"No
me arrepiento de haber derrotado a la subversión. Por eso escribí
este libro, por nuestra lucha, por los que cayeron, por los que no
tenemos miedo de caer, y por los que caerán". (Gral. Ramón
J. Camps, Buenos Aires, 4 de junio de 1983)
EL
PODER EN LAS SOMBRAS
Libro
del Gral. Ramón J. Camps que anticipa todo hace más de 27 años
atrás
UN
PORTAFOLIO LLENO DE MUERTE
Estaba desesperada y necesitaba trabajar. Mientras duró mi
matrimonio, yo administraba una pequeña empresa de construcción que
tenía mi marido, pero cuando me separé tuve que dejar también mi
trabajo. Se lo comenté a mi psicóloga. Le dije que ya era maestra y
estudiante de ciencias económicas.
Esa fue la persona que Lidia Papaleo eligió para las tareas más
comprometidas del grupo de empresas de su marido. Silvia Fanjul estaba
en tratamiento con ella desde 1972, cuando el ginecólogo, después de
estudiar minuciosamente las razones por las cuales no quedaba encinta
de su marido, llegó a la conclusión de que solo la podía ayudar un
psicoterapeuta.
La razón originaria del tratamiento desapareció en 1974, cuando
Silvia se separó de su marido. En ese preciso momento la Papaleo le
sugiere que vaya a ver a un señor Rubinstein que está organizando un
grupo de empresas, o mejor dicho organizaba un "control
superior" para coordinar el vasto imperio económico qué había
reunido David Graiver.
A fines de agosto de 1974 Silvia empezó a trabajar. Notó que
Rubinstein se ocupaba en aquel entonces de la dirección ejecutiva y
de los detalles, mientras David se dedicaba a "relaciones públicas"
y los grandes negocios. Al mes se mudaron a las oficinas de la calle
Suipacha; y en mayo del 75 los Graiver se fueron y Rubinstein quedó
al frente de las empresas.
Antes del viaje de sus patrones había notado ya la presencia en las
oficinas de un hombre de hombros anchos, mentón cuadrado, pelo castaño
lacio, modales mesurados, que se hacía llamar "doctor Peñaloza",
y era recibido efusivamente por David, quien dejaba cualquier otra
entrevista o tarea que estuviese haciendo para abalanzarse a
recibirlo. A veces también venía una "secretaria" del
doctor "Peñaloza", atractiva, de ropa muy moderna, con
"minifaldas espectaculares". Cuando David se fue a Estados
Unidos el encargado de recibir a los visitantes era el Dr. Rubinstein.
Silvia comprobó que "Peñaloza" o su "secretaria"
se iban siempre con un paquete bajo el brazo.
A partir de noviembre de 1975 Silvia Fanjul ascendió en la empresa y
se le confió el manejo de dinero. Todos los meses Rubinstein le
ordenaba retirar una cantidad equivalente a 133.000 dólares al cambio
del día y preparar con el dinero un paquete o bolsa. Después su jefe
entregaba personalmente el paquete a "Peñaloza" o su
"secretaria".
En un día de enero de 1976 recibió órdenes de ir a recibir a
Rubinstein al Aeroparque, con el automóvil de la custodia.
Una vez llegado, Rubinstein se dirigió con el coche a una confitería
en la zona de plaza Italia. Cuando estuvieron instalados en la mesa,
Rubinstein le dijo que apenas entrase la persona que esperaban, ella
debía ir al baño y no volver por un buen rato. La fiel empleada
cumplió al pie de la letra las órdenes de su patrón y cuando volvió
de su involuntario exilio higiénico se encontró con el "doctor
Peñaloza" que charlaba con Rubinstein.
Este los presentó formalmente. La entrevista terminó pocos minutos
después, entre frases intrascendente s dichas con tono nervioso.
Pocos días después su patrón le dijo que fuese a unas oficinas de
la Av. Córdoba al 1300 -donde habitualmente se cobraban las cuotas de
los departamentos del Bristol Center- para recibir un paquete de manos
de "Peñaloza". El misterioso hombre llegó a la cita con un
portafolio inmenso y sin decir una palabra lo abrió y le mostró el
contenido a Silvia: estaba repleto de fajos de dólares. Con vidrio en
las venas la empleada cumplió todas las instrucciones que le había
dado Rubinstein: fue a la casa central del banco de Galicia, donde
encontró, tal como había convenido, a otro empleado, que trabajaba
para un cambista llamado Francisco Fernández. Los responsables de la
operación no vacilaban en comprometer en ella a sus subalternos, para
que corriesen los riesgos por cuenta de los jefes. Silvia pensó que
en el portafolio debía haber un millón de dólares, pero cuando lo
consideró mejor comprendió que había mucho más.
Yo también me quedé asombrado cuando Silvia Fanjul me dijo que no
recordaba exactamente cuántas veces volvió a recibir de "Peñaloza"
portafolios con dólares.
Las cosas en el, grupo Graiver cambiaron después de la revolución
del 24 de marzo de 1976. Rubinstein estaba fuera del país y se cuidó
mucho de volver. El rumor que corría entre los empleados de la
oficina decía que tenía antecedentes subversivos desde, su juventud
y que podía encontrarse con problemas ante las nuevas autoridades.
Para tenerlo al tanto de los negocios viajaba al exterior un trío
compuesto por Silvia, el doctor Reinoso, el contador, y Bogani, que
formaban una especie de comité sin poder de decisión. Los primeros
viajes de consulta con Rubinstein los hacían a Río de Janeiro; después
fueron a Nueva York. Este medio de administrar las empresas entorpecía,
por supuesto, todos los negocios. Solo un asunto funcionó
regularmente: mes a mes, entre las instrucciones venía una
recomendación de no olvidarse de hacer el pago al "doctor Peñaloza".
