Si
alguien le puede hacer llegar este breve artículo a Kirchner que lo
haga. No lo digo en joda por más que pudiera parecerlo. Pertenece al más
emblemático filósofo suramericano del siglo XX, el peruano Alberto
Wagner de Reyna, que me lo envió a mi cuando mi vieja estuvo gravemente
enferma. Alberto Buela
EL SENTIDO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
por
Alberto Wagner de Reyna (*)
El
filósofo suramericano más significativo del siglo XX muestra en esta
breve pero medular meditación su originalidad que radica en la presentación
un tiempo cristiano propio que va de la confirmación a la unción, otorgándole
a esta última el carácter de salvífica: redondeando
victoriosamente la existencia terrenal.
La Unción. Otrora
se decía <la extrema unción>, y se solía
administrar al acercarse la muerte. Una reforma cambió de nombre a este
sacramento, que se llama ahora <de los enfermos>. Y hay la tendencia
de volver a la práctica del Cristianismo primitivo de administrarlo también
- individual o colectivamente - a personas de avanzada edad pero con salud
satisfactoria para sus años.
Con
ocasión de una seria operación - hace tiempo de ello - , y con las
premuras consiguientes, recibí por primera vez esta unción sacramental.
En verdad repare muy poco en su importancia - mas allá del fugaz momento
del peligro -, y con mi restablecimiento prácticamente olvide de lo que
para mi fue un acontecimiento mas de mi estancia en el hospital. Poca
huella dejo, pues, en mi. Fue por falta de preparación - en medio de
tantas urgencias terapéuticas -? O por insuficiente concentración de ánimo,
a pesar de tener muy presente la significación teológica del rito?.
Hace
algunas semanas, e inspirándome en la razones que recomiendan acercarse a
este sacramento en plena lucidez - antes de la aparición de los signos de
decadencia que preceden a la muerte -, pedí en mi parroquia que me fuera
administrado. Lo recibí en mi escritorio, juntamente con
la Eucaristía
, que no tenía - evidentemente - carácter de <viático>. Fue una
experiencia espiritual y existencial extraordinaria, que relato por que
quisiera que otros fieles de mi edad - he pasado los 90 - pudieran también
disfrutar de ella. Por lo pronto, me embargó un sentimiento de seguridad,
de paz interior, al saberme debidamente preparado para presentarme ante el
Señor. (Si fuera mujer, diría que me contaba entre las vírgenes
prudentes que entraran con el novio a la sala de fiestas.) Ya nada me
importa y venga lo que venga, se que Cristo me encontrara en servicio
activo, con las cuentas saldadas, debidamente arreglado, dando gloria a
Dios y garantizado por sus promesas solemnes de reconocerme como discípulo
en la momento decisivo. No era una <seguridad> del satisfecho
propietario que tiene sus almacenes llenos de riquezas, sino la
tranquilidad del hijo que confía plenamente en el amor de su padre. A
esta vivencia espiritual se añade una segunda sensación: el haber
logrado la plena realización de las potencialidades de mi vida. Soy
alguien que ha cumplido totalmente su tarea; que ha redondeado
victoriosamente su existencia terrenal; que ha triunfado en la vida. Pues
que mayor satisfacción que haber ganado el Cielo, por la misericordia de
Dios?!
La Unción
de los enfermos corresponde así - al otro extremo de la
vida - a
la Confirmación. La
una inaugura el ejercicio consciente y activo del Cristianismo, la otra es
su feliz remate, su conclusión. Entre una y otra es la tempestad - de
luchas, traiciones, caídas, remordimientos, penitencias, reconciliaciones
- ; antes de
la Confirmación
se encuentra la calma de la inocencia; después de
la Unción
, el sosiego de un atardecer de luminosos celajes. Y entonces me di cuenta
que el crepúsculo vespertino de la vida, que exorcisaba este sacramento,
era en realidad la aurora, que anticipaba el brillo del Sol, en que en
breve me hallaría. No es un momento triste, sino por lo contrario un
tiempo de alegría, de gozo, de jubilación. La gloria de Dios! Y
consecuente con esta realidad, con este <descubrimiento>, el estado
de ánimo con que enfrento mis últimas jornadas se hace ligero,
despreocupado y placido. Pero hay algo más: con todos los problemas
espirituales y religiosos resueltos por
la Unción
, me siento en confianza con Cristo. Tomo en serio que pertenezco al grupo
(que debiera abarcar a la humanidad entera) de los que llama sus
<amigos> y <hermanos>. El maestro se confunde con los discípulos
y entre <colegas> todo se facilita. Si un domingo no me siento con
fuerzas para ir a misa, no tengo que luchar con escrúpulos y analizar a
fondo si estoy liberado de este obligación; el <hermano> Jesús me
perdonara si incumplo un mandamiento de nuestra Iglesia (suya y mía).
La Unción
posee , pues, la misma fuerza que la verdad: hace libres. No solo consuela
- <conforta> en la fe - sino trasforma, vivifica, alegra, empuja,
supera. Es como la paloma que trajo a Noe, en el arca, una rama - verde y
fragante - de la nueva vida.
Epifanía,
AD. MMVI
(*)
filósofo peruano (1915-2006)
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