Y AL SUR LA VERGÜENZA DE GIBRALTAR
por Carlos, para Pensamiento Hispánico
Verdaderamente parece anacrónico, con lo que está cayendo, venir ahora reclamando un “Gibraltar Español”. Porque la recuperación de nuestra unidad territorial y no está solamente en esa minúscula “piedra en nuestro talón” , como dicen los ingleses, sino en mantener la cohesión de varias grandes regiones en nuestra nación “ única e indivisible” como reza –aún- la vigente Constitución.
Estos primeros días de agosto se cumple ¿306? años de la pérdida de Gibraltar a manos de la “pérfida” Albión,como la denominó el inolvidable Matias Prats Muchos niños de mi generación aprendimos los límites geográficos de España con ese lamento final. Medio siglo después los límites son los mismos, la vergüenza mayor.
Tres siglos en que monarquías de varias dinastías, repúblicas de diferentes signos, dictaduras militares o del proletariado, organizaciones nacionales o internacionales, acuerdos de la ONU, gentes de derechas y de izquierdas, paisanos y militares, por las buenas o por las malas, con bombardeos, con cercos…, con todo España no ha podido recuperar lo que le fue arrebatado con traición, y que a lo largo de estos siglos ha ido ampliando con engaños y abuso de su poderío.
Pero si la Historia –inamovible-es esa, y nadie puede asegurar el éxito o la victoria en cualquier clase de enfrentamiento, lo que en esta hora del siglo XXI resulta desolador es el silencio, la sumisión y el conformismo con los que nuestra sociedad, nuestros gobiernos y nuestro Estado asumen una de las más humillantes y anacrónicas situaciones de la convivencia internacional.
La sumisión y la vergüenza de Gibraltar, en el velado silencio que ahora le rodea, es señalado brillantemen cuando cita a Francois Mitterand, el presidente francés, que en 1992 reconocía “…que es un tema que, por simple pudor, se evita en cualquier reunión de la Comunidad Europea”.
Ese pudor, esa mirada desviada, ese silencio cómplice, no solo afecta ya a las naciones vecinas y amigas de Europa y del Reino Unido, a los Comités de Descolonización de la ONU, a los conmilitones de la OTAN sino que ha contagiado a muchos de nuestros políticos. El tono “bajito” de protesta ante la prepotente y reiterada presencia de buques de guerra de peligrosa dotación nuclear, las visitas de la poco ejemplarizante familia real inglesa o de los ministros del gobierno de su graciosa majestad, solo pretende cumplir un mero acto de protocolo diplomático, sin molestar demasiado. Las propias migajas que el contrabando, el blanqueo de dinero y la empresas de dudosa actividad dejan en algunos colectivos de españolitos en el ámbito colonial (porteadores, pacotilleros…) permiten a políticos locales o autonómicos reclamar al gobierno de la nación “más tacto y suavidad” en el trato con los llanitos…
La humillación y la vergüenza avanzan.
Los que de niños soñábamos con nuestros valientes soldados asaltando las escarpadas laderas mientras poderosos buques de la Flota bloqueaban y bombardeaban sin cesar el puerto, y nuestras escuadrillas atacaban el usurpado aeropuerto, sabemos que una acción militar es inimaginable, por múltiples motivos…salvo precisamente –en estúpida paradoja- para defender la inicua bandera de la Jack Union ante un hipotético ataque de un tercer país, obligados por nuestra humillada adhesión a la OTAN, con un socio que te coloniza.
Pero frente a nuevas “trampas saduceas” como la de la inadmisible soberanía compartida, la integración europea permite una salida airosa, imaginativa, brillante, con perspectivas de un futuro prometedor que satisfaga a británicos, españoles llanitos…y a europeos en general.
Se propone que el Reino Unido renuncie a la soberanía en Gibraltar, que España renuncie asimismo a recuperar la usurpada colonia, y que los gibraltareños renuncien tanto a su condición de súbditos británicos como a la aspiración de autogobierno o independencia. Todos renunciarían en favor de la Unión Europea, que dispondría así de un territorio de titularidad propiamente europea, de soberanía total. Un territorio propio, infante de una naciente e ilusionada unidad política europea, con unos 30.000 habitantes (los “llanitos”) de nacionalidad estrictamente europea. Y su posible capital.
Una propuesta sugerente para resolver tres siglos de desidia y humillación.
Y en lo alto del Peñón una bandera de todos.
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