Lo confieso: me encantan las teorías conspirativas. No creo en ellas para
nada, pero me apasionan. Para mí son algo parecido a los cuentos o a las
novelas de ciencia ficción; ésas en las que, a partir de una base con
cierto contenido de verdad o de fundamento científico, se construyen
después las cosas más emocionantes y excitantes. Desde espacios elásticos
que se pliegan sobre sí mismos, pasando por viajes en el tiempo y saltos
en el hiperespacio, hasta encuentros espeluznantes con los infaltables
hombrecillos verdes… o azules… o violetas... Cualquier color menos
blanco, negro o amarillo porque eso ya sería racismo. La verdad es que no
sé si varias de las teorías conspirativas que andan dando vueltas por ahí
son enteramente ciertas o no; pero nadie me puede negar que resultan
entretenidas. Rivalizan – y con ventaja – con la mejor novela de
suspenso que uno pueda pedir.
Y en una de ésas, ¿quién sabe? A lo mejor hay algo detrás de las
historias conspirativas después de todo. Franklin Delano Roosevelt solía
decir que en política nada sucede por casualidad; que si sucedía, uno
podía apostar a que alguien lo había planificado de esa manera. Suena
coherente pero, aplicado a la teoría de la conspiración, no tiene en
cuenta una serie de cosas. Por de pronto, para que haya una conspiración
no es suficiente con que “alguien” la planifique; hacen falta por lo
menos “algunos” para que sea una verdadera conspiración como Dios
manda. La conspiración unipersonal casi no existe. Una conspiración comme
il faut exige pluralidad de participantes; por definición de
“conspiración”. En segundo lugar, no todo lo que sucede en política
está planificado. Sobre todo cuando las cosas salen mal. En estos casos
lo que termina sucediendo es, por regla general, lo contrario de lo que
algunos planificaron.
Por ejemplo, estoy dispuesto a creer que, en su momento, los soviéticos
planificaron cuidadosamente su invasión a Afganistán. Pero me resulta un
poco difícil creer que hayan planificado también la paliza que
recibieron de los afganos y de los muchachos de Bin Laden que los
obligaron a irse. Como que también creería que los yanquis planificaron
con mucho esmero su ayuda – en aquellos tiempos – al inhallable Bin
Laden y a sus muchachos. Lo que no creo que hayan planificado es todo lo
que esos muchachos hicieron después. Con lo cual, si tuviésemos que
explicar los acontecimientos con una teoría conspirativa, tendríamos que
recurrir a una conspiración, dentro de otra conspiración, dentro de otra
conspiración. Me explico: una conspiración de los soviéticos, minada
por una contraconspiración de los yanquis, perforada por una
recontraconspiración de los musulmanes. No me digan que no daría para
una historia apasionante. Sobre todo considerando que tendríamos que
agregar otra más: la conspiración anglo-norteamericana para invadir Iraq
y, de paso, desembarcar otra vez en Afganistán para tratar de dominar a
los antidemocráticos talibanes.
¿Demasiado complicado? No crean. Por un lado la política es bastante
compleja a veces. Por el otro lado, si el relato no fuese complicado ¿cómo
haríamos para generar el suspenso? John le Carré se hubiera muerto de
hambre si hubiera tenido que escribir sobre conspiraciones de desarrollo
lineal. Es que hay pocas cosas más aburridas que una conspiración
simple. Por ejemplo las clásicas conspiraciones renacentistas son de lo más
monótono que hay. Alguien va y le dice a Lucrecia que eche unos polvitos
en el vino de cierto personaje, la niña obedece solícita, durante un
rato el pobre personaje se revuelca por el piso con unos tremendos
retorcijones, exhala después su último suspiro y ¡zás! ya puede venir
el próximo amigo de los Borja a hacerse cargo del puesto dejado vacante
por el occiso. Quizás hasta de la bella Lucrecia por añadidura. ¿Hay
algo más mortalmente aburrido que una historia como ésa? Haría falta
todo el profesionalismo literario de un Edgar Allan Poe para hacer algo
medianamente entretenido a partir de un guión como ése. Y el resultado,
con toda probabilidad, ni siquiera sería una historia conspirativa sino
un cuento de terror.
Lo que pasa es que las conspiraciones – las verdaderas – son realmente
muy aburridas. No tienen mucho que ver con conjuras como las del viejo
Adam Weishaupt que, desde 1776 con sus Iluminati y sus masones, habría
venido a determinar (¡durante la pavada de 235 años!) los
acontecimientos de la independencia norteamericana, la Revolución
Francesa, la Revolución Bolchevique y hasta el Skull & Bones y el New
World Order global, más unos cuantos acontecimientos intermedios que
siempre se le pueden achacar. No; las conspiraciones – las reales –
pueden llegar a ser muy complejas pero resultan insoportablemente
prosaicas para quien busca historias apasionantes en la Historia.
