EL TANGO EN EL BICENTENARIO por Alberto Buela (*)
Es sabido que nosotros nos liberamos del poder español para caer en manos de un poder económico más sutil, cruel y explotador como el de Inglaterra (Incalaperra, la denomina Martín Fierro). Subordinación que en el plano cultural nos llevó a someternos a Francia con su declamado “latinoamericanismo” durante todo el siglo XIX y gran parte del siglo XX. Puede afirmarse que estos doscientos años fueron una tensión entre imitación y genuinidad, entre extrañamiento e identidad, entre alienación y mismidad. Con una clara primacía de las primeras categorías sobre las segundas. No sólo por la mayor vigencia sino también por la multiplicación exponencial de los agentes culturales, políticos y económicos de la imitación, el extrañamiento y la alienación. Pero el primer metafísico porteño, allende la Academia y la Universidad, Macedonio Fernández (1874-1952), observó con agudeza: El tango es lo único que no imitamos de Europa. No decimos nada nuevo si afirmamos que el tango nació de la unión del mundo criollo con el mundo de la ciudad de Buenos Aires y así su partida de nacimiento se da en el suburbio donde se vinculaban estos dos mundos, cuyo arquetipo es la figura del compadre y del orillero. Mientras tanto el pueblo llano, durante más de un siglo, lo escuchó, lo entonó, lo silbó y, sobretodo, lo bailó. Y en este último aspecto es que nos queremos detener. Es sabidopor lo evidente, que con la caída de Perón en el 55 se quiebra el proyecto nacional de una Argentina potente y autocentrada, para sumergirnos en un largo y constante proceso de decadencia, que tiene una ley fundamental: siempre se puede ser más decadente. Y el tango como producto cultural más genuino y propio de los argentinos no escapó de la misma. Así, en plena decadencia, en octubre del 69, Jorge Luis Borges, sin duda el escritor argentino más conocido en el mundo y un parapeto a la mediocridad, sentenció irónicamente: “este tango que se toca ahora es demasiado científico”. Y como de la decadencia solo se puede salir como Dédalo e Ícaro del laberinto, “por arriba”, así el tango salió a flote a partir, emblemáticamente, “del gran espectáculo en París (1982): trottoires(veredas) de Buenos Aires, con un cantor no gritón como Goyeneche, una pareja de baile no-acrobática como Gloria y Eduardo, y una orquesta sobria. A lo que hay que sumar el impulso europeo de Piazzola con el tango para escuchar” . Es por eso que celebramos que la Casa Nacional del Bicentenario haya invitado a Alfredo y Sra., dos sobrios y eximios bailarines porteños a mostrar y enseñar cómo se baila el tango bien bailado. Lo que lamentamos es que haya dos legisladores de Buenos Aires que, a propósito del Bicentenario hayan declarado al barrio de Villa Urquiza “capital del tango bailado” como si en los otros barrios no se bailara. Y lo hicieron fundados en que hay allí dos clubes: Sin Rumbo y Sunderland donde siempre se bailó, como si en los otros barrios no existieran milongas eternas. Así en Flores y el Bajo Flores están, desde siempre, El Pial, La Tierrita, Saraza, el Social Rivadavia, que tienen la ventaja, sobre los mencionados, de no ser bailongos preparados para turistas. Si el tango es lo único que no imitamos de Europa, nosotros creemos que existen también otras cosas, démosle el lugar que se merecen por méritos propios a las milongas más auténticas donde se baila el tango de patio, el tango al piso y a los milongueros que en ellas pisan. El tango en el bicentenario tiene que ser tratado en su puridad, despojándolo de todo el mal gusto y la chabacanería que se le ha adosado de setenta años para acá. Evitando al mismo tiempo “las ocurrencias arbitrarias” de los que manejan las milongas, que invitan bailarines acrobáticos. De los disk jokey o pasa música, que cuando uno les pide un tango equis le dicen que “no forma parte de mi repertorio” como si ellos fueran artistas. Que el tango del bicentenario se distinga claramente del “negocio de Vicente Nario” donde esquilman a los turistas vendiéndoles vestidos, zapatos y sombreros estrafalarios. Si nos permiten una máxima diríamos que así como hay que desconfiarle a un cocinero flaco, así hay que desconfiarle a un milonguero todo vestido de negro. ¡Salute¡ |