectivamente en www.eurasia-rivista.org, 5 de
junio de 2008 y 24 de julio de 2008. 20.
La reciente crisis georgiana nuevamente ha llamado la atención de los
observadores sobre la importancia de los Dardanelos. Véase Fabio Mini, Prove
di battaglia oltre lo stretto dei Dardanelli, La Repubblica, 27 agosto
2008, p. 2. 21.
Francis Fukuyama, State Building. Governance and World Order in the
Twenty-First Century, Profile Books Ltd, Great Britain 2005. 22.
Zbigniew Brzezinski, L’ultima chance, Salerno editrice, Roma
2008, p. 150.
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