Es que el trasfondo real de una verdadera conspiración no es nunca una
“conspiración” tal como la entienden y describen las teorías
conspirativas. Lo que hay detrás de una verdadera conspiración vendría
a ser más bien eso que mis amigos abogados llaman una asociación ilícita.
Por un lado siempre hay alguien que tiene el poder. Por el otro, siempre
hay alguien que aspira a ese poder y no puede acceder al mismo por medios
lícitos. Como el pretendiente al poder no puede desplazar por sí mismo
al que tiene el poder, forzosamente se ve obligado a buscar socios, o
mejor dicho cómplices, para que le ayuden en la tarea. Y por
supuesto los cómplices deben proceder con cierto grado menor o mayor de
discreción por motivos más que obvios. Todas las conspiraciones auténticas
han seguido siempre este mismo esquema; desde la época de los sumerios
hasta la actualidad.
Todo lo que excede el esquema propiamente dicho no es más que un agregado
escenográfico dispuesto para satisfacer esa necesidad de misteriosa
teatralidad que tanto parece fascinar a ciertas personas. Quizás esto sea
porque la complicidad genera cierta mística y luego la mística genera, a
veces, cierto ritual. Así han surgido – aunque no siempre ni
necesariamente – esas ceremonias más o menos extrañas, esas “filosofías”
más o menos esotéricas, esos códigos más o menos secretos, y toda una
parafernalia accesoria de particularidades pintorescas y simbolismos
supuestamente misteriosos que, en realidad, no hacen al fondo de la cuestión.
Porque el fondo de la cuestión ha sido siempre el poder, su conquista, su
mantenimiento y su expansión. Lo demás es escenografía.
Una escenografía que, incluso, ha ido desapareciendo con los últimos años.
Los auténticos conspiradores de hoy ya no se reúnen en oscuras carbonerías,
en apartados cementerios, en lejanos castillos misteriosos y mayormente
tampoco en esotéricos templos decorados con figuras pretendidamente
egipcias y bajo la égida del Supremo Arquitecto del Universo. Seguramente
hay todavía algunos acólitos auxiliares, adictos a esa clase de
teatralidades; pero hoy en día, quienes deciden en última instancia y
necesitan ponerse de acuerdo sobre las cuestiones clave de la política
doméstica o mundial, se juntan en la sala de conferencias de algún hotel
de primera línea, en el comedor de algún exclusivo club de golf, sobre
el cómodo yate de algún miembro del grupo o en alguna discreta isla del
Mediterráneo. Y en esas reuniones no me cabe la menor duda que se habla más
de dinero y de negocios que de cualquier otro tema. Lo cual no excluye la
asociación ilícita, por supuesto. Pero, visto desde afuera, la cosa
seguramente se parece más a la reunión de los distinguidos miembros de
un selecto club privado que al conciliábulo tenebroso de una banda de
conspiradores clandestinos.
Tanto es así que los miembros de estos selectos clubes de distinguidos
caballeros resultan bastante conocidos. Por ejemplo, que Donald Rumsfeld,
Peter Sutherland, Paul Wolfowitz o Roger Boothe forman parte del Grupo
Bilderberg es algo que figura hasta en la Wikipedia. Y si la consultan en
inglés les aparecerán unos cuantos nombres más. El Council on Foreign
Relations (CFR) tiene una página web (http://www.cfr.org
) que cualquiera de ustedes puede visitar. Lo mismo sucede con la
Trilateral Commission sobre la cual pueden informarse en http://www.trilateral.org
. Hasta la masonería tiene páginas web hoy en día. La de la masonería
argentina, por ejemplo, está en http://www.masoneria-argentina.org.ar
. (1) Es gracioso, pero casi-casi les diría que son pocas las
asociaciones conspirativas “secretas” que no tengan una página web o
que no estén referenciadas por alguna página web. Pongan, por ejemplo
“Skull & Bones” en Google y diviértanse un rato. Les arrojará más
de 5.300 sitios a visitar.
Por supuesto que en estos sitios y en estas fuentes no figurará todo lo
que hay que saber sobre estos organismos, asociaciones, clubes,
instituciones o como se los prefiera llamar. Por supuesto que en todos
ellos hay “cocinas” internas en dónde se preparan decisiones,
alternativas y planes que luego se proponen para su ejecución a nivel
gubernamental. Además, la misma proliferación y multiplicidad de estos
clubes sugiere, o bien la existencia discreta de algún centro de
coordinación, o bien cierto grado de luchas internas y de disensos que
reflejan concepciones o intereses divergentes. O ambas cosas a la vez. Sería
infantil suponer que entre estos clubes, dónde se concentra tanto poder y
tanto dinero, no existen choques de intereses y de ambiciones hegemónicas,
tanto personales como corporativas. Pero averigüen ustedes qué grupo
concentra el mayor volumen de poder financiero a nivel global y no les
costará mucho determinar quién decide en última instancia.
