LA SOMBRA PARDA

por Luis Marschalkó

 

Hace unos días volví a encontrarme con él; con el mismo al que nunca vi. No fue precisamente en el Odeon Platz, cerca de la Feldherrnhalle, donde el 9 de Noviembre de 1923 la democracia bávara respondió con fuego de metralla a la primera gran demostración antibolchevique. El encuentro tuvo lugar a través de la prensa marxista y no-marxista. Tuvo lugar aquí, en el país en el que vivimos y en el marco de la prensa democrática tolerada por los norteamericanos, porque tal como el viejo Marx escribiera: un fantasma recorre a Europa.

--- ¿Hacia dónde vas como alma en pena, Führer? ¿Qué buscas aquí en la bruma de Munich?

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Hoy no se puede abrir ninguna publicación, en ninguna parte del mundo, sin que el lector se encuentre con la fantasmagórica sombra parda ante cuya presencia inmediatamente amarillean varios calzones liberal-marxistas. Y no es para menos. La llamada conciencia mundial ha puesto delante de cientos de millones de personas una imagen de Hitler según la cual el líder del Tercer Reich aparece constantemente como un genocida, como un cobarde que, ante cualquier contrariedad, se tiraba al piso y mordía la alfombra de rabia. La imagen lo pinta hasta mucho peor que Stalin. Porque parecería ser que fue el mayor genocida de la historia; un sangriento dictador, responsable de la masacre de seis millones de pobres judíos – a pesar de que nunca hallaron una sola orden suya al respecto. Esa orden que nunca dio.

Pero la conciencia mundial israelí, sionista y norteamericana siguió insistiendo con su propaganda hasta que creció la nueva juventud alemana que quizás ni había nacido aun cuando el Führer murió y que no había visto nada del Tercer Reich. Estos jóvenes – es decir aquellos que no deambularon por las calles corriendo detrás de quimeras – leyeron y vieron los productos de la unísona propaganda mundial, las falsedades increíbles de los historiadores, las publicaciones resentidas de la intelectualidad marxista, miraron las películas falsificadas sobre los juicios de Nuremberg, ¿y después? . . . Después le preguntaron a los padres. ¡Papá y mamá! ¿Cómo pudieron ser tan tontos, tan incultos, tan asesinos como para seguir a este hombre?

Y al calor del círculo familiar – allí en donde la familia logró subsistir – poco a poco la imagen ensuciada se fue limpiando. Papá, que había sido albañil, o tornero y quizás hasta miembro del partido socialdemócrata, contó que hubo una vez un Versailles, indemnizaciones de doscientos mil millones de marcos-oro, ocupación del Ruhr por los senegaleses, amputación de territorio, prostíbulos para pedófilos regenteados por judíos, prensa de Ullstein, corrupción de Barnum, infiltración de la Galitzia, movimiento obrero de Thaelmann digitado desde Moscú, humillaciones, escándalos, corrupciones. . . 

Y contó también que de pronto vino un simple cabo que volvió medio ciego de las trincheras de la guerra mundial pero que, a pesar de eso, supo ver el futuro y el camino. Y papá y mamá se desafiliaron del partido socialdemócrata y se afiliaron al NSDAP porque el cabo había encontrado el sendero que llevaba tanto al pensamiento nacional como también al socialismo. Y caminando por este sendero, papá y mamá lo siguieron. En diciembre de 1941 papá estuvo allí a la vera del ferrocarril que circunvalaba Moscú cuando pareció que había llegado la última hora del despotismo bolchevique y stalinista. Mamá, a su vez, estuvo muy ocupada en la organización de ayuda a los necesitados o en alguna otra institución de ayuda social nacionalsocialista, porque ante sus ojos también apareció la pesadilla bolchevique, la muerte oriental organizada que después, desde las torretas del Muro de Berlín, segó a balazos la vida de los jóvenes alemanes que querían librarse de ese sistema.

