RISAS INGLESAS SOBRE ISLAS MALVINAS

por Adrian Salbuchi (*)

 

A medida que se acerca el próximo 2 de abril – trigésimo aniversario de la Guerra de Malvinas- los medios de prensa occidentales propagan noticias sobre supuestas “crecientes tensiones entre Gran Bretaña y Argentina”. La verdad, sin embargo, es que los británicos meramente necesitan reconfirmar urbi et orbi su soberanía sobre aquellas islas desoladas, barridas por el viento, ricas en petróleo y estratégicamente ubicadas del Atlántico Sur.

De manera que cuando Reino Unido despachó su destructor más potente –el modernísimo ‘HMS Dauntless’- y un submarino nuclear a las Malvinas, seguramente aguardaban con jocosa expectativa la previsible reacción de la presidente argentina Cristina Fernández de Kirchner.Pues mientras que a lo largo de las últimas tres décadas los británicos se dedicaron a erigir una poderosa base militar nuclear en Malvinas que sirve los intereses estratégicos del Reino Unido y EE. UU. en la región, como castigo por haberse atrevido a recuperar esas Islas en 1982, a la Argentina se le impuso una “democracia” de corte estadounidense controlada por el poder del dinero.

De forma tal que desde que la “democracia” regresó a Argentina en 1983, sus sucesivos gobiernos han ido de mal en peor, hundiendo al país cada vez más.  Desde el presidente Raúl Alfonsín (que condujo al país directamente a un colapso hiperinflacionario en 1989), pasando por los presidentes Carlos Menem (quien de la mano de su ministro de Relaciones Exteriores, luego de Economía y miembro de la Comisión Trilateral, Domingo Cavallo, desmanteló la economía y las Fuerzas Armadas); Fernando de la Rúa (quien en 2001 arrastró al país a ciegas al peor colapso financiero de su historia… ¡y lo trajo de vuelta a Cavallo!); Eduardo Duhalde; hasta Néstor Kirchner y su hoy sucesora-esposa elegida “a dedo” por él mismo: Cristina Fernández de Kirchner.  En verdad, los Kirchner simpatizan tanto con los grupos terroristas de los años setenta cuya violencia preparó el camino para el golpe militar de 1976, que muchos de sus miembros hoy ocupan cargos relevantes en su gobierno.

Estos sucesivos gobiernos de la “democracia” tienen algo en común: han mantenido en alto dos banderas clave en total alineamiento con los intereses y objetivos de los Dueños del Poder Global:

    1) JAMAS investigaron el origen mayormente ilegítimo de la gigantesca deuda externa argentina contraída bajo el régimen cívico-militar que usurpó el poder entre 1976 y 1983. Dicha deuda debiera ser repudiada como “Deuda Odiosa” según las leyes internacionales; y, para asegurarse que lo que arriba indicado jamás se haga y que los Dueños del Poder Global mantengan su control integral sobre el país,

    2) DESMANTELAR SUS FUERZAS ARMADAS – Esto ha sido casi plenamente logrado; hasta tal punto que hoy la credibilidad y capacidad disuasiva militar argentina es nula; no sólo ante Gran Bretaña (y EE. UU.) contra quienes luchamos en 1982, sino ante vecinos tradicionalmente aliados con Gran Bretaña y EE. UU. como Brasil y Chile, quienes sí mantienen fuerzas armadas modernas, profesionales y creíbles.

De manera que cuando la presidenta Kirchner habló por cadena nacional de radio y televisión para anunciar lo qué su Gobierno hará ante la renovada agresión colonialista británica, ella dijo que:

    1) Argentina denunciará el “colonialismo” británico ante la ONU (...los ingleses sólo son colonialistas desde hace unos cinco siglos…);

    2) El Gobierno argentino divulgará el contenido del “Informe Rattenbach” redactado hace casi treinta años por un general fallecido, en el que demuestra que la junta militar liderada por el General Leopoldo Galtieri cometió un cúmulo de errores políticos, diplomáticos, militares y estratégicos (¡como si no nos hubiéramos enterado de ello!), y

    3) Argentina jamás, jamás contemplará acciones militares contra el Reino Unido en Malvinas (¡cómo si tuviéramos capacidad para hacerlo!).

Todo esto sonó como música para los oídos británicos...

