VIRILIDAD Y HOMOSEXUALIDAD

por Eduard Alcántara  -  Septentrionis Lux

 

Uno de los muchos síntomas definitorios de lo muy enferma que se encuentra esta civilización que conocemos con el término de Occidental es el del aumento vertiginoso del porcentaje de casos de homosexualidad que ella está, por momentos, padeciendo.

De perogrullo es que ni la divinidad ni la naturaleza crearon al hombre y a la mujer para que se ´recrearan´ con los de su mismo sexo, sino para que buscaran su complemento en el sexo opuesto y para hacer de ello la fuente de la procreación y, por tanto, de la existencia misma de la especie.

¿Qué es lo que está motivando que tantos de nuestros congéneres se salgan del cauce por el que discurren las leyes de la naturaleza? ¿Dónde podemos encontrar el porqué de tal proceder antinatural?

El caso de España es bien paradigmático: en las últimas décadas se está pasando de casos casi anecdóticos a porcentajes que empiezan a alarmar. Pero, repetimos la cuestión, ¿dónde podemos hallar las causas de tamaña desviación contranatura?

Pues bien, la respuesta habría que buscarla analizando cuáles son los valores que priman en esta etapa crepuscular del ya de por sí corrosivo Mundo Moderno por el que el hombre actual transita; o, más bien, vegeta. Y se trata de algunos valores que en otras épocas, como en la del judeocristianismo de los orígenes, ya recibieron un fuerte impulso. Hablamos del humanitarismo laxo y pusilánime y de una concepción empequeñecedora de la humildad que abocan a la pasividad, al abandono y a la dejadez y que están irreconciliablemente reñidos con lo voluntarioso, con lo valeroso, con lo grande, con lo épico, con lo heroico, con lo glorioso y, en resumidas cuentas, con lo VIRIL.

En otras épocas no tan decadentes como la presente, el arquetipo a seguir era el héroe semidios de los mitos, era el caudillo indómito, era el intrépido navegante, era el atrevido explorador, era el valiente conquistador, era el heroico guerrero, era el caballero andante o era el esforzado descubridor. El niño, el adolescente y el joven los hacían suyos como modelos a imitar y reforzaban su ya innata condición viril. 

Como éstos eran los ejemplos a seguir, aquellos infantes y púberes que por naturaleza podrían tener algo tenues los atributos de la masculinidad, la iban paulatinamente acrecentando, reforzando y consolidando definitivamente.

Desgraciadamente, hoy en día, en las sociedades demoliberales y plutocráticas en las que ´vivimos´ estos arquetipos han sido sustituidos por los antitéticos del especulador enriquecido por el ´pelotazo´ bursátil o financiero, del político sin escrúpulos ni principios éticos que a base de todo tipo de corruptelas llega a encaramarse a lo más alto del poder, de la estrella de rock o del actor de cine de gestos y palabras repugnantes y soeces, del personaje de dibujos animados deslenguado y obsceno o del cantante de pop de movimientos y vestimenta afeminados.

Otros modelos con los que se topa cotidianamente el niño y el adolescente los constituye toda la pléyade de afeminados y/o homosexuales de todo tipo y pelaje que copan multitud de programas televisivos de ´entretenimiento´, ya sea en calidad de presentadores, de personal habitual o de invitados. Tal abundancia provocará el efecto de que el pequeño, y el no tan pequeño, considere, paulatinamente, esta degeneración no como tal sino como una opción tan natural como cualquier otra. Y a asentar esta perturbada percepción contribuirá también de forma nada desdeñable una ´adecuada´ campaña ´educativa´, orquestada y dirigida desde las más altas instancias ´educativas´ a lo largo de las diferentes etapas del sistema de ´enseñanza´. Muchos jóvenes, acabarán, en consecuencia, asimilando la idea de que experimentar sexualmente con personas del mismo sexo no tiene nada de anormal...

Siguiendo el hilo trazado por el de los modelos a ofrecer a pequeños y a barbilampiños nos resulta espeluznante el solo hecho de pensar que parejas de gays y lesbianas puedan adoptar niños, pues si no queremos hacer del pequeño un ser desquiciado, neurótico y esquizofrénico no podemos privarle de la experiencia vital y crucial que supone la convivencia con los dos diferentes roles adultos que deben estar representados, como resulta obvio, por un varón y por una mujer.

El igualitarismo es otro de los atributos de que hace gala nuestro mundo demoburgués. Pues bien, esta lacra no sólo extiende sus corrosivos tentáculos por los ámbitos filosóficos, políticos o sociales de Occidente, sino que también distorsiona y desnaturaliza procederes, hábitos, usos y costumbres. Provoca que hombres y mujeres faenen de manera similar en casa y fuera de ella o se enfunden ropajes muy parecidos, difuminándose los roles que, consustancialmente, deberían ser propios del hombre, por un lado, y de la mujer, por otro. Es causante, la ponzoña igualitaria, de que los papeles que por ley natural corresponderían a cada sexo se vayan difuminando en una nebulosa que confundirá, y confunde, al niño y al adolescente y le dejará sin referencias a seguir para fijar, reforzar y consolidar las cualidades que le son innatas de acuerdo al sexo al que pertenece.