Cuando hablaban por teléfono -tanto David Graiver como Rubinstein,
pero sobre todo David- se mostraban ansiosos por saber cómo iban los
pagos a "Peñaloza". Este no tenía teléfono ni oficina
donde se lo pudiera ubicar y no quedaba otro remedio que esperar su
llamado para concertar una cita, por lo general en las oficinas de
Graiver en la Av. Córdoba. Por orden de David, cuando se hablaba por
teléfono había que referirse a "Peñaloza" con los nombres
claves de "Marisa" o "Pusy".
Un día "Peñaloza" no fue a la cita y Silvia, con el bolso
que desbordaba dinero y el corazón en la boca, lo depositó en una
agencia del Banco Comercial de La Plata. Poco después reanudó el
contacto y pudo hacer la entrega, pero cuando le contó a David por
teléfono lo que había ocurrido, éste le contestó que no se
preocupase, que a partir de entonces iba a recibir la visita de una
persona "más puntual". Así vuelve a escena nuestro
conocido "doctor Paz, Silvia le entrega el equivalente a 133.000
dólares durante los meses de mayo, junio y julio.
Cuando la noticia del accidente llega a Buenos Aires, "Paz"
irrumpió en la oficina de Silvia en un estado nervioso lamentable.
Sus dedos tamborileaban sobre el escritorio y con la mirada perdida en
el vacío decía con tono sombrío palabras inconexas: Esto es
terrible. .. no ha sido un accidente... un atentado. .. para nosotros,
David era un elemento de recambio importante.
La voz de Silvia Fanjul quedó suspendida un momento durante su
declaración y vi un gesto de inquietud en el rostro.
Creo que había comprendido que a partir de esas palabras no podía
representar más el papel de empleada inocente porque los propios
hechos que narraba tenían un trasfondo evidente. Admitió que
sospechaba que el origen de todas las entregas podía ser político.
Pero su inocencia se hizo añicos cuando admitió también la cena en
"Los Inmortales", con Isidoro y Lidia Papaleo. En esa ocasión
hablaron de los graves problemas que enfrentaba el grupo y, cuando ya
estaban por irse, Lidia comentó: Lo más terrible es la deuda que
reclaman los montos. Silvia me dijo que estas palabras la
sorprendieron, pero más sorprendida aún se mostró Lidia cuando vio
que su interlocutora no estaba al tanto, o simulaba no saberlo, o no
quería saberlo. Después Lidia le explicó que le debían 17 millones
de dólares a la "organización" .
Silvia empezó a formarse un cuadro de la situación: David nunca se
había quejado por los intereses fabulosos que tenía que pagar
mensualmente ni hizo jamás un comentario en contra de los subversivos
a pesar de que la familia había tenido que pagar un rescate muy alto
por el primer secuestro de Isidoro; además, los pagos de intereses se
hacían siempre con dinero "negro", no provenían de ninguna
empresa y no quedaban asentados en ninguna parte. El agente de cambios
"Paco" Fernández entregaba el dinero y se le acreditaba el
equivalente en dólares en una cuenta del American Bank de los
Graiver, en Nueva York.
Cuando hablamos con Silvia de la gente que visitaba a los Graiver en
su oficina, mencionó a Ber Gelbard, Casildo Herreras y Patricio
Guillermo Kelly, "personaje siniestro del que nunca supe qué
quería". Más extensas fueron sus referencias sobre Baruj
Tenenbaum. Recordó que cuando empezó la fiscalía en el Banco
Comercial, David le recordó por teléfono que hablara con Tenenbaum,
"que era un hombre muy contactado". En la oficina de
Tenenbaum había unos carteles anunciando la "Fundación del
Reencuentro Argentino" y otra "Fundación del Hombre".
Bajo los auspicios de esta última se publicó o se estuvo por
publicar la "Gaceta de la Historia". Para tratar este tema
el señor Félix Luna visitó a Graiver y Rubinstein en sus oficinas.
Aunque la fundación nunca se constituyó como persona jurídica, la
"Gaceta" salió a la calle como publicación mensual y, además,
se distribuyó gratuitamente en reparticiones oficiales, cuarteles y
centros militares.
Silvia Fanjul terminó su relato con una anécdota ambigua.
Después del accidente aéreo la llamó desde el extranjero Tenenbaum,
que actuaba con el apodo de "Astor", y luego de lamentar lo
que había ocurrido dijo: Espero que dentro de algunos años nos
podamos mirar bien de frente..
Recordé un hecho curioso, aunque sin importancia. Entre los objetos y
muebles de la oficina de la calle Suipacha, el único que no tenía un
uso práctico era el cuadro que representaba un granadero. Miré a
esta mujer, menuda, morena, bronceada, que trataba de bromear con todo
el mundo y que había transportado el dinero que servía para matar
soldados argentinos.
Hizo aún un comentario más. Me dijo que para referirse a los
montoneros, la familia Graiver usaba el nombre clave de "los
mexicanos". Entre la gente del hampa, "mexicano" y
"mexicanear" es el nombre que se les da a los que roban a
ladrones y a la acción de robar lo robado, pero no puedo asegurar que
los Graiver conociesen tan bien el lunfardo.
SILVIA FANJUL
(El Poder en las sombras, Cap. VII Pag 77 a 82)
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