A 16 AÑOS DEL
ATENTADO A LA EMBAJADA DE ISRAEL
por
Fernando Paolella * - ferarpa2001@yahoo.com.ar
Hoy se cumplen 16 años de
aquel atroz miércoles en que la embajada de Israel en Buenos Aires
volara en pedazos, cuando los relojes marcaban las 14:45 y la porteña
calle Arroyo se convertía en una sucursal del infierno. Luego de
disiparse la humareda y removido los escombros, el paso del tiempo
parece estancar la resolución de un suceso que sacudió a los porteños
la modorra del fin del verano e hizo ingresar brutalmente a la
Argentina al Primer Mundo de la venganza.
Luego de marchas, contramarchas y cajoneos previsibles,
la Corte Suprema de Justicia dictó una sentencia el 23 de diciembre
de 1999 en la que imputa la autoría directa del atentado, que costó
la vida de 29 personas, al supuesto grupo Jihad
Islámica. Esta desconocida facción sería, para los
jueces integrantes del supremo tribunal, nada menos que el "brazo
armado de Hezbollah", la milicia pro siria que sigue
haciendo de las suyas en El Líbano.
No obstante, a pesar de la seguridad del fallo, siguen
existiendo demasiados puntos oscuros como para darle al mismo un sí
definitivo. Como alegaba el bueno de Jack, el destripador, vayamos
por partes.
Una burda historia oficial
Como todo hecho poco claro, lo primero que hay que
descartar de plano es la historia oficial que se monta para impedir
su investigación. La misma pretende hacer creer que el atentado es
una represalia por la muerte del líder del Hezbollah Abbas Musawi,
el 17 de febrero de 1992 por parte de helicópteros israelíes, y
fue perpetrado por Abbu Yasser,
un conductor suicida argentino convertido a la fe de Mahoma. En la
misma tarde de la explosión, la Jihad Islámica se habría
autoadjudicado la acción punitiva por medio de una serie de
comunicados difundidos en todas las agencias periodísticas de
Beirut y el resto del mundo. Un pedazo de dedo encontrado en las
inmediaciones, abonaba la idea del kamikaze vernáculo que para
muchos despistados "estaba
habituado a usar ojotas" (?).
Para la Corte Suprema el vehículo utilizado en el
atentado era una camioneta Ford F-100 modelo 1985 con cúpula blanca
y chapa B-1275871, cargada con 65 kilos de C-4 o Semtex que
estacionó justo frente a la entrada principal de la embajada que
estaba clausurada por refacciones. A las 14:45 la carga alojada
en el interior de la pick- up hizo explosión, dejando un cráter
de forma ovoidal de 4, 20 metros de largo, 2, 80 de ancho y una
profundidad de 1,50 metros. El último poseedor del vehículo, antes
de que se utilizara como coche-bomba, habría sido un brasileño
llamado Elías G.Riveiro Da Luz. Este, según alegan los jueces, le
entregó la F-100 al mentado Abú
Yassser en un estacionamiento ubicado entre las calles
Juncal, Cerrito, Arroyo y Carlos Pellegrini.
Demasiadas cosas raras
Esta versión, que no convence a casi nadie, no se
sostiene porque está plagada de sucesos extraños. Uno de ellos es
la ausencia de custodia policial en el momento del atentado. Esto se
debió a que, según un artículo aparecido en el periódico chileno
La Tercera el 6 de
mayo de 1999, el agente de guardia en la embajada recibió por radio
la orden de retirarse de su puesto de vigilancia apenas tres minutos
antes de la explosión. Esta versión fue dada por el propio policía,
de nombre Gabriel Soto, a la Comisión Parlamentaria de Seguimientos
de Investigaciones Terroristas y está respaldada por una grabación.
De acuerdo al diario trasandino, en la misma se escucha la instrucción
emanada desde el Comando Radioeléctrico para que Soto saliera rápidamente
de allí. Además, en la grabación se escucha la orden al
patrullero que estaba en la puerta para que cambie su ruta y se
dirija a las cercanías de la Cancillería, para contener unos
supuestos incidentes callejeros que se estaban produciendo. Soto,
quien ostentaba en el momento de la denuncia el grado de inspector,
aseguró a dicha Comisión que había conseguido la grabación
gracias a un sobrino que estudiaba en la Escuela de Oficiales Ramón
Falcón.