Es muy cierta la expresión de que ´el hábito hace al monje´, y es que es digno de observar cómo algunas de las actuales modas en el vestir pueden llegar a afectar a las cualidades viriles en el hombre y a las femeninas en la mujer. O si no contémplese cómo aquel niño movido y audaz llegó a la adolescencia y atiborrado de imágenes y anuncios publicitarios empezó a vestir, por ejemplo, a lo ´funky´, con camisetas de chica bien ajustadas, con pantalones ridículamente acampanados colgándoles desde la mitad de las posaderas y con carteras o bolsos circundándoles el tronco en diagonal. Las vestimentas del muchacho no se diferenciaban en nada de las de la jovencita ´funky´. Poco a poco, los gestos, los ademanes, los movimientos y hasta el caminar del joven empezaron a parecérsenos más y más a los de la muchachita. 

Lo que le fue aconteciendo posteriormente a nuestro chico no es difícil de suponer. Dejó, cada vez más, de identificarse con el papel de hombre que, por nacimiento, le correspondía y, seguramente, llegó un momento en el que le resultó indistinto relacionarse afectiva, sentimental y/o sexualmente con congéneres del sexo opuesto o con los del suyo propio. Y de aquí a sentirse cada vez más femenino y optar por el exclusivismo homosexual hay sólo un paso. Paso que quizás dé enganchado por experiencias sexuales con otros hombres, pues no debemos de olvidar que el mundo hedonista en que nos encontramos insertos promueve la búsqueda del placer físico y la satisfacción de la líbido a toda costa, como fin en sí mismo y por cualquier vía, por muy degradada, aberrante, enfermiza y antinatural que ésta pueda ser.

Y contra esta concepción hedonista, positivista y materialista de la vida, otras etapas no deletéreas de la historia de la humanidad presentaban arquetipos como el del gobernante austero al servicio de su comunidad o como el del asceta que enfocaba su vida a la realización de fines Superiores, a la consecución, en su interior, del Conocimiento Trascendente y/o a la Iluminación Metafísica.

Ya se encargó Freud, a través del psicoanálisis, en echarle una buena capota pseudocientífico-filosófica al Mundo Moderno al elevar a los altares a todo el inquietante inframundo que habita en el subconsciente humano y al convertirlo en el motor oculto de nuestra vida consciente. Mostrándonos a los impulsos libidinosos como la base de nuestro actuar en estado de vigilia. Justificando la homosexualidad como la afloración de lo que, según el autor judío, fue una etapa más por la que la persona pasó cuando era aún un niño: etapa en la cual, en el caso del varón, le arrastraba a desear sexualmente a su padre y en la que en el caso de la niña le hacía enfocar la satisfacción de su líbido hacia su madre. Y dándole pues, Freud, en definitiva, carácter de normalidad a lo que no es más que una desviación degenerativa de lo que es la condición natural no sólo del género humano sino de cualquier ser vivo.

Y si hablamos de desviación hablamos de tara; de tara adquirida. ¡Qué absurdas resultan las celebraciones, año tras año, del ´día del orgullo gay´! ¿Orgullo de qué? ¿De alardear de una tara? ¿Con qué objeto se realizan esas demostraciones públicas? ¿Con fines propagandísticos para que aumente el número de tarados?; que quede bien claro que estamos hablando de una desviación adquirida, no genética, puesto que los casos en que la homosexualidad puede constituir una tendencia innata son porcentualmente insignificantes, ridículos y son, y eran, subsanables, como ya hemos señalado párrafos arriba, en una sociedad no enferma en la que los ejemplos a seguir sean, y fueron, otros que se encuentran en las antípodas de los actuales. 

¿Se nos pretende hacer comulgar con ruedas de molino transmitiéndonos la idea de que los homosexuales son gente normal? ¿Se pretende que nos lo creamos después de contemplar, por ejemplo, lo ´normales´ que son sus manifestaciones? ¿Después de observar el lamentable, grotesco, carnavalesco, majadero y bochornoso exhibicionismo de que, en dichos actos públicos, hace gala un porcentaje aplastante de ellos? ¿Después de que sepamos que se dedican a la prostitución en una muy mayor proporción que los heterosexuales de ambos sexos? ¿De que veamos cómo tantos de ellos se identifican con lo esperpéntico: disfrutan con el transformismo, se disfrazan de ´drac queens´,...? ¿De que no ignoremos cuántos de ellos optan por el travestismo; tan asociado, por otro lado, con el mundo de la prostitución? ¿De que observemos cómo muchos de ellos deciden destruir e invertir la obra y las leyes de la naturaleza y acaban siendo transexuales? ¿De que no ignoremos que los casos de pederastia son mucho más frecuentes entre homosexuales que entre heterosexuales? ¿De que sepamos de la promiscuidad sin límites que llevan a cabo? ¿De que no desconozcamos que el número de suicidios y crímenes, a menudo por móviles pasionales, cometidos por ellos es, porcentualmente, significativamente más elevado que los perpetrados por el resto de la población? (1) ¡Muy normal todo...!, ¿verdad?.



1.El estadounidense Dr. Edward R. Fields, director de la revista “The Truth at Last”, en su artículo titulado ´¿Es la homosexualidad una actividad normal?´ recoge un estudio realizado por el Dr. P. Cameron en el que se nos facilitan unos datos bien significativos: Entre los gays el suicidio es cometido 25 veces más que entre los heterosexuales, mientras que, además, sufren 102 veces más posibilidades de ser asesinados, generalmente también a manos de otros gays. Un 21% de las lesbianas mueren por asesinato, suicidio o accidente, lo cual representa un promedio 534 veces mayor que entre las mujeres blancas heterosexuales de edades comprendidas entre los 25 y los 44 años. Nota: Una lectura completa del artículo del Dr. Fields se puede realizar consultando el CD-rom ´La censura de la democracia. Vol. I´.