Dentro de ese marco, las sublevaciones que están sucediendo últimamente
en el mundo árabe encajarían maravillosamente bien en un entretejido de
esta clase de conspiraciones. Tanto Mubarak como Khadafi estuvieron décadas
enteras en el poder. Mubarak llegó a presidente de Egipto en 1981,
casualmente después del asesinato de Anwar El Sadat. Khadafi está en el
poder desde 1969. ¿Recién ahora se dieron cuenta los norteamericanos que
estos dos sujetos eran dictadores inadmisibles? Admitamos que, en política,
a veces las cosas tienen que madurar y los movimientos del ajedrez político
no son posibles en cualquier momento. Pero ¿revueltas y protestas prácticamente
simultáneas en Argelia, Libia, Túnez, Egipto, Jordania, Palestina,
Yemen, Bahrein, Irán, y hasta en el mismo Irak ocupado por los yanquis?
¿Justo cuando el Departamento de Estado y el Mossad se devanan los sesos
para ver cómo podrían avanzar contra Irán? ¿Con la jauría periodística
sintonizando unánimemente el argumento de que se trata de manifestaciones
"espontáneas"? No muchachos. Cualquiera que tenga un mínimo de
experiencia política sabe perfectamente bien que movimientos de esta
envergadura nunca son espontáneos. En casos así, la tesis de Roosevelt
es prácticamente infalible: si algo así sucede es porque alguien lo
planificó de esa manera. No nos vengan con cuentos.
Lo que realmente lamento es la pérdida del aura de romanticismo y
aventura que envolvía a los tradicionales conspiradores clandestinos,
fuesen éstos auténticos o inventados. Siempre solía haber algo de
novelesco y hasta de quijotesco en aquellas secretas señales de
reconocimiento, ritos iniciáticos, códigos indescifrables, expresiones
herméticas, tintas invisibles, entornos fantasmagóricos y doctrinas esotéricas
con las que estaban adornadas las conspiraciones de antaño. Por ejemplo,
comparen ustedes solamente la historia de Rasputin con la de Putin. La
diferencia va mucho más allá de tan sólo la primera sílaba del nombre.
No hay nada que hacerle: los conspiradores actuales serán siniestros por
las guerras que arman pero sus guiones resultan mortalmente aburridos. No
son más que grandes burgueses con mucha – muchísima – plata que
acuerdan sus planes como más que prosaicos hombres de negocios. Y ni
siquiera se esconden demasiado. Quizás porque ya no necesitan esconderse.
Ya llegaron al poder. Probablemente en virtud de alguna, o varias, de sus
reales conspiraciones anteriores. Tendrán que seguir disimulando un poco
los objetivos de su asociación ilícita; más por una cuestión de cálculo
y de prudencia elemental que por una cuestión legal. Pero ellos mismos ya
no necesitan pasar desapercibidos. Nadie los persigue.
Por eso, a mí me sigue apasionando más la historia de un Rasputin que la
de un Putin.
Aunque está bien, lo reconozco: lo de las conspiraciones es como lo de
las brujas. Uno podrá no creer en ellas, pero que las hay, las hay. Por
eso, yo no me compro lo de la "espontaneidad" de las revueltas
del mundo árabe. Para mí, la cosa es mucho más prosaica: los que
deciden en Israel y los EE.UU. se pusieron de acuerdo en aislar a Irán
tratando de restarle todo el apoyo posible dentro del mundo árabe. No sé
si, a la larga, resultará. En el mediano y largo plazo hasta puede llegar
a terminar siendo un tiro por la culata.
Pero, de cualquier manera, si uno hace abstracción del enorme sufrimiento
de las personas inocentes involucradas - y digamos la verdad: cuesta
bastante hacer esa abstracción - toda la historia se vuelve muy aburrida.
Macabramente aburrida, pero aburrida al fin. Esta película ya la vimos.
Dos veces en Afganistán y dos veces en Iraq dónde todavía están
buscando las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein.
Por eso, si de leer historias conspirativas se trata, me quedo con la que
terminó con la vida de Rasputin. Aunque, a la hora de los cascotazos, me
parece que, pensándolo bien, le prestaría más atención a la de un
individuo como Putin.
Creo que, al menos a posteriori, Gorbachov estaría de acuerdo
conmigo.
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