Otro de los sucesos extraños y pasados por alto es la
supuesta participación del megatraficante sirio Monser Al Kassar en
la masacre de la calle Arroyo. Según una investigación llevada
adelante por diputados de Acción por la República,
reforzada luego por la evidencia recabada por este periódico, el
servicio secreto británico había detectado la presencia del sirio
en el país. El mismo ingresó a Ezeiza en el vuelo 6940
procedente de Madrid, dato que también conocía el CESID (servicio
de inteligencia español). Al Kassar, según el periodista Norberto
Bermúdez (autor de La pista
siria) y el fiscal suizo Kasper Anserment habría
triangulado una partida de exógeno desde España, pasando por
Damasco, llegando a Buenos Aires a través de los depósitos
fiscales de Ezeiza (en los que reinaba su amigo Alfredo Yabrán). El
explosivo fue comprado a una fábrica española por la firma Cenrex
Trading Corporation LTD de Varsovia, Polonia. El dueño de dicha fábrica
era un tal Monzer Galioun,
uno de los nombres falsos que el sirio utiliza a menudo. La
investigación demostró que el exógeno, que tenía como destino
final Yemen, nunca llegó allí y fue derivado a Siria y luego partió
a Buenos Aires donde llegó unos pocos meses antes del atentado.
Otro indicio raro es la verdadera identidad del
supuesto brasileño, que adquirió la F-100 por 21.000 dólares.
Esto es cincuenta veces más de lo que cuesta en el mercado, pudiéndose
establecer que el dinero utilizado tenía como origen una casa de
cambio de la ciudad libanesa de Biblos y subsidiaria de otra mayor,
la Societé de Change a Beirut
que sería propiedad del mismísimo Al Kassar.
Todo esto se le pasó por alto a la Corte Suprema de
Justicia. Tampoco se preocupó en investigar que el supuesto grupo
que cometió el asesinato de masas, la Jihad Islámica, apareció
por única vez en 1983 cuando hicieron saltar el cuartel de los
"marines" en Beirut. Luego de este hecho, que insumió más
de 300 víctimas, la supuesta banda terrorista se borró del mapa.
A 16 años del atentado, 29 vidas evaporadas en el
fuego de la locura siguen pidiendo una respuesta.
Fabricando al enemigo
Las imágenes terribles de las Torres Gemelas
derribadas el 11 de septiembre del 2001, y de la masacre de las
estaciones madrileñas del 11 M, tuvieron su antecedente
indirecto en el cine. Pues resulta inevitable hacer un paralelo
entre estos incidentes, envueltos ahora en una nube de sospecha, y
la trama de Contra el Enemigo
(The Siege, del
director Edward Zwick,1998), donde Nueva York sufre una escalada de
atentados organizados por una célula de"extremistas
islámicos", anteriormente
"combatientes de la
libertad" entrenados por la CIA en los 80 y después
abandonados a su suerte en el Irak de Saddam Hussein al finalizar la
Guerra del Golfo. Resulta sorprendente la similitud con los
muchachos de Al-Qaeda
(literalmente "base de
datos"), quienes fueron efectivamente financiados y
entrenados por la CIA, para enfrentarse a los soviéticos en
Afganistán y luego desafectados del servicio activo.