Pero, ¿porqué tanto ruido y justo ahora? De lo que se trata –y siempre se ha tratado– es de preservar cuatro objetivos geopolíticos angloestadounidenses:

    1) Preservar su poderío geopolítico sobre el Atlántico Sur;

    2) Proyectar el poderío angloestadounidense sobre la Antártida, dónde los reclamos territoriales del Reino Unido y EE. UU. se superponen con similares reclamos de la Argentina (que prácticamente se ha retirado del Continente Blanco), y Chile (que no constituyen problema por ser un tradicional aliado del Reino Unido);

    3) Proyectar el poderío estadounidense y británico sobre la inmensamente rica y peligrosamente sub-poblada Patagonia Argentina, cuyas costas miran hacia las Islas Malvinas, y –último pero no menos importante-

    4) ¡Petróleo!

El petróleo es siempre un factor clave para las “democracias occidentales”, que sus obedientes multimedios globales procuran desenfatizar. Sea en Libia, Irak, Irán, Afganistán, Venezuela o… en el Atlántico Sur… Recientes estimaciones indican que en la plataforma continental debajo del Mar Argentino, de cuyas aguas relativamente poco profundas sobresalen las Islas Malvinas, existen reservas por unos 8.300 millones de barriles de petróleo. Una cifra tres veces superior a las reservas británicas, colocándolas en el decimoquinto lugar de las reservas petrolíferas mundiales.

No habrá entonces de sorprender los miles de millones de libras esterlinas y dólares que se están canalizando para explotar el petróleo malvinense, tan importante en momentos de crecientes tensiones en Medio Oriente y en el Golfo Pérsico.

Gigantescas petroleras como Hess, Noble y Murphy (EE. UU.), Cairn Energy, Premier Oil (Reino Unido) y, Anadarko Oil de Houston, están operando a toda marcha.  Anadarko es un caso interesante: cuenta en su directorio con el General Kevin Chilton (ex comandante militar del Comando Estratégico Militar de EE. UU.) y el ex funcionario del Pentágono, Preston M. Geren III.

A su vez, la firma Rockhopper UK Exploration, anunció que ha hallado reservas estimadas en unos 700 millones de barriles cerca de las costas malvinenses.

Dicen algunos observadores agudos, residentes en las costas patagónicas argentinas, que tras los “anuncios” de Cristina Fernández de Kirchner del martes 7 de febrero, cuando el viento sopla desde las Islas Malvinas casi pueden oírse las risas británicas…

En verdad, el más fundamental sentido común geopolítico indica que mantener fuerzas armadas creíbles resulta absolutamente vital para todo país que se respete a sí mismo. No para atacar a nadie –eso hay que dejárselo a EE. UU., Reino Unido, la OTAN e Israel, que lo hacen permanentemente– sino como defensa y disuasión ante, precisamente, esos mismos países.  En el caso de la Argentina, Inglaterra tiene malos antecedentes ya que -a lo largo de los últimos trescientos años– trató repetidamente de invadir a ese país.

En realidad, Cristina Fernández de Kirchner solo hizo aquello que todos los políticos argentinos hacen con inusitado talento: o sea, nada. Pues los “anuncios” de Kirchner del martes pasado no solo fueron aplaudidos por su propio partido, sino por la casi totalidad de la mal llamada “oposición”. Claramente, ella no es la única responsable.  Por allá por el año 1990, bajo el presidente Carlos Menem, Argentina suscribió lo que muchos en ese país consideran su “Tratado de Versalles”, en alusión a similar tratado devastador impuesto en 1919 sobre una derrotada Alemania por Reino Unido, Estados Unidos y Francia.

Domingo Cavallo, ministro de Relaciones Exteriores de Menem, negoció la rendición incondicional argentina ante Gran Bretaña, suscribiendo un tratado convertido en Ley No. 24.184 por casi unanimidad en el Congreso argentino el 11 de diciembre de 1990. Mediante el mismo, Argentina abría su economía a la desregulación, privatización y endeudamiento irrestrictos, y desmantelaba sus Fuerzas Armadas, especialmente en la crítica zona patagónica. Poco tiempo después, se suscribieron tratados similares con EE. UU. y la Unión Europea.

La realidad es que hoy Argentina no es un país soberano, ya que la independencia nacional presupone que existe la voluntad de ser libres; aún a riesgo de ir a la guerra. En verdad, el último bastión de la soberanía nacional de todo país son sus fuerzas armadas. ¡No así en el caso de la República Argentina! Pues al no disponer de fuerzas armadas creíbles, más que una nación “soberana e independiente”, Argentina es meramente un país “aún no invadido”.

Pues si mañana se decidiera en Londres, Washington, Brasilia, Santiago, la OTAN o Tel Aviv llevar a cabo alguna intervención militar contra Argentina, no habría absolutamente nada que ese país pudiera hacer para evitarlo.  Los británicos saben muy bien que esto es así. Será por eso se ríen tanto…

 

(*) Adrian Salbuchi es analista político, autor, conferencista y comentarista en radio y TV de Argentina.