La familia, la comunidad humana más sagrada, terminó derrotando solemnemente a la prensa mundial, a los unmundistas y a los mentirosos. Es que en los medios masivos se podrá mentir, pero no se puede hacerlo en el ámbito de una familia. No se puede ni en Alemania ni en ningún otro país del mundo, aun cuando las conversaciones de sobremesa entre padres e hijos choquen de frente contra el terrorismo mediático. En Alemania y en los demás países, papá y mamá terminaron triunfando sobre la fábrica de mentiras. La parte más esclarecida de la juventud hoy ya sabe que aquellos padres y aquellas madres no siguieron a una especie de flautista de Hamelín que mordía las alfombras de rabia, sino que cumplieron con su deber y que la gran contienda mundial tuvo su sentido.

Al fin y al cabo, el actual sonsonete democrático podrá ser difundido sin interrupción día y noche pero nadie puede negar que el "dictador" terminó siendo elegido, con abrumadora mayoría, por 13.800.000 votos y que el propio Winston Churchill reconoció que, si Inglaterra hubiese sufrido una derrota como la que padeció Alemania en la Primera Guerra Mundial, también ella hubiera necesitado de un Hitler. Al "dictador" – y muchas veces los dictadores hasta pueden llegar a ser necesarios – lo siguió un pueblo de cerca de cien millones de personas en un camino difícil y heroico. Siete millones de soldados combatieron hasta las últimas consecuencias y quién sabe cuántos millones de trabajadores trabajaron bajo las lluvias de bombas también hasta el último minuto. Sin ningún conflicto; sin ningún sabotaje. Porque, a lo sumo, los saboteadores, los opositores, surgieron de las filas de antigua aristocracia alemana y de algunos generales traidores.

¿Cómo fue que lo escribió Rostand? 

                 "Una leyenda, grandiosa, escribió con su sangre este pueblo Sacudiendo con ella a la tierra y al cielo"

Napoleón fue por lo menos tan "criminal de guerra" como Hitler. La diferencia está tan solo en que el pueblo francés nunca renegó de su Emperador. La gran diferencia está en que, en tierra alemana apenas si aquí o allá surgieron individuos como Jean Flambeau, viejos granaderos dotados del coraje de escupirle a los Metternich en la cara y quienes, con un geranio o con una Cruz de Hierro en la mano, hayan tenido la valentía de repetir las últimas palabras del combatiente napoleónico: "¡He aquí! ¡La Legión de Honor ha regresado!"

Por el momento la actual democracia significa juicios contra ancianos, agresiones israelíes, indemnizaciones por más de cuarenta mil millones, más otros cientos de millones descontados de los salarios de trabajadores y canalizados hacia Israel.

Y debemos subrayar el "por el momento" de la frase anterior porque estas democracias generan exactamente aquello que más temen los gobernantes venales, los capitostes clasistas, los escribas paranoicos y los esbirros mercenarios.
Quizás todavía ni siquiera ha nacido, pero ya están gestando al nuevo Hitler que vendrá inevitablemente si todo sigue como hasta ahora.

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A pesar de todo, me encontré con el jinete de la bruma en alguna parte del Odeon Platz, frente a la Feldherrnhalle. La sombra parda se desplazaba por la calle de Munich donde, de noche, ahora deambulan drogadictos, desesperados, inútiles, prostitutas, vagos, turistas, intelectuales y personas de toda clase y condición. Era cerca de medianoche y el canillita voceaba los titulares del diario que anunciaba el siguiente juicio a otro hombre, anciano ya, que había cometido el crimen de cumplir con su deber combatiendo por su patria.

Pero la sombra parda se limitó a seguir caminando por las calles de Munich.

--- ¿Adónde va, Führer? – le pregunté.

--- Todavía no he llegado. Todavía soy solamente una bruma, un fantasma. Nadie concreto en realidad . . .

Sin embargo vi como miraba al gentío, a los imitadores de la decadencia norteamericana que justamente estaban asaltando a un taxista, a los dopados con la mirada vidriosa perdida en el vacío, a los degradados que se divertían en el mar de luces de la moderna Babel. Vi como los miraba y solamente alcancé a escuchar un murmullo en la neblina de la noche:

--- ¡Pero ya sería hora de volver!