En el filme en cuestión, las supuestas células
dormidas se despiertan para sembrar el caos y el terror
en la Gran Manzana, como venganza al secuestro por parte de un
comando estadounidense de un líder islámico. Su represión provoca
una crisis que enfrenta a Anthony Hubbard, jefe de las fuerzas
antiterroristas del FBI (encarnado por Denzel Washington), y
al duro general
William Devereaux (interpretado por Bruce Willis). Por supuesto, en
ningún momento se le informa al FBI, que acá son presentados como buenos
muchachos, que los ahora terroristas eran anteriormente
aliados confiables. Esto lo atestiguará la agente de la CIA Elise
Kraft (Annette Bening), quien mantiene unas relaciones confusas con
los ex combatientes de la
libertad. Se tienen que comer el garrón, y se les ordena
mirar para otro lado cuando los militares resuelven tomar el asunto
por las astas. Estos, ni cortos ni perezosos, se guardan la
constitución, los derechos humanos y la convención de Ginebra en
el bolsillo, para poder usar con deleite sus más persuasivos métodos
de obtención de información. Primeramente, todos los árabes y sus
descendientes son encerrados en ghettos
o estadios convertidos en campos de internamiento; bajo el marco
cuasi legal del estado se sitio y la ley marcial. Como el tiempo
apremia, los "sospechosos" son gentilmente invitados a
declarar lo que no saben, mediante los eufemísticamente denominados
apremios ilegales.
The Siege fue
altamente funcional a la cruzada de Clinton contra el terrorismo del
nuevo enemigo. Pues sólo 24 horas luego de su estreno, un tribunal
neoyorquino inculpó a Osama Bin Laden como presuntamente
responsable de los atentados a las embajadas estadounidenses de
Kenya y Tanzania.
"El mensaje del filme es que la presencia de
decenas de millones de personas de origen árabe, y de religión
musulmana, representan una amenaza para la sociedad norteamericana.
Visualmente, realiza un nexo entre la cultura y las prácticas
religiosas de esta comunidad y la amenaza terrorista", declaró
el portavoz del Comité Antidiscriminación Arabe-Americano (ADC). Y
no se equivocaba, puesto que en la película existen un paneo que
comienza en una mezquita para luego mostrar un plano general de los
inmensos edificios de Manhattan. Sin ninguna sutileza, se sindica
primera a los responsables de la futura destrucción y luego a sus
inminentes víctimas. Todo un esquema premonitorio de los sucesos
del 11 de septiembre de 2001. ¿Cualquier semejanza con la realidad,
es aquí sólo pura coincidencia? Seguro que no.
Contra las cuerdas, el mismo Zwick tuvo que salir a
defender su obra: "El filme
deja claro que, incluso en lucha contra enemigos comprometidos y
viciosos, el fin, si incluye la privación de las libertades civiles
de cualquier grupo, nunca puede justificar los medios".
El muchacho macchartista
Un lugar común de la filmografía estadounidense
de los últimos 20 años, ha sido la entronización hasta el
hartazgo del héroe exterminador. La visión del mundo que pasa por
la mente de este sujeto, es absolutamente maccarthista. Su universo
es esquemático, no admite las tonalidades grises. Se maneja con
total desparpajo en el cumplimiento de sus misiones. Generalmente es
un personaje del sistema, pero al que le gusta demasiado actuar
a contramarcha de lo que deciden sus superiores. Es decir, le
encanta salirse de los códigos. Ellos, imagina, están demasiado
dominados por el legalismo y tienen las manos atadas para
administrar eficazmente justicia. Por eso, el personaje en cuestión
tiene licencia para matar, porque representa tanto al american
way of life como al espectador. Está para cumplir con su
deber, por eso se le perdonan sus crímenes y se los justifica. No
es un asesino serial común, es alguien que sirve
"lealmente" a su país, es el héroe.
Matar a los malos
no sólo es necesario, sino absolutamente agradable para él, pues
sus oponentes representan el antagonismo total al espectro anglosajón:
son siempre gentes de color, o rusos, chinos, latinos y, luego de
las guerras del Golfo, árabes. Desde su olímpica altura, el semidiós
macchartista tiende su mano al espectador como una invitación para
imitarlo.
Como George W.Bush invocó al Dios de los Ejércitos
en la ONU para que el mundo occidental, lo acompañara hace un año
en la insólita nueva cruzada contra el nuevo Imperio del Mal: el
mundo islámico.
Genuflexos del planeta Tierra, únanse y ármense
nuevamente bajo la égida de la espada y la cruz contra la medialuna
musulmana, decretada por ustedes como enemiga de la paz, el progreso
y el Primer Mundo. Pues la historia se repite sólo bajo una condición.
Cuando los idiotas no se toman el trabajo de leerla.
* Coautor de AMIA, la gran mentira oficial (El
Cid Editor, 